Para ciertos autores, el imaginario está relacionado con la
imaginación, pero no es lo mismo. Es, más bien, una producción o construcción
social que constituyen, reproducen y crean o re-crean las emociones, las
ideologías, las costumbres, la religión y hasta las estructuras de poder. Se
tornan instituciones en la medida que se hacen carne en la dinámica social, una
vez que se crearon o re-crearon desde el imaginario.
Pero también afirman que el imaginario es la producción de
las estructuras de dominación, de los mecanismos de poder, que se consolidan
mediante una lógica que los torna coherentes y, por lo tanto, aceptables. Y el
tiempo, con sus avatares, es uno de ellos. Una institución con relojes y
calendarios de todo tipo, destinados al máximo aprovechamiento con funciones
muy específicas.
Hasta principios de la modernidad, la actividad del hombre
era de producción estacional y astral: uno conocía con sólo percibir en el
clima y la temperatura si había llegado el tiempo de la siembra o la trilla; y
el sol y la luna marcaban los tiempos de las labores: mientras hubiera sol,
había actividad y al caer la luz, uno debía descansar pues no era muy económico
quedarse despierto consumiendo la luz de las velas, tan caras por entonces.
El reloj y los días de la semana aparecen para determinar los
tiempos del trabajo industrial, de la vida citadina y del capitalismo en
expansión. Había que disciplinar a esa masa campesina analfabeta y
acostumbrarlos con campanadas, silbatos y timbres a acudir al trabajo sin
esperar a la salida del sol. Y también, por qué no, marcarles la salida del
encierro de la misma manera sin que se pudiera ver la luz del día (los
ventiluces de los galpones se sitúan a alturas superiores a los 2,5 m. para que
la luz del sol no sea percibida ni actúe como estímulo para dejar el trabajo).
Y por supuesto, esos almanaques también cumplían una función
económica. Los pagos de cuentas, cheques o intereses son manejados por ellos en
tiempos contundentes: cheque a 90 días, intereses a 30 días, etc. Y, para cumplir
con el fisco, pero, obviamente también con los objetivos empresariales, los
balances contables se realizan al año calendario: del 1 de enero al 31 de
diciembre.
Este nuevo año, este cambio de almanaque, nos lleva al temido
“balance anual”. Todos creemos que lo hacemos por necesidad propia, pero nadie
empieza un balance un 2 de marzo y lo cierra el primero del mismo mes del año
siguiente. Aunque las emociones o producciones personales (profesionales o
afectivas) tengan una fecha caprichosa (comienzo de una pareja, inicio de un
nuevo trabajo, estudios, etc.). Por ello, es mucho más productivo hacerlo
reunido con amigos, con asados, sidras y demás bebidas, panes dulces y clericós
en bares, restoranes y casas, con regalos y promesas de seguir, el año próximo,
comprando nuevos celulares, plasmas y planes de viajes con excursiones pagas o
cruceros caribeños con amantes incluidas.
Porque el capitalismo es eso. Aliena, despersonaliza y te
lleva a hacer tus propios balances de acuerdo a lo que propone y cuando le
parece. Nunca de acuerdo a lo que te conviene y necesites…