En un viejo
artículo de “Historia Nacional y Popular” (ver “Defensiva…”) señalábamos una
problemática vigente, porque se trata de un problema permanente, que se renueva
con diferentes asuntos y entreveros, pero que en esencia es la misma. La
batalla dialéctica, más allá de ser una batalla discursiva, es una apropiación
del espacio cultural, algo que la presidenta de la Nación, Cristina Fernández
de Kirchner, se encargó de denominar “la batalla cultural”. La batalla cultural
es, ni más ni menos, que un posicionamiento discursivo o dialéctico, para
presentar debate historiográfico, político, cultural, en fin, ideológico,
frente a una posición que, a priori, se presenta como dominante desde que la Patria
es Patria y la vida es sueño, diría Calderón.
Esta
batalla, es, ni más ni menos, que la contraposición estructural y
superestructural de la competencia entre dos modelos, dos corrientes de
pensamiento o dos proyectos de país, batalla que no es nueva y atraviesa toda
la Historia Argentina y, si se quiere, Latinoamericana. Veamos por qué.
Cuando todo era nada, era nada, el
principio…[1]
La crisis
del orden colonial de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, que
implicó la independencia de las colonias americanas, fue producto de una serie
de intereses contrapuestos entre las potencias centrales que estaban
configurando un nuevo orden económico y político internacional. Mientras
Inglaterra pujaba por parir esa inevitable Revolución Industrial, Francia
intentaba ejercer el contrapeso político correspondiente y España, en una caída
irrefrenable, hacía malabares para sostener no sólo sus colonias, sino también,
su propio orden interno. El triunfo de la Revolución capitalista inglesa sobre
la revolución burguesa francesa (que luego se fundirían en una, política y
económica) determinó la subordinación del orden internacional a los nuevos
mandatos económicos.
De esta
manera, América Latina y la Argentina, más específicamente, quedan subordinados
a este nuevo orden internacional que, hasta un historiador moderado y liberal
no duda en denominar como “orden neocolonial” (Tulio Halperín Donghi, “Historia
contemporánea de América Latina”, Alianza Editorial). Las nuevas colonias
latinoamericanas, la Argentina especialmente, quedan sujetas a este pacto
neocolonial y con un rol específico en la nueva División Internacional del
Trabajo (DIT): ser productoras de materias primas para el mercado mundial,
ávido de sus embarques para generar las manufacturas que sus centros
industriales producirían con sumo agrado y a un alto costo para este
continente. Por algo, Eduardo Galeano inicia su obra cumbre refiriéndose a la
DIT, expresando que “consiste en que unos países se especializan en ganar y
otros en perder”, y que “nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza”
(Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”, Editorial Siglo XXI).
De este modo, las sociedades neocoloniales van configurando un orden de acuerdo
a este alineamiento. Y las oligarquías o clases dominantes se formarán en base
a esos postulados, intereses y acuerdos comerciales.
En la nueva
nación Argentina, desde el inicio mismo de la Revolución de Mayo, ese problema
genera una interna en la Junta Revolucionaria. Los dogmáticos, revolucionarios,
son marginados por la oligarquía comercial, lo que le cuesta el exilio y la
vida a Mariano Moreno (más allá de toda duda), condena a Castelli a morir en la
cárcel, envía a Belgrano a bailar con la más fea del baile y excluye a Artigas
de toda discusión, amén de relegar a Monteagudo a un rol secundario y marginal,
tomando mate en el patio del fondo. La revolución triunfante en Buenos Aires es
apropiada por el creciente sector mercantil y financiero del puerto, que se
erige como centro de poder comercial y, por lo tanto, político. La primera
batalla, la de generar un país independiente y con proyecto económico propio o
no, fue ganada por el centro capitalista mundial encarnado por Gran Bretaña.
Duró unos pocos años, ya que los descalabros que generaba esta dispersión
política requerían de una mano firme y con un proyecto más definido. Cuando
Juan Manuel de Rosas se encarga de la gobernación de Buenos Aires (luego de que
la caótica situación le costara la vida al líder de una representación ajena a
los intereses foráneos, Manuel Dorrego), el proyecto de país cambia de rumbo.
