“Entre los libros de la buena memoria,
Se queda oyendo, como un ciego frente al mar…”
Luis Alberto Spinetta – “Los libros de la buena memoria”.
Entre los psicólogos, los
pedagogos y muchos estudiólogos, es muy conocido ese juego donde se pone a
prueba la capacidad de memoria de alguien mostrándole figuras al azar de
objetos o personas entre un sinfín innumerable de figuras de objetos y
personas. Luego eran mezcladas con las demás y volvían a mostrarse, esta vez
todas juntas. Había que recordar las que nos mostraron entre el torbellino de
figuras; la asociación de figuras y el menor grado de confusión determinaba una
cierta habilidad que aún estos científicos están tratando de descubrir.
Visto así, la memoria es más una
herencia genética que se convierte en habilidad cuando se ejercita cual aparato
de mini-gimnasio promocionado en las publicidades del “Disque ya”. Si vamos más
atrás (y no tanto), hacia fines del siglo XIX, el positivismo, con su carga
acumulativa de datos y su enciclopedismo, impuso la memoria como símbolo de la
sabiduría. De allí en más, el método más premiado en la historia de la
escolaridad fue el de la memoria. “Ese alumno es muy inteligente; se conoce todas
las capitales del mundo”. O “se sabe todas las fechas de la Historia; le
preguntas qué pasó tal día y lo responde”. Sabiduría, inteligencia, virtud, la
memoria como factor acumulativo de datos era valorada y premiada en “Odol
pregunta”, pero también en escuelas y universidades.
Hoy día, la memoria contiene la
complejidad de lo incomprendido. Y es una virtud, en la medida en que convierte
la virtud en beneficio personal o colectivo. La memoria personal puede
ayudarnos a encontrar fácilmente dónde dejamos las llaves que siempre tanto nos
cuesta encontrar. O nos sirve para aprobar un examen difícil en la universidad.
Aunque lo de las llaves se solucione con un lugar previamente establecido donde
colocarlas reemplazando al mero revoleo y el examen se aprobara con un simple
método de lectocomprensión, siempre vamos a considerar que aprobamos el examen
y no perdimos las llaves por obra y gracia de la virtud de nuestra buena
memoria.
Pero en lo colectivo, ya no
dependemos de factores tan endebles. La memoria colectiva es una virtud que se
entromete en las conciencias y apela a la construcción ideológica. Y eso no se
hace desde otro lugar que desde el aparato del Estado. El Estado construye
memoria. La construye implementando feriados, imponiendo himnos, estableciendo
símbolos patrios y aplicando contenidos en las currículas de los distintos
niveles educativos. Pero el Estado no es “un monstruo grande y pisa fuerte” que
dice de qué manera se hace lo que hay que hacer. El Estado es un complejo de
políticos e intelectuales que desde ese lugar establecen y determinan. Alguien
dirá “el Estado somos todos”. Marx diría “el Estado es la herramienta política
de las clases dominantes convertida en instrumento de dominación para
perpetuarse en el poder”. Pero el Estado, también, es el aparato político por el
cual se instrumentan las políticas de quienes elegimos para que nos
representen. Desde allí, quienes hemos elegido, construyen la memoria que
decidimos que sea la memoria oficial. La memoria es ideológica, es social y es
política. Y de acuerdo a quien nos represente, será memoria elitista o no. Si
nos representa un gobierno popular, entonces no lo será. Es entonces cuando la
memoria colectiva se constituye en memoria popular y si en verdad queremos que
nos represente, es entonces cuando es necesario determinar si el rumbo es el correcto
o si es necesario corregirlo o desafiarlo.
El Día de la Memoria, la Verdad y
la Justicia, instituido en la Argentina el día 24 de marzo, para conmemorar la
fecha del último Golpe de Estado en el país, está instaurando un modelo de
memoria colectiva que adolece de cierta cojera. Y la memoria colectiva empieza
a caminar dificultosamente y eso, una vez establecido, es tan difícil como
intentar imponer un feriado el día de la muerte del Chacho Peñaloza suplantando
al de Sarmiento. Analicemos pues, la cojera del Día de la Memoria por la Verdad
y la Justicia.
