Así gritaba entre lágrimas un
joven radical, luego de terminada la Convención Nacional de la UCR de este
sábado 14 de marzo de 2015. Su lamento/tristeza/indignación, tenía que ver con
el triunfo de la propuesta del sector liderado por Ernesto Sanz, que promulga
la alianza con el Partido citadino porteño de Mauricio Macri, el PRO.
La militancia variopinta de todo
el arco iris ideológico y los sectores de opinión política, los intelectuales y
las señoras en la verdulería, se rasgaban las vestiduras con cara de horror y
lágrimas en los ojos, diciendo : ”¡Si Alfonsín viviera se volvería a morir”, o “Alem
se volvería a suicidar!!!”. Esto último, es una exageración: pocos conocen a
don Leandro N. y muchos menos lo citaron estos días. Y también es una
exageración suponer que se produce una traición a la historia del radicalismo.
A lo sumo, al decir de la profesora María Alejandra Pinardi, es un
sinceramiento. Entonces uno abandona la verdulería y camina por la obra y los
albañiles dicen “Y… ¿Qué esperabas?”. Entonces es cuando la credibilidad de los
intelectuales se vuelve tan certera como la construcción de las pirámides
egipcias por parte de extrañas fuerzas venidas de algún rincón lejano de esta
galaxia u otra.
Ahora bien, este sinceramiento en
que incurre el más que centenario partido… ¿Cuándo ocurre? ¿Cuándo Sanz
consigue los votos para ganar la Convención? ¿Cuándo Alem resucita para volver
a agarrar el bufoso pero, esta vez, entregado por Lagomarsino? ¿O cuando De la
Rúa se equivoca de puerta en el programa de Tinelli o dice “hop, hop” con la nariz de payaso? ¿Y
Frondizi? ¿E Illia? ¿Y Alfonsín? ¿Y la Lista 3? ¿Y Candela?
¿Personalismo o
antipersonalismo? El primer populismo
Bien sabido es que desde el
espacio de “Historia nacional y popular” nos oponemos rotundamente al (des)
calificativo de “populismo”. Pero lo tomamos aquí para que se entienda qué tan
diferente era el primitivo radicalismo de lo que hoy en día se vulgariza con
ese concepto.
La historia está llena de
ejemplos en los cuales los sectores revolucionarios se vuelven conservadores
una vez obtenido su cometido o cuando su composición varía hacia formas
inesperadas, el cual es el caso del radicalismo. El ejemplo más conocido es el
de la burguesía revolucionaria en la Francia de 1789 que expandiendo ese
sentimiento revolucionario se vuelve conservadora en cuanto se consolida como
único factor de poder. Cuando la clase revolucionaria se convierte en clase
dominante, el proceso es irreversible. Y llevado al plano ideológico, la
metamorfosis es grosera, sólo vista a los ojos de la Historia.
La concepción “revolucionaria”
del radicalismo de fines del siglo XIX es la de demandar el imperio de la
Constitución y la ampliación de la participación política a los sectores
marginados. A eso se limita su universo ideológico. El protopopulismo radical
exigía lo impracticable (para la oligarquía conservadora) y eso resultaba
absolutamente novedoso y revolucionario. La ruptura de esas estructuras lo
llevaban a ese plano. No de las estructuras económicas, como gustaría definir
un marxista para calificar a un movimiento de revolucionario. Pero aún así, era
mucho. Participación ampliada contra participación restringida. Democracia
popular contra democracia de elites. No era poco.
En el medio, la grieta (que ya
existía) deja varios luchadores en el camino. La primera división que sufre la
Unión Cívica deja a don Leandro N. Alem suicidado por la traición de los
sectores conservadores que acuerdan con Mitre. Yrigoyen queda con el sector
contestatario del partido, el más radical, y así le da nombre a este nuevo
partido. Se convierte en el representante de los sectores marginados y llega al
poder en 1916 con la ampliación de derechos que implica la ley del voto
secreto, universal y obligatorio. Yrigoyen es el símbolo de la representación
popular, el defensor de los marginados y el líder indiscutido de este nuevo
partido que arrasó con el conservadurismo dominante. Pero la contraofensiva no
se hizo esperar. En 1922, con el argumento de la institucionalidad republicana
y el autoritarismo imperante (no sé si les resulta familiar, queridos lectores
amigos), Alvear, aliado a los sectores conservadores, se convierte en el
candidato y luego en el nuevo presidente de la Unión Cívica, que deja de ser
radical aunque lleve el nombre. El radicalismo se vuelve, demasiado pronto,
conservador. El pequeño espacio entre 1928 a 1930 en que Yrigoyen vuelve al
gobierno y es derrocado, no alcanza a devolver a esta fuerza a sus orígenes.
