El
origen militante
La experiencia militante
para generar adhesiones o construir políticas, se presenta como una herramienta
relativamente novedosa en la Historia de la Humanidad, puesto que la política
es una construcción que nace con la vida del hombre en sociedad pero sin
producir militancia orgánica. De algún modo, podríamos objetar, una persona que
hace política hace militancia; pero no. Se podría afirmar que la “rosca”[i] nace antes que la
militancia, en los grandes imperios de la Antigüedad, así como la diplomacia
aparece después del Tercer Milenio a.C. en el Cercano Oriente Asiático. Todo
trabajo o acción militante o protomilitante, surgida desde entonces y en
adelante, se vincula a la Guerra y se relaciona con la diplomacia. El acceso al
ágora en la Antigua Grecia no requería una acción militante puesto que era de
carácter obligatorio para cada ciudadano, así como a la función pública (sin
olvidar que no todos eran ciudadanos); en la Roma Antigua, la republicana o
imperial, es donde queda más de manifiesto la acción avezada de estos
“rosqueros” que debían tejer alianzas para acceder al Senado, siempre, y al trono
del emperador, toda vez que lo ambicionen.
Sin abundar en detalles,
podemos decir que los primeros militantes o protomilitantes comienzan a
expresarse y dar rienda suelta a sus primeras actividades con el origen del
capitalismo. Su característica fundamental será, entonces, de carácter
panfletario e incendiario: repartían lo que podían para explicar sus ideas
(panfletos, generalmente) y movilizaban la gente hacia los disturbios. Los
filósofos de la Revolución Francesa y sus adherentes innovaron y revolucionaron
no sólo el sistema político, sino también la forma de hacer política. Las
reuniones en bares y plazas así como en cuanto sitio público apareciera
estuvieron a la orden del día y se organizaban espontáneamente con el fin de
encender la pasión de la llama revolucionaria, dando origen a los clubes que
tenían una característica distinta a la actual y oficiaban como centros de
discusión política, y hasta literarios. Esa forma de militancia se trasladaría
a América Latina y los revolucionarios de Mayo la llevaron a la práctica con
eficacia para poder ganar su Primera Junta; French y Berutti fueron los
militantes más activos, los que salían a recorrer las calles en busca de adherentes
que coparan la Plaza y el Cabildo, para generar la presión que el ejército de
Saavedra vacilaba en aplicar. Es decir que los antiguos militantes Nac&Pop
te llevaban a la Plaza por la modesta dádiva de una escarapela, acotaría un
tilingo de 1810. De allí en más, en nuestro país, la militancia da paso a la
guerra y estas tareas absorben la política de la vida del país, ya sea la
guerra de independencia, primero, y la guerra civil después.
El desarrollo de las
ciudades en la segunda mitad del siglo XIX, genera una composición social más
compleja, especialmente con la corriente inmigratoria que se produce a partir
de las políticas diseñadas por los sucesivos gobiernos para la incorporación de
la Argentina al mercado mundial. Y, por supuesto, se complejiza también la
práctica política. El desarrollo del modelo agroexportador requiere mano de
obra para proveer al mundo de cereales y carnes; la sarmientina imaginación de
la clase política argentina, bregó por la llegada del inmigrante europeo de las
zonas más nórdicas, más arias… Porque además de la claridad en la piel, pelo y
ojos, “la nieve es portadora de cultura”, por oposición a la barbarie
incivilizada que el gaucho, con su sangre impura –por sus genes indígenas[ii]-, jamás le brindaría a
nuestra Nación[iii].
Esos inmigrantes llegarían de las regiones más críticas de Europa, las más
pobres, donde sus habitantes, sin nada que perder, abandonaban su terruño y se
abandonaban a la idea de afincarse en un lugar desconocido, al extremo sur de
un continente del que apenas tenían conocimiento. Desde España, especialmente
la carenciada región de Galicia (de allí que todos los españoles que llegarían
después serían conocidos con el gentilicio de esta región) y desde Italia,
abordarían los barcos en la región sur, el sur pobre, más especialmente de la
provincia de Nápoles (de allí que los italianos serían identificados como
“tanos”, como apócope de napolitano), desilusionando sobremanera a la clase
dirigente argentina, la llegada de esta gente tosca y noble.
Los migrantes europeos se
incorporan a la fuerza laboral argentina con su experiencia previa, donde el
socialismo y el anarquismo prendían entre los trabajadores incorporando la vida
sindical de la mano del trabajo. Desde allí, contra el deseo de la clase
dirigente argentina, además de la mano de obra se importan los sindicatos, los
afiches pegados en cualquier rincón de la calle como medio de comunicación y,
la forma que más molestó a la patronal, los mitines[iv]. Éstos eran la forma
primitiva de las movilizaciones y marchas actuales con uno o más oradores de
fondo para comunicar el mensaje político o elevar la propuesta correspondiente.
Nace entonces el sindicalismo en la Argentina, a la par de un partido político
que toma sus formas de militancia para incorporar o sumar voluntades: la Unión
Cívica Radical[v].