El síndrome del nazismo o los “malos vs. los buenos”
“Todo está guardado en la Memoria”
(León Gieco)
De cómo ir de lo complejo a lo
sencillo. O de cómo vaciar de contenido. La memoria puede terminar
simplificando tal como lo hace un matemático para llegar al resultado de una
ecuación. Pero la simplificación histórica no arriba a los mismos resultados
tal como le sucede al matemático. La simplificación histórica vacía de
contenido, deja de explicar y el sentido de lo que se quería decir en un
principio se diluye y se pierde entre lo que se debía decir y se insinuó o
nunca se dijo porque se dio por sobreentendido.
Lo que la Historia oficial está
transmitiendo (la experiencia de un servidor en la educación secundaria es el
parámetro) es que Videla era un malvado sanguinario que sólo quería matar gente
porque estaba loco, como Hitler. Y sus seguidores también. Eran malos. Eran
militares. Enfrente, estaba la población civil que se encontraba sometida cual
Caperucita a la sed de sangre del lobo feroz. Indefensa, inocente y sometida al
azar de que aparezca el héroe cazador del bosque que le salve la vida y
ajusticie al malvado lobo.
No había maldad. Había un plan económico
y político que debía implementarse y era necesario disciplinar a los distintos
sectores del campo popular capaces de erigirse en oposición o alternativa
política. Las Fuerzas Armadas eran apenas la mano armada de poderes mucho más
superiores a sus propias instituciones. El verdadero poder detrás del golpe estaba
en los centros políticos y financieros internacionales. Y en el país, el poder
estaba detrás de determinados escritorios y no en los cuarteles. Por eso es más
atinado hablar de dictadura cívico-militar que de dictadura militar. La
Sociedad Rural Argentina y la Unión Industrial aportaron sus cuadros más
notorios, ocupando ministerios nacionales, provinciales y municipales. Pero los
partidos políticos también lo hicieron. La UCR, la Democracia Cristiana, el
desarrollismo y el conservadurismo que luego formaría la UCEDÉ, son los casos
más emblemáticos.
El mandato internacional para dar
entrada al neoliberalismo, era el de dar término al Estado de Bienestar. O al
Estado peronista, en la Argentina. Las políticas de ajuste, endeudamiento y
achicamiento del Estado fueron la premisa. Pero el abandono de las empresas del
Estado, los hospitales y las escuelas, debían dar origen a la instauración
ideológica en el imaginario popular, sobre la ineficacia del Estado como
administrador y como generador de soluciones a las problemáticas sociales.
Entonces, el Estado es ineficaz y corrupto, porque la política no sirve.
La deuda externa se quintuplicó y
la desocupación se triplicó. La actividad industrial cayó a niveles alarmantes
y la balanza de pagos comenzó a ser deficitaria gracias a la importación
desmedida de artículos que hasta hacía poco se producían en el país y dejaron
de hacerse porque las fábricas no pudieron competir con la baratura de los
costos extranjeros. La democracia que siguió a la dictadura no hizo demasiado
para romper con ese modelo. Alfonsín se dejó llevar por la corriente sin tener
idea de lo que pasaba, como un autista que mira a su alrededor, inoperante, y
Menem convocó a los mismos cuadros que los centros financieros habían designado
con Videla. El plan económico era el de someter a los países “en vías de
desarrollo” a los designios de los caprichos financieros internacionales y
amamantar interminablemente con las riquezas propias, esas economías que, por
sí solas, carecen de fortalezas concretas.
Ese fue el objetivo dictatorial.
No el de matar. El disciplinamiento se hizo imprescindible por el alto grado de
politización y movilización que tenía la sociedad argentina en los 70. No fue por maldad. Fue por estrategia.
Sobre “la noche de los lápices” o la inocencia perdida
“Y rasguña las piedras, y rasguña las piedras
Hasta mí”
(Canción compuesta por alguien que
Se enteró de lo que pasó y la cantó para la película)
“La noche de los lápices” es una
película dirigida por un director, basada en el libro de dos autores, que
inspiran su relato en la vivencia de uno de los sobrevivientes de lo que
ocurrió en la ciudad de La Plata el 16 de setiembre de 1976. Claro que la
parcialidad del relato está fundamentada en la elección del sobreviviente.
Tomar otro sobreviviente, llevaría a replantear que este hecho fue más amplio
que lo que la película relata y que pudo haber sido diferente.
