Es un juego simple el de
ser soldado:
Ellos siempre insultan, yo
siempre callado;
Descansé muy poco y me puse
malo:
Las estupideces empiezan
temprano.
Es muy común que
las sociedades identifiquen un problema y encuentren rápidamente una solución. Es
casi mágico. Como en las sociedades primitivas, en las que el sacerdote hablaba
con el dios mientras caían los rayos o se producía un eclipse, en la actualidad,
los filósofos de café y los politólogos de colas bancarias encuentran el camino
rápido y simple que los que hacen política no pueden ver porque están demasiado
ocupados en “hacer la suya”.
De este modo, es
fácil ver el ordenamiento vehicular del tránsito con manos y contramanos
inventadas (y aplicadas) entre cafés y medialunas, o violencias tribuneras “erradicadas”
con la prohibición de la otra mitad en los estadios.
Así sucede con la
inseguridad nuestra de cada día. Desde el paredón de fusilamiento a la poda
testicular, las soluciones aparecen una tras otra. Susana Giménez no deja de
sorprenderse ante la ferocidad de ciertos reclamos que, al lado de su pena de
muerte son un canto al morbo y al sadismo.
La aparición del
“clamor popular” por la restauración del Servicio Militar Obligatorio (SMO, de
aquí en más) no es nueva. La novedad, es que esta vez fue instalado el debate
de su aplicación desde el mismísimo espacio político del oficialismo. Es decir,
desde el lugar menos impensado. Porque se considera que sería una medida
regresiva. Todo lo contrario a las políticas de este gobierno. El único e
inefable evaluador de culos, Mauricio Macri, por una vez tuvo los reflejos lo
suficientemente rápidos para despegar de la propuesta y considerarla
“inapropiada” porque “sería una vuelta al pasado”. ¿Qué habrá pasado para que
el alcalde reaccionario sobrevuele la aldea de las libertades civiles y el
legislador oficialista se recueste en las suaves sábanas de la mano dura? Más
allá del oportunismo político del candidato del Pro para el 2015 y del derrape
incongruente del que pide “lo que pide la gente”, lo cierto es que la mano dura
y represiva es un reclamo de algunos sectores sociales que después, con los
resultados sobre la mesa, se dividen en dos bandos: el que defiende lo que
pidió diciendo que “algo habrán hecho” o el que pide justicia por tanta
violencia “incivilizada”, lavándose las manos cual Poncio Pilatos. El SMO es,
ni más ni menos, que un anacronismo (algo que está fuera de este tiempo) no por
que quienes estamos en contra lo veamos así, sino porque la sociedad que le dio
vida y lo sostuvo era otra hasta el momento en que decidió darle fin con un
consenso social mayoritario; y es otra la sociedad que ahora pide por su
retorno, no tan mayoritariamente como se quiere hacer creer. La misma mayoría
es la mayoría que pide las medidas drásticas de la circuncisión pélvica o la
guillotina pública de manera impúdica, esdrújulamente hablando.
Los intolerantes, no entendieron nada;
Ellos decían “Guerra”; yo decía “No, gracias”;
A amar a la Patria bien nos exigieron:
Si ellos son la Patria yo soy extranjero.
Como explicáramos
en algún trabajo anterior, el imperio de la guerra aparece por la necesidad de
conquistar territorios más aptos para el cultivo y la cría de animales. El
curso de los ríos se vuelve fundamental para ello y por eso, las primeras
sociedades se instalan frente a ríos que desbordan y fertilizan las tierras, en
la Mesopotamia asiática y en Egipto. La conquista del territorio y la lucha por
la supervivencia, militarizan la vida de los pueblos. Se vuelve inevitable
criarse entre humo, sangre y espadas. Desde pequeños, los niños maman la guerra
pues en algún momento de su vida, si no él, algún miembro de su familia combate,
es herido, mutilado o muerto en batalla. Las mutilaciones son más frecuentes
que la muerte misma. Y ver a un padre o un hermano mutilado, en la
cotidianeidad del diario acontecer, vuelve a la guerra un condimento más de la
vida diaria. Guerrear se vuelve tan común como roturar la tierra para el
cultivo o darle de comer a los cerdos en el corral de la familia. La vida
militar es la vida misma, diría Soledad Silveyra. No hay demasiada elección. Si
aparecía un Ghandi, le cortaban el gañote apenas hilvanaba un par de frases que
intentaran detener el golpe de una espada. Así, el período de la Antigüedad
humana es el período de la formación de imperios a base de conquista militar y
esclavitud. Aristóteles y Platón pudieron pensar trivialidades la mayor parte
de su tiempo porque tenían una caterva de esclavos laburando mientras ellos
pensaban en la esencia humana rascándose soberanamente el higo. El escultor de
la Venus de Milo quizás pasó una vida puliendo los detalles de su obra… Porque
había un esclavo que le barría las esquirlas de roca que iba esculpiendo y una
esclava favorita que le cebaba mate mientras guiñaba un ojo y apuntaba con un
pulgar hacia su obra. Así… cualquiera es escultor.