Las provincias recuperan autonomía a pesar de que el gobernador bonaerense se
queda con la cabeza del león, es decir, la administración de la Aduana
portuaria. Pero aún así, recuperan el oxígeno necesario para respirar las
industrias provinciales. Nuevamente los vinos cuyanos y los tejidos del
altiplano se vuelven a imponer ante los vinos españoles y franceses y los
ponchos de Manchester. Las barreras aduaneras obligan a los imperios a tomar
medidas y Francia e Inglaterra son derrotados en la heroica Vuelta de Obligado
y se ven impelidos a buscar una estrategia diferente a la invasión foránea,
puesto que los gauchos ordinarios tienen un orgullo nacional que jamás habían
enfrentado. La forma era confrontarlos a unos con otros y, aquellos que
formaban parte de esos intereses mercantiles, se plegaron gustosos a derrocar
al gobernador que no permitía que cualquier barco extranjero navegara
libremente por los ríos interiores ni admitía el libre comercio como ellos
necesitaban. Lograron, con la ayuda de un caudillo popular, Urquiza, y los
ejércitos de la Banda Oriental y Brasil, derrotar a ese salvaje gaucho que no
entendía nada de ordenamiento político y económico internacional. Quedó
desterrado al olvido y pudieron, por fin, con la guía de la comunidad
internacional, imponer la Santa Constitución que tanto venían reclamando. El
proyecto de país empezaba a tomar forma.
Hubo tierra, agua, sangre, flores,
todo eso y también tiempo…
Pero claro.
Esta tierra estaba infestada de salvajes y de sangre gaucha que “sólo sirve
para abonar la tierra”, en palabras de Gloria y Loor, Honra sin Par. La
arremetida contra Rosas debía completarse contra la hermana Paraguay de Solano
López y los gauchos argentinos, incivilizados ellos, se oponen a la guerra y
son también aniquilados, más específicamente sus líderes, Felipe Varela y el
Chacho Peñaloza. Se completa el círculo para que el país se incorpore
amablemente al mercado mundial. La división internacional del Trabajo precisaba
de la incorporación de las naciones americanas al mercado mundial como
productoras de materias primas. La Argentina, incluso, emprende la guerra al
malón para incorporar las tierras del indio, ya que la pampa era necesaria para
comenzar a cultivar el trigo y criar las vacas necesarias, mientras que la
Patagonia era necesaria para seguir criando y proveyendo la lana de las ovejas
que las industrias de Manchester seguían reclamando.
La misma
problemática se estaba dando incluso en el riñón del mundo capitalista. El sur
esclavista de los EEUU pretendía seguir ligado a los intereses de la industria
textil inglesa produciendo algodón bajo un modo de producción esclavista. El
norte industrial intentaba generar políticas de promoción independientes de los
centros del mundo capitalista. Habiendo capacidades y materias primas… ¿Para
qué vender la materia prima y pagarla más cara manufacturada, si podemos hacer
todo y venderlo nosotros, se preguntaron? Una pregunta que en la Argentina se
hicieron unos pocos y fueron silenciados o derrotados. Las polémicas de Rojas y
Patrón con Ferré y luego el nacionalismo económico de Vicente Fidel López contra
el liberalismo mitrista de Miguel Cané dan cuenta de que aquí había plena
conciencia de dos posiciones antagónicas y dos proyectos diferenciados. Son
innumerables los textos que tratan sobre ello e incluso en historiadores que no
se pueden tildar de “nacionalistas y populares”; José Carlos Chiaramonte lo
desarrolla muy bien en “Nacionalismo y liberalismo económicos en la Argentina”
(Buenos Aires, Hyspamérica, 1986). La diferencia es que en EEUU triunfa el
norte industrialista. Aquí, la conformación de una oligarquía terrateniente que
se apodera del poder político, determina el triunfo de estos intereses contra
los sectores de las pequeñas industrias manufactureras. Si querías una Nación
importante, libre e independiente... Andá a llorar a la Iglesia.