La versión fílmica nos muestra la
idea de que “La noche de los lápices” sucedió porque había unos chicos un tanto
revoltosos, traviesos, que hacían diabluras como pintar paredes para protestar
contra rectores malos y organizar marchas por el boleto estudiantil secundario.
Y todo se precipita porque los militares malos, en lugar de ponerlos en vereda
con una mala nota, los secuestran y los torturan, los violan y los matan.
Esta versión edulcorada de los
motivos que impulsaron a los militares a llevar a cabo el secuestro y
desaparición forzada y sistemática de personas se vincula estrechamente con la
anterior. Los militares actuaban así de puros malvados. Los chicos “peleaban
por el boleto secundario” y los milicos eran tan malvados que no se bancaban ni
siquiera una protesta por algo tan inocente como eso. Y los chicos, una vez
llevados en las sombras de la noche, no entienden tampoco por qué los llevan
siendo que lo único que hacían era estar en un centro de estudiantes y pedir el
boleto gratis para ir a estudiar. Niños víctimas inocentes.
Lo que esta versión oculta es que
la franja etaria con mayor cantidad de secuestrados, oscila entre los 13 y 26
años. Y el segundo actor social con más secuestrados, después de los
trabajadores, son los estudiantes. No es casual. Las filas de las
organizaciones populares se nutrían, básicamente, de la sangre joven y
revolucionaria, la que tiene los sueños y rebeldías juveniles y la esperanza de
cambiar al mundo para hacerlo un lugar más justo para vivir. Los chicos de “La
noche de los lápices” no estaban sólo en los centros de estudiantes y pedían el
boleto secundario. Eran militantes populares y luchaban por una serie de
reivindicaciones políticas y adherían a la lucha armada de las organizaciones
guerrilleras que se enfrentaban a la dictadura. Pero si los estudiantes son el
segundo grupo con mayores víctimas… ¿Por qué se llevaron siete en La Plata? ¿Y
encima sobrevivió uno?
Los chicos de escuelas
secundarias sufrieron su “noche de los lápices” a lo largo de todo el país. En
la investigación que se hizo en Morón, varios militantes testimoniantes que en
aquel entonces tenían entre catorce y diecisiete años, atestiguan haber sido
secuestrados o buscados en esa misma noche. Y según testimonios de distintos
puntos del país, se habría replicado esa persecución en otros sitios. “La noche
de los lápices” no fue el secuestro de niños inocentes que luchaban por el
boleto estudiantil secundario: fue la persecución sistemática de jóvenes
luchadores de organizaciones políticas y guerrilleras que se oponían a la
dictadura, pero también, al imperialismo y al capitalismo imperante como forma
de explotación económica. La simplificación anecdótica, como vemos, vacía de
contenido el debate y a la Historia misma.
Sobre las Madres de la Plaza o la revolución a lo Ghandi
“Memorias del fuego”
(Eduardo Galeano)
La otra gran simplificación
histórica que atenta contra la Memoria por la Verdad y la Justicia es la
surgida al calor de las organizaciones de Derechos Humanos. Un caso importante
es el del Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, que se sabe, se le
otorga el premio porque se opone a los militares malos, pero no porque lucha
contra el sistema. Fue una voz importante en los sectores de organismos de
derechos humanos y diplomáticos internacionales. Y fomentó la condena general
de la comunidad internacional. Sólo eso. Que no es poco. Pero sabemos que los
ideales de independencia económica y soberanía política no son premiados
internacionalmente.
El caso de las Madres de Plaza de
Mayo, con algunos matices, es similar. La Historia oficial nos indica que la
lucha de las Madres llevó a sucumbir al poder dictatorial. Los pañuelos
enfrentados al poder de las armas con una ronda semanal, pudieron lo que nadie
o sí: lo que Gandhi logró en la India, que fue el cambio con la oposición
pacífica contra una injusticia, contra la maldad pura y sin razón.
Las Madres tienen una historia de
lucha que merece el respeto y la admiración de quien las nombre o las escriba,
entre quienes me incluyo. Pero llevarlas a ese pedestal sacro es falsear la
memoria y menoscabar la lucha de los sectores políticos y populares que le
pusieron el cuerpo a las balas dictatoriales.