Del cotubernio a
Braden. De Braden a Perón
El golpe de Estado de 1930 que
lleva a Uriburu al poder, es apoyado hasta por los mismos sectores alvearistas
del radicalismo. De esta fecha data el primer radicalismo golpista. El
“contubernio” conservador-radical impulsó la restauración conservadora con el
sueño de devolverle a la Nación el sitial de “granero del mundo”. El
radicalismo no ocultaba entonces, sus simpatías. Tampoco era un secreto cuáles
eran los sectores que componían esta joven fuerza. Los desposeídos, marginados,
desclasados que llevaron al “Peludo” al poder, volvieron a ocupar su lugar
histórico. Y la elite terrateniente, comercial y burguesa, se apropió de ese
partido popular en nombre de la representación legítima de “la clase media”.
Una clase media que había variado su composición y su acomodamiento en el engranaje
social respecto de la clase media del siglo anterior (gracias a los oficios y
el gobierno de Yrigoyen, claro) y que al posicionarse en un lugar cercano al
sitial de privilegio, se tornaría conservadora, defendiendo a dientes apretados
su nuevo espacio, como los describe Jauretche en su análisis sociológico del
medio pelo. Y los sectores intelectuales que apoyaron con ardor el primer
radicalismo, acentuaron su nacionalismo patriótico y se apartaron del partido
formando la FORJA: Scalabrini Ortíz, Juan José Hernández Arregui y el mismo
Jauretche, entre otros, son los más fervientes opositores al contubernio. Y con
esos mismos preceptos ideológicos que los llevó a identificarse con Yrigoyen,
abrazan la causa del coronel Perón y se convierten en el sustento ideológico de
esta nueva fuerza política que en un primer momento, intenta representar a la
UCR (Perón se ofrece como candidato del radicalismo en 1945) y luego, ante la
obviedad, se abre paso en soledad.
La fórmula Perón- Quijano se
enfrenta a la del radicalismo, Tamburini-Mosca, aliada con todo el arco
político argentino. Los socialistas compartían palco con los radicales y los
comunistas, le pasaban el micrófono, luego de sus piezas oratorias, al
embajador norteamericano Spruille Braden, quien veía en nuestro país, al
peronismo, como una amenaza más grave al orden mundial que al mismo comunismo.
El radicalismo, desde entonces,
se convierte en ferviente opositor al peronismo y se alía a todos los
circunstanciales opositores con la intención de derrocar este gobierno que, en
las urnas, era imbatible. La esencia democrática del imperio de la Constitución
había quedado largamente atrás. La única ampliación de derechos que apoyó el
radicalismo, fue la que le permitió universalizar el voto para alcanzar el poder.
Claro que una universalización más amplia, la del voto femenino, no la apoyó
porque las mujeres se sentían muy representadas por la primera gran yegua de la
política nacional, Evita. La oposición a tantas medidas progresivas como la ley
de divorcio fue consecuencia de su alianza con el conservadurismo más rancio,
que lo llevó a celebrar en las calles el bombardeo asesino a Plaza de Mayo de junio
de 1955 y luego, el golpe de setiembre que interrumpía la continuidad
democrática.
Frondizi, Illia y
las democracias títeres
La autodenominada “Revolución
Libertadora” y bautizada por el ingenio popular como “Fusiladora”, se encarga
de disciplinar a sangre y fuego y desperonizar a golpe de abandono y decreto
(perdón la autoreferencia, recomiendo mi trabajo “Ni olvido ni sumisión”,
Macedonia Ediciones, 2014, para profundizar al respecto) con el apoyo del
radicalismo de pura cepa. Intervenciones sindicales y universitarias,
represiones, asesinatos y anulación de la Constitución de 1949 por medio de una
dictadura y su reforma en 1957 por medio de los votos radicales, socialistas y
comunistas, dan cuenta que la ley era lo de menos (y también la Constitución) para
el radicalismo alvearista. Porque una vez tomado el poder en 1922, el
radicalismo se alvearizó y nunca volvió a ser el mismo. Nunca se renovó y no
intentó una “yrigoyenización” durante lo que le quedó de historia. Salvo en
1983, lo cual hasta puede ser discutible.