La guerra es de
interés público en la Antigüedad, mientras los imperios se masacraban y
esclavizaban unos a otros, y se convierte en un asunto privado en la Edad
Media, cuando los dueños de los ejércitos pasan a ser los señores feudales.
Cuando la guerra era pública, la soldadesca era reclutada de manera voluntaria.
De hecho, hasta pedían entrar al servicio militar, como en Roma, puesto que ser
militar brindaba beneficios y privilegios que no eran pa’ cualquiera. En
cambio, cuando se privatizan los ejércitos, los soldados tienen que estar
capacitados y no cualquiera accede a empuñar una espada. La profesionalización
del cargo militar suponía ventajas y ascenso social. Pocas sociedades se
dedicaron específicamente a la guerra como forma de vida, pero ello era
producto de la necesidad para defenderse de otros imperios. Sociedades militarizadas
como las de los hititas o los espartanos eran producto de su tiempo. Crecer
para guerrear. Vivir para la espada. Morir en batalla como muerte digna.
Conceptos que marcan una época y una forma de vida. Pero también, las
relaciones internacionales.
Se darán cuenta que aquél lugar
Era insoportable para alguien normal;
Por eso me dije” basta de quejarme,
Yo me vuelvo a casa” y decidí largarme.
Les grité bien fuerte lo que yo creía
Acerca de todo lo que ellos hacían;
Evidentemente les cayó muy mal
Y así es que me echaron del cuartel general.
En los países de América, la formación de
ejércitos, como toda producción humana, también surge por el imperio de la
necesidad. Los ejércitos se forman de manera improvisada y casi sin
planificación cuando surgen las luchas de independencia. Hasta entonces, la
militarización estaba reservada a los grandes imperios y cada uno con su ámbito
de predominio. Francia, en tierra, e Inglaterra que le roba la supremacía
marítima a España en la batalla de Trafalgar, mandan cada uno en lo suyo. La
competencia por los mercados y las conquistas territoriales continúan y las
invasiones inglesas al Río de la Plata en 1806 y 1807 obligan a la formación de
un ejército local, ante la falta de respuesta de la corona española. El Virreinato
toma conciencia de sí, como bien explica don Tulio en su brillante “Revolución
y Guerra”. La lucha por la independencia obliga a engrosar las filas milicianas
y las levas obligatorias son feroces y arrasan con las clases populares. Los
patriotas acomodados que van voluntariamente a ponerse el uniforme militar son
pocos. El siglo XIX, en la Argentina, es el siglo de la militarización
compulsiva. Desde el negro que combatió a los españoles para ganar su libertad
(como el sargento Cabral) hasta el gaucho que era llevado compulsivamente y
perseguido por “vago y malentretenido” (como la semblanza de Martín Fierro),
todos combatieron en distintos ámbitos y contra diferentes enemigos sin
quererlo.
La lucha por la independencia, la lucha
contra las provincias vecinas, la guerra al malón o la de la Triple Alianza,
todas fueron resistidas por los soldados que eran arrancados de sus vidas
sencillas para empuñar un arma y especializarse en el duro oficio de matar.
Pero aparecen también, con relativo éxito, las milicias populares, voluntarias
y politizadas. El “Chacho” Peñaloza y Felipe Varela se oponen como caudillos provinciales a las
políticas centralistas del poder político de Buenos Aires, pero también se
oponen a la fratricida guerra contra el Paraguay, con una posición política y
económica muy clara, dejando sentada la posición que luego adoptaría la
Historia y merece poca discusión: la guerra se hizo para instaurar el libre
comercio en función de los intereses económicos de Inglaterra. Estos caudillos
formaron las primeras Montoneras en base a su carisma y su liderazgo político.
Y fueron aniquilados por ello; porque quienes empuñaron las armas para pelear a
su lado lo hicieron con la convicción de estar defendiendo a su Patria. No
porque fueron obligados. Las milicias populares son la innovación militar pues
son las milicias voluntarias y políticas, luchando no por un interés, sino por
una causa.
Si todos juntos tomamos la idea
Que la libertad no es una pelela;
Se cambiarían todos los papeles
Y estarían vacíos muchos más cuarteles.