Claramente digo que éste fue el mundo
del hombre…
El modelo agroexportador es posible con la incorporación al
mercado mundial en las condiciones que proponía la DIT y la formación de un
Estado nacional liberal acorde a esos postulados. La clase dirigente que se
apropió de la Revolución de Mayo y la recupera en Caseros, ahora tiene todo el
aparato en su poder para moldear la Nación a su antojo. En la superestructura,
se apropia del aparato jurídico imponiendo una legislación y un ordenamiento
constitucional acorde a sus intereses. En lo estructural se apropia del aparato
del Estado para dar forma a la estructura productiva (FFCC, reparto de tierras,
políticas migratorias, etc.) que podía ser útil a los sectores dominantes y los
poderes hegemónicos ligados al poder del capitalismo central.
Pero como todo concluye al fin y nada puede escapar, esta
bonanza que permitía a la oligarquía terrateniente argentina disfrutar de las
tardes parisinas y el placer de las fiestas en los palacios medievales europeos
y el invierno de esquí en los Alpes suizos, tenía que acabar. La crisis del
modelo agroexportador y sus propias limitaciones quedan expuestas cuando el
estallido financiero del ’29 derrumba como un castillo de naipes los
fundamentos económicos que sostenían el orden internacional. El reordenamiento
implicó la aplicación de un mercantilismo amarrete que no permitía la salida de
divisas más allá de las fronteras internas o, a lo sumo, dentro del territorio
de las colonias. El mayor comprador de nuestro país, Inglaterra, decide comprar
lo que nos compraba a nosotros, en sus propias colonias: Australia, la India y
tantas más. El proyecto conservador y oligárquico que recupera el poder luego
del breve interregno radical, envía al vicepresidente Julio A. Roca (h) a
negociar y volver feliz luego de la firma del Pacto con el ministro británico
Runciman. Al mismo tiempo que declaraba que la Argentina era la joya más
preciada de las colonias británicas, exhibía sus ancas para demostrar que nos
habían quitado hasta los calzones. El modelo seguía pugnando por aflorar en
sentido contrario. Arturo Jauretche, Scalabrini Ortíz, Hernández Arregui y un
grupo de intelectuales nacionalistas denunciaban desde la FORJA que otro país
era posible. El Golpe de Estado de 1943 y la gesta de 1945 pusieron al país
nuevamente en la senda de los patriotas de Mayo. La línea Mayo-Caseros, era
combatida, ahora, por la de San Martín-Rosas-Perón.
Se contaron, todas
estas cosas…
El período 1946-2003 es parte de un todo indisoluble signado
por un común denominador: la violencia política. No es que antes no la hubiera
habido. Sucede que la oligarquía jamás vio y se sintió tan amenazada en sus
intereses y privilegios. La clase trabajadora fue empoderada por su líder y se
hizo visible a la realidad política argentina. Sus reclamos fueron oídos; sus
demandas, satisfechas; y sus derechos, adquiridos. Los sindicatos se sentaban
en las mesas de negociaciones a pelear de igual a igual con los empresarios. La
pequeña y mediana industria y el pequeño y mediano productor encontraron sus
representaciones en nuevos organismos donde no estaban sometidos a los
intereses de la UIA, la SR y otros. La Confederación General Económica, la
Confederación General de la Industria, la del Comercio, etc, surgen presentando y representando lineamientos e
intereses distintos de los que representaban los monstruos grandes que siempre
pisaron fuerte. Una fábrica de tornillos de Avellaneda podía tener voz y no
debía someterse a los imperios de la Coca-Cola, Mercedes-Benz o Molinos Río de
la Plata. La CGT disputa la apropiación de la riqueza y el reparto llega a un
histórico 53% a favor de los trabajadores en pleno auge del peronismo.
Lo que sigue, lo vivimos más de cerca: derrocamiento de Perón
y 18 años de dictaduras y falsas democracias con represiones y fusilamientos a
granel. El breve período camporista logrado a base de lucha, movilización,
fierros (armas de fuego) y caños (bombas de fabricación casera), fue apenas un
bálsamo. Perón ya no era aquel y dejó mansamente su legado en manos de la
derecha más depiadada que conoció el Movimiento nacional hasta entonces. La
Triple A fue su hija más dilecta en manos de la CNU, la policía loperreguista y
el sindicalismo de Rucci y Miguel.