Pero este radicalismo se olvida
de la Constitución y la irrespeta acompañando a una dictadura que la reforma,
sólo porque le permite volver al poder. Da inicio, así, a la aparición de las
democracias “tuteladas”. Frondizi sabe que para ganar debe apelar al voto
peronista, porque para ser radical era demasiado progresista aunque para ser
progresista era demasiado conservador (o radical). Hace un acuerdo con Perón el
que cumple a medias. Cuando Perón le quita el apoyo y lanza candidatos a la escena
electoral, Frondizi cae. Un pequeño intermedio de control militar deriva en el
llamado a elecciones que lleva a Illia como presidente luego de ser segundo en
las elecciones. El llamado “presidente democrático”, se pone al mando de la
democracia tutelada (el ojo militar controlaba y decidía) y restringida (el
peronismo no podía participar del poder). En una jugada digna de su astucia,
Perón decide demostrar cuán democrático era este presidente. En 1964, se
embarca en un avión que el gobierno argentino, con la complicidad de la
dictadura brasileña, detiene en Río e impide su retorno. Su ineficacia
gubernamental, muy similar a la del presidente radical gobernante en 1999,
sumada a su miopía política (no supo negociar con el vandorismo, algo tan
elemental como dibujar palotes para un niño de sala roja), lo termina llevando
a levantar su carpetita, su lapicera y volverse al consultorio de médico que
jamás debió abandonar.
Es en este período en que un
historiador fervientemente antiperonista como Tulio Halperín Donghi, afirma que
el radicalismo traiciona su esencia constitucionalista, democrática y
republicana, desde que se acopla al aramburismo en adelante (véase “La larga
agonía de la Argentina peronista”, Buenos Aires, Ariel, 1994). Me permito, una
vez más, contradecirlo. El largo camino de abandono de sus preceptos
fundacionales se inició en 1922 y se consolidó con el contubernio. La
alvearización, una vez iniciada, no tuvo retorno.
¿Acuerdos con China?
¡Con el Chino!
De allí en más, el radicalismo
esperó agazapado en las sombras a la espera de la agitación de las aguas. Algún
viento debía surgir que lo lleve a navegar nuevamente en el mar de la política.
Su esencia, olvidada e ignorada, no le permitía lanzarse a la rebeldía
representando a los sectores que pedían a gritos una participación política
amplia. Y los vientos de cambio soplaban a la radicalización. Y justamente, el
partido radical le sacó el cuerpo a la novedad. Latinoamérica entraba en
ebullición con la revolución cubana y los ejemplos de Argelia, Vietnam y el
Mayo Francés, entre otros. Y la Argentina, su juventud, se embarcaba en el
retorno del líder proscripto. Siguiendo esos vientos. Mientras Montoneros lucha
contra la dictadura y la dirigencia sindical peronista se derechiza dejando a
Ongaro solo en prisión, el radicalismo espera la apertura del juego electoral,
que caería por su propio peso.
Sólo por carácter transitivo y
nominal, participa en las elecciones de 1973 con el programa más revolucionario
que haya presentado jamás. Porque los tiempos lo demandaban. Pero no se
correspondía con el espíritu de la figura que lo intentaba representar. De
hecho, en cuanto el peronismo hizo eclosión con la muerte de su líder, en
cuanto la fruta madura entró en estado de putrefacción, Ricardo Balbín fue uno
de los primeros en pedir la intervención militar y en aplaudirla. Sin olvidar
que entre las capas dirigentes circulaba ya, antes del golpe, la metodología
represiva en un exhaustivo informe redactado por Rodolfo Walsh. Y no hablamos
de la conocida “Carta abierta a la Dictadura Militar”, sino a un informe
elevado a la conducción montonera antes del golpe. No había líder político ni
cúpula partidaria que ignorara lo que se avecinaba .
La Dictadura encuentra (además de
un radicalismo que le prestaba dirigentes a las funciones burocráticas de la
dictadura) la oposición abierta de las Madres de Plaza de Mayo y de un factor
poco reconocido en la historiografía argentina: la clase trabajadora peronista.
Oscar Smith, de Luz y Fuerza es el primer caído ilustre. Y un líder sindical
peronista y más radical que los radicales, organiza huelgas tempranamente
contra la dictadura. Nadie cuenta cuántos paros le hizo a la represión militar.
Pero no fueron pocos. El del 30 de marzo de 1982 es el más recordado porque
disparó la aventura malvinense y precipitó la caída del poder dictatorial.
El peronismo desecho, con una
dirigencia acéfala, a la deriva, y dirigentes que intentaban meter en su bolso
lo que quedaba de la imagen del viejo líder e intentando erigirse en herederos
de su legado, le sirven en bandeja el triunfo a la UCR en la contienda
electoral de 1983. Precisamente, esas elecciones intentaban que el país deje
atrás la dictadura más sangrienta y represiva. El imperio de la Constitución
era, más que un slogan, una necesidad. La astucia de Raúl Alfonsín para
levantar esa bandera lo lleva al poder al frente de la Lista 3 que nuestro
joven contemporáneo recordaba con lágrimas en los ojos.