Decíamos que el sector que más
sufrió la desaparición y la persecución por parte de los militares, fue la
clase trabajadora. El sindicalismo rebelde se manifestó tempranamente contra la
dictadura y uno de esos emblemas de lucha fue el dirigente de Luz y Fuerza
Oscar Smith, que gracias a Rá, Samás y todos los dioses, nada tenía que ver con
su homónimo Adam. Oscar Smith desapareció en 1977 y la posta fue tomada por un
dirigente cervecero a quien se le achaca haberle hecho 13 paros a Alfonsín pero
nadie cuenta cuántos le hizo a la dictadura ni cuántos les hizo a Menem. En
1979, luego de medidas de resistencia parciales y con resultados bastante
dispares, realiza el primer paro general contra la dictadura. Y esto, cuando
aún los líderes que luego se llenaron la boca hablando de democracia, se
encontraban debajo de la alfombra por temor a ser descubiertos tan sólo
balbuceando algo. Los paros se sucedieron hasta que en 1982, cuando el plan
económico se encontraba en plena profundización, el paro más masivo que
demuestra el descontento popular, deja como víctima a Dalmiro Flores y cientos
de heridos y detenidos. La clase trabajadora acorraló a la dictadura de forma
tal que esa situación la impulsa a emprender la aventura de Malvinas apenas
tres días después, con los resultados conocidos por todos.
¿Y dónde queda la lucha de las
Madres? ¿Ellas no hicieron nada? Desde su lugar, sí. Pero sin sobredimensionar.
Ellas mismas dieron a conocer que la estrategia fue salir como madres a
reclamar por sus hijos puesto que si salían los padres, serían reprimidos. Una
mujer, de edad, con aspecto de ama de casa, tiene un impacto visual, político y
sentimental más universalizante que un sector político que puede luchar por una
causa justa pero puede no representar a todos. Las Madres son representativas,
pero el efecto de su lucha fue más eficaz puertas afuera que puertas adentro.
Las Madres se convierten en símbolo internacional de lucha contra la dictadura
por su carácter pacífico y abarcativo. No hay nada más unificador que el dolor
de una madre. Organizaciones no gubernamentales y organismos oficiales
internacionales acompañaron ese transitar de los jueves atentos y lo pusieron
bajo la mirada del mundo. El clamor internacional contra la dictadura fue el
gran aporte de las Madres a la lucha, algo que los partidos políticos,
organizaciones gremiales y guerrilleras no pudieron. Las Madres dieron un gran
espaldarazo a la lucha de los sectores populares, especialmente la clase
trabajadora, que se encargaron de combatir en el sentido completo de la
palabra, a la dictadura. Y su aporte fue el de la lucha que podían dar desde el
lugar en que estaban. No es poco. Pero sin la lucha popular, hubiera sido nada.
La lucha fue de todos. De las Madres, pero también de los distintos sectores a
los cuales se intenta invisibilizar en pos de la construcción del ideal revolucionario
“a lo Gandhi”. El buen revolucionario, no putea, no odia ni dispara balas. El
buen revolucionario pone la otra mejilla. Y ahí es donde hasta se suaviza la
mirada sobre las Madres, puesto que ellas no ponen la otra mejilla. Piden
justicia para construir, sin venganza. Y cuando toman postura política, se las
condena porque están saliendo del molde preestablecido: pacífico, apolítico y
desideologizado. Algo que las mismas Madres no aceptan y por ello se encolumnan
detrás del gobierno nacional y popular que rige los destinos de la Argentina
desde el 2003.
Del recuerdo a la Memoria
“Memoria” (Chiche Gelblung)
Tomar la Memoria como una simple
habilidad puede llevar a confusiones, como les sucedió a los positivistas
decimonónicos. Y confundir la Memoria con el recuerdo, nos puede llevar a hacer
un programa de televisión y banalizar y simplificar este ejercicio colectivo
que recupera las vivencias, pero también los sentires, las vilezas y las dignidades
en que se envuelven la lucha de los pueblos. Esas experiencias son las que se
ejercen como memoria colectiva y le dan sentido a la Historia de un pueblo.
Simplificarla, parcializarla, banalizarla, la vacía de contenido y vuelve a
esas luchas y a sus héroes y mártires, simples instrumentos de los caprichos
del destino sometidos a los vaivenes de la maldad humana. Como la maldad de los
dictadores. Porque como decía un conductor de TV, hay que tener Memoria,
mientras se olvidaba e intentaba borrar del recuerdo su colaboración editorial
y propagandística con los dictadores.
La Memoria construye. La Memoria
da sentido. Y dignifica.