El desbande provocado por esta derecha no alcanzó y había que
desaparecer, literalmente, todo vestigio de resistencia y lucha. La dictadura
puso las cosas en orden y restauró el poder al orden conservador en lo
económico y en lo político, desarticulando el Estado de bienestar peronista. Y
como a veces para un peronista no hay nada peor que otro peronista, lo que
empezó Martínez de Hoz y el alfonsinismo no se preocupó por sostener, lo poco
que quedaba lo liquidó Menem (tóquese la parte de la humanidad más sensible a
sus presagios cabuleros). El poder de la oligarquía terrateniente estaba donde
siempre quiso estar y la clase media, en franco desbande, lloraba en la puerta
de los bancos por sus ahorros abrazada a la innumerable horda de piqueteros
desocupados a los que pronto despreciaría, una vez que pudo asomar el cogote
del agua.
Y fue así. Fue así…
El 2003 da inicio a un nuevo proceso de la apropiación de los
espacios políticos, económicos y sociales. Los marginados y los postergados de
siempre comienzan a recuperar un espacio visible bajo el sol. El trabajo se
vuelve costumbre y el acceso a beneficios y derechos (no dádivas, como muchos
pretenden suponer) reincorpora al cuerpo social a la legión de postergados con
jubilaciones, salarios y subsidios, así como acceso a la tierra, al crédito, a
la tecnología y a la educación y salud. Pero brindar presupone que debe salir
de algún lado. Y sale de lo que antes generaba más plusvalía. Más ganancias
para los poderes concentrados. Para brindar estos beneficios, había que
recortar esas ganancias extraordinarias. Y comenzó la nueva batalla. La
Sociedad Rural, la UIA, la banca, el FMI y tantos poderes más, no reaccionaron
pasivamente. Pero esta vez, sucedió algo inédito: la Argentina no se encontró
sola en esta lucha que siempre fue desigual. Chávez, Lula, Evo, Correa y un
gran concierto de naciones comenzaron a escuchar y acompañar, emparejando este
eterno tire y afloje. La unidad latinoamericana no es la florcita adornando el
cuaderno escolar entre las páginas del “relato”. Es el poder de las naciones
históricamente subyugadas unidas y presentando batalla. Sin esa unidad, cada
una de estas naciones se cae por sí sola y vuelve nuevamente al dominio del
imperio. De allí que los medios dominantes insistan en querer fisurar estas
relaciones poniéndole cámaras ocultas al Pepe Mugica para ver en quién se
desgracia cuando va al baño o en intentar demostrar que Cristina no es sólida
gobernante porque la pastera sigue contaminando y no le declara la guerra al
Uruguay.
El último 25 de mayo se conmemoró, junto a la celebración de
la gesta de 1810, por primera vez y de manera oficial, un nuevo aniversario de
la despedida de Don Arturo Jauretche. La posición política del Gobierno
Nacional en la negociación en los tribunales estadounidenses, dejó una pieza de
oratoria maravillosa con reseña histórica incluida, sobre los orígenes y el
desarrollo de la deuda externa argentina. En estos dos proyectos de Nación
enfrentados una y otra vez a lo largo de la Historia Argentina, sólo uno de
ellos se preocupa por apropiarse de los poderes económicos y políticos y
supeditó el resto a esos intereses. El otro, el campo nacional y popular,
siempre propuso una lucha integral y la apropiación de lo político y lo
económico no se sostienen en el tiempo sin una concientización de lo que
representa esta batalla cultural. La que nos clarifica en lo político, nos
enriquece en lo dialéctico, nos une en lo histórico y nos afirma en lo
ideológico. Perder la batalla cultural, y esto la presidenta lo sabe a la
perfección, representa perder todo lo conquistado. Descuidarse, equivale a
entregar los calzones, tal como lo hiciera cierto vicepresidente en los ‘30 y
fuera imitado, con creces, por cierto presidente en los ‘90.
[1]
Los subtítulos corresponden a la canción “Génesis”, del álbum “La Biblia” de la
banda argentina Vox Dei.