El débil espasmo y
su inevitable agonía
La lista 3 del radicalismo
arrancaba de atrás. Era Claypole contra Racing. David contra Goliat. Es
conocido el desmán de Herminio Iglesias quemando el ataúd, tomado como un
asesinato en tiempos en que los asesinatos estaban a la orden del día. La
brutalidad de Herminio era más política que moral (en ese acto, claro). Fueron
muchos dirigentes radicales que admitieron con los años, que Alfonsín se
encontró con el triunfo casi sin esperarlo. Y eso le jugó en contra. Porque el
programa de la Lista 3 era un programa “populista”, con investigación y no pago
de la deuda ilegítima y tantas cosas más.
De ese programa, nada quedó y lo
único que se cumplió, el Juicio a las Juntas, se lo llevó la Semana Santa con
las “Felices Pascuas, la casa está en orden”. Si decimos que el alfonsinismo
fue un débil espasmo de retorno a los orígenes, es porque cumplió con el
precepto democrático del respeto constitucional y de las libertades. Sólo eso.
El avance en DDHH se perdió en la negociación con Aldo Rico y se dilapidó
cuando todo el arco político apoyó la causa de la democracia y negoció a
espaldas del pueblo. Su oposición a la clase trabajadora y a escuchar sus
reclamos quedó simbolizada en su alianza con la derecha más rancia del
sindicalismo argentino, para intentar neutralizar la oposición trabajadora y
sumar la famosa “pata peronista” a su gobierno, en un intento de
transversalidad de derecha. La alianza derechosa no la inventó Sanz. Y Alfonsín
no quedó exento de ese pecado. La tendencia excesiva a decir “quiso pero no lo
dejaron” se demostró como excusa con gobiernos más débiles que vinieron
posteriormente y pudieron cuando quisieron.
Dejó el gobierno en medio de una
grave crisis económica, de rodillas ante los poderes financieros y empresarios,
y quedó condicionado para pactar con el neoliberalismo representado en la figura
de Carlos Menem. Uno de los supuestos responsables de la caída de Alfonsín por
la cantidad de paros que le hizo, siguió haciéndolos, con la misma coherencia
con que los venía haciendo durante la dictadura. El cervecero Saúl Ubaldini
hizo su último paro en una tarde fría y lluviosa de invierno en 1991 y los
asistentes volvimos a nuestras casas con los ojos mojados más por las lágrimas
que por la bendición de la orina de San Pedro. El Pacto de Olivos, que le da
institucionalidad y carácter constitucional al neoliberalismo privatizador y a
la reforma del Estado, decreta la muerte de esa agonía espasmódica que era el
alfonsinismo yrigoyenista.
La confirmación
alvearista
La oposición del radicalismo al
neoliberalismo se dio con más neoliberalismo. De la Rúa asume porque a Menem no
lo sostenía lo que le daba sustento: el espejismo de mercado. La mayoría de la
población había sido sacudida por sus políticas directa o indirectamente. Pero
el gobierno del ex jefe de la ciudad de Buenos Aires, se apoya en las mismas
políticas que llevó a cabo su antecesor. En épocas en que era más importante el
nombre del ministro de Economía, el presidente se apoya en Domingo Cavallo, el
mismo que llevó adelante el proceso de endeudamiento terminal en los 90. Su
caída, en apenas dos años de gobierno, fue inevitable. El replanteo político,
económico y social, también.
Desde entonces, el radicalismo
fue una oposición que no llegó siquiera a alcanzar el calificativo de digna. Algunos
radicales o peronistas que dejaron sus espacios para practicar oposición
alcanzaron de manera independiente, más relevancia que el más que centenario
partido. Pero para llegar a la dignidad, hay que volver a las fuentes. El hijo
del ahora santificado líder, Ricardo Alfonsín, se alió hace muy poco atrás (no
pasó tanto como para que no sirva de lección) con el derechoso bonaerense De
Narváez y llevó a la UCR a una de las peores elecciones de su Historia. Claro
que hubo peores. Y tampoco fueron hace mucho. Desde el 2001, sus números
fluctúan entre el 3% y no más del 20%, cuando la elección resulta brillante.
Por eso, parafraseando a cierto
líder norteamericano, cuando este joven ingenuo y poco estudioso de la historia
del radicalismo grita rememorando a la Lista 3 cuando su amado partido se alía
a la derecha macrista, no es difícil de argumentar si se le responde “¡es la
Lista 3, estúpido!”
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