Porque a usar las armas bien, nos enseñaron
Y creo que eso es lo delicado.
Piénselo un momento señor General:
Porque yo que usted me sentiría muy mal.
La instauración del SMO a principios de
siglo XX por un proyecto del General Ricchieri no obedece a razones puramente
militares, aunque se planteaban hipótesis de conflicto respecto a los países
vecinos, especialmente a causa de litigios limítrofes. El SMO surge por
necesidad cultural, por las mismas causas que llevaron a instalar la
obligatoriedad escolar y el voto a los extranjeros residentes. La gran cantidad
de inmigrantes y los hijos de inmigrantes nacidos en estas pampas, no tenían
sentido de nacionalidad ni de pertenencia. De hecho, asistían a escuelas con su
propio idioma y se nucleaban en sus Centros Gallegos, Societá Italiana o Club
Portugués. La Nación Argentina, les pasaba muy por el costado y cuando hablaban
de Patria, lo hacían refiriéndose a la tierra de sus ancestros y no a la de su
nacimiento, que era ésta. De allí que, en pleno florecimiento de los
nacionalismos, el discurso de la jerarquía militar se construye en un
patriotismo casi irracional y los castigos más duros eran aplicados a quienes
no conocían ni cantaban con la debida afinación las canciones patrias, o no
guardaban el decoro y el respeto que las insignias merecían.
El SMO, como la educación primaria obligatoria
o el voto a extranjeros residentes, tienen la función concreta de construir
nacionalidad en una población con patrones culturales extranjeros y que habían
sido inculcados en sus naciones con el mismo objetivo: el de construir
nacionalidad. La unificación de Alemania y la instalación de sus mitos raciales
o la leyenda de Giuseppe Garibaldi en Italia, son los ejemplos más acabados de
ello, ambos de fines de siglo XIX.
Desde entonces, el SMO se erigió en carga
pública y era imposible evadirla. Quien se fugare era declarado desertor y
debía cumplir con su obligación para con la Patria en cuanto fuera atrapado. El
servicio variaba en su duración entre uno y dos años y fracción y se era
asignado de acuerdo a un número de sorteo, donde los números más bajos eran
eximidos, los que le seguían tenían el dudoso honor de ir al Ejército, la
fracción siguiente iba a la Fuerza Aérea y los que tenían la desgracia de sacar
los números más altos, eran castigados con el servicio en la fuerza más gorila
de todas: la Marina.
La creciente militarización de las
sociedades latinoamericanas dio paso a la politización de las Fuerzas. Los
militares, como seres sociales, tenían la facultad de poseer una carga política
e ideológica propia de cualquier ciudadano. Pero como Fuerza o Institución, la
Constitución no les permite erigirse en partido político. Entonces su cualidad
más importante, durante el siglo XX, es la solvencia con que las FFAA violan
sistemáticamente la Constitución Nacional. Los golpes de Estado y las
violaciones constantes a los DDHH son tan numerosas que llevaría varias páginas
apenas numerarlas. Y su formación ideológica es inequívoca. Sus cuadros más
importantes viajaban a Panamá, a la Escuela de las Américas, donde los
catedráticos estadounidenses se lucían en clases magistrales de política,
sociología, estrategia contrainsurgente y tortura. Allí asistieron ex
presidentes argentinos como Onganía, Videla o Galtieri, para instruirse en el
método más eficaz y pulcro para matar gente, pasar inadvertido y eliminar
pruebas. La Doctrina de la Seguridad Nacional es su criatura más mimada nacida
en los 60 por el impulso revolucionario que el planeta arrastraba, desde Cuba,
Argelia, Vietnam y un tercer mundo convulsionado corriéndose a la izquierda
pero corrido por derecha.
Esto marca la reaparición de las milicias
populares en la Argentina, al servicio de las organizaciones
político-militares. Nuevamente se empuñan las armas al servicio de una causa y
de manera voluntaria. Ello marcó una gran diferencia a la hora de enfrentarse
uno y otro bando: los militares cuidaban el pellejo porque eran obligados a
empuñar las armas; los milicianos daban su vida porque estaban entregados a una
causa. Rodolfo Walsh, como tantos otros, no tuvo empacho en enfrentar a un
pelotón fuertemente armado con apenas un revólver. Se sabe: mientras el
escritor hacía fuego los militares se escondían temerosos de ese hombre que
disparaba como poseído y peleaba dignamente. El paralelismo es obligado. La
obligatoriedad no implica ponerse al
servicio, sino cumplir con el
servicio. El voluntariado implica estar
al servicio de una causa; nadie obliga.
Yo formé parte de un ejército loco
Tenía veinte años y el pelo muy corto;
Pero mi amigo, hubo una confusión,
Porque para ellos el loco era yo…
(“Botas locas”, Charly García)
El descrédito en
que cayeron las FFAA luego de las atrocidades de la última dictadura de los
años 1976 a 1983, y la guerra perdida con Inglaterra por las Malvinas en 1982,
en donde los mismos oficiales que torturaban a mujeres y adolescentes se
rindieron sin disparar un tiro, generó un rechazo creciente a la institución
militar, a pesar de muchos hombres de valía que la Historia nos legó, desde San
Martín y Belgrano, pasando por Ricchieri, Mosconi, Savio, y llegando a Perón.
En el año 1994, el
soldado Omar Carrasco fue brutalmente golpeado hasta morir por no resistir el
castigo que dos soldados, obedeciendo las órdenes de un oficial, le propinaron.
El caso tomó estado público y salieron a la luz otros casos similares de los
cuales todos sabían pero nadie hablaba. Ello llevó a la eliminación del SMO. La
sociedad ya no lo necesitaba. Y los jóvenes, que eran llevados en una leva
forzada a perder uno o dos años de su vida en una instrucción militar que la
guerra de Malvinas demostró que no era tal, recuperaron el dominio de sus vidas
para poder hacer, al final de su escuela secundaria, lo que más les placiera.
Esa rigidez instructiva que llevó a la muerte del soldado Carrasco (y otros
tantos más que continúan ocultos u olvidados) es la que ahora se le pide al Estado
para una juventud que se supone “desbandada”.
Decimos que el SMO
es una anacronía puesto que al instaurarse se lo hace con una finalidad y una
necesidad en una sociedad que no es la misma de entonces. Pero la Historia
demostró que la militarización de un sector de la sociedad lleva a que se
empodere de una manera contraria a la ley, a la Constitución y a la voluntad
popular. La reinstauración del SMO supone volver a empoderar a las FFAA y a
darles un rol protagónico en la vida social y política argentina, por un lado.
Pero por otro lado, se le piden dos funciones que jamás cumplió y no están
capacitadas para llevar a cabo.
En primer lugar, se
le pide que actúe como una suerte de reformatorio en el que los jóvenes son
“recuperados” del flagelo de una vida social libertina. En segundo lugar, se le
pide a las FFAA que actúen como rector educativo de los valores que regirán en
la sociedad. La institución, entonces, reforma y educa. Los militares no serán
entonces instructores, sino pedagogos y consejeros juveniles. La institución
será rectora, pues, de los valores que se inculquen y se impongan en la vida
social. El destino de la Nación, nuevamente, quedaría en manos de las FFAA.
Peor aún: le estamos dejando la potestad de hacer lo que no saben hacer porque
nos sentimos incapaces de hacerlo nosotros. Sería el famoso caso del mono con
navaja; hay que atenerse a las consecuencias y bancarse los tajazos recibidos.
La ausencia de
parámetros educativos, formativos, etc., son producto de un cambio social
propio del devenir histórico. Aún es imposible determinar hacia dónde va ese
cambio. Lo cierto es que si lo miramos de modo milenarista, vamos a concluir
que todo tiempo pasado fue mejor y a considerar que la sociedad carece de
valores porque falta la mano dura del papá militar que sepa hacernos chas-chas
en la cola cuando nos portemos mal. SIEMPRE, las sociedades se resisten a los
cambios. Y también siempre terminan adaptándose y evolucionando en sentidos
mejores y peores. Nuestra sociedad es otra y desde este espacio consideramos
maravilloso que los jóvenes se opongan al SMO. Porque hemos sido jóvenes y hemos
celebrado el número bajo liberador y la eliminación de la carga militar. Y
también sabemos, desde “Historia Nacional y Popular”, que todo retorno al
pasado es una involución, un retroceso. Las sociedades evolucionan hacia
adelante. No retornando al pasado. Eso nos enseña la Historia. Que no hay que
repetirse en el error del pasado; no darle las armas a quien pueda adorar el
poder y no dejarle la educación más que a la familia y a la Escuela. Quienes no
puedan con la educación de sus hijos, que pidan ayuda profesional; no un SMO.
Porque lo cierto es que, como dijo un diputado nacional, quien pide el SMO lo
pide para los hijos de los demás, no para el suyo propio. El pasado está bien
donde está. El presente, lo iremos construyendo a los ponchazos, con la certeza
de que cada medida apunta a generar futuro. Y con la conciencia de que cada
error que hayamos cometido no debe volver a repetirse.
Eso, es tener
memoria histórica.