Este nuevo actor político lleva adelante una lucha con estas nuevas
herramientas políticas con el objeto de abandonar la democracia restringida del
orden conservador, la del fraude y el voto “cantado”[vi], para lograr la de la
democracia plena y participativa. El radicalismo incorpora a las formas de
militancia sindical, el Comité, que eran los centros de reunión para la
participación y la discusión de los militantes, a la vez que oficiaban de faros
para quienes querían sumarse a esta militancia y no sabían adónde ni a quién
recurrir; por eso también, en los barrios, los jefes de los Comités se erigían
en líderes políticos: nacen así los caudillos de barrio o los “punteros”,
llamados así porque hacían “punta” o iban a la cabeza de toda movilización,
pero también se encargaban de “apuntar” lo que sucedía en el barrio, quiénes
adherían a su propuesta y quiénes no, etc…
Causa
y efecto: el militante y su acción política
La militancia, sus formas de
acción y sus correspondientes renovaciones en el accionar político, siempre
nacieron de espacios opositores. Nació así con la Revolución Francesa, siguió
aquí en Mayo de 1810, y se desarrolló en la última década del siglo XIX con el
radicalismo… Y esos modos y prácticas militantes, desde su innovación, fueron
triunfantes y provocaron los cambios que se propusieron. Sucedió con las
citadas revoluciones y, aquí, con el radicalismo, que logra la ampliación o
democratización de la acción y participación política. Los comités fueron el
pulmotor de la campaña que le permite a Hipólito Yrigoyen llegar al gobierno en
1916. Los medios de propaganda eran nulos (ni siquiera había llegado el tiempo
de la radio como medio de alcance para los sectores populares) y el boca a boca
era el recurso más efectivo y el más económico para un partido joven que jamás
había estado en el poder. La figura del “Peludo”[vii] se agigantaba hasta
tomar dimensiones míticas y eso lo hacía más seductor para quienes conocían de
boca de sus vecinos o sus “punteros”, que ese hombre que vivía recluido y
evitaba hasta los actos políticos, tenía en cuenta atender los pedidos de
quienes jamás habían sido escuchados.
El radicalismo accede al
Gobierno y se transforma en factor de poder, lo que lleva a una reformulación
de sus estructuras que se “aburguesan”. Ya desde el Gobierno, las obras mismas
hablarían por ellos. La inclusión social y el espacio que se les da a las
clases trabajadoras para acceder, por medio de los sindicatos, a las mesas de
negociación con las patronales, genera una adhesión insospechada entre los
trabajadores por esa figura misteriosa que era el Presidente de la Nación.
Este aburguesamiento de las
estructuras también trajo como resultado un alejamiento de la estructura
partidaria de las bases que le dieron sustento. El alvearismo comienza a darle
forma a lo que luego sería el radicalismo: un partido político de elite, con
una dirigencia atenta a las clases altas pero con un ojo puesto en las clases
medias, que en ese momento eran el sustento electoral de todo partido con
serias aspiraciones de abrazar el poder. Resultaría tema de un análisis
sociológico más profundo establecer las causas por las cuales los partidos
políticos con composiciones sociales que no centran sus políticas en las clases
populares olvidan a la militancia como herramienta de construcción política. La
ya clásica foto de Mauricio Macri saltando el charco en un barrio carenciado de
la ciudad de Buenos Aires, quizás sea el inicio de la respuesta: hay que
caminar barro y ensuciarse los zapatos, como dicen en el barrio, para entender
a la gente. Y no cualquiera está dispuesto a mezclarse con la chusma.
Tiempos
violentos: militancia de resistencia
La década infame trae
aparejada la restauración conservadora y, con ella, todos sus vicios. La
oligarquía terrateniente recupera los espacios de poder cedidos (no perdidos
del todo) y el fraude electoral recupera vigencia, relegando los espacios de
reconocimiento social y político sobre los que los sectores medios habían
avanzado y los sectores populares reclamaban hacerse un espacio. La militancia
queda reducida a los tibios espasmos de la actividad sindical, una constante a
lo largo de la Historia Argentina: allí donde la actividad política y
partidaria queda relegada por el autoritarismo y la represión, se enciende la
llama de la acción sindical para reemplazar o mantener viva la acción
militante. Sea en tiempos de dictadura o de democracias restringidas.
El surgimiento del peronismo
parece no imponer novedades militantes en cuanto a la práctica, pero sí en
cuanto a sus características. Cambia la composición social y en la pirámide
peronista, la base se amplía en las capas populares, en la clase trabajadora.
Se retoman las prácticas del radicalismo y los viejos comités, puestos entonces
al servicio de la Unión Democrática, en manos del peronismo se transforman en
Unidades Básicas, los centros de reunión para las bases. Cambios al parecer
superfluos. Pero hay innovaciones de fondo que transformarían la práctica
militante de allí en más.
El peronismo, como toda
experiencia novedosa, surge desde la oposición y debe remontarse en la
adversidad, como lo hubieron hecho los revolucionarios de Mayo, los
socialistas, los anarquistas y los sindicalistas en la Argentina. Pero debió
hacerlo en la más dificultosa adversidad: el medio de comunicación masivo (la
radio) estaba en manos de la coalición más importante formada en la Historia
Argentina: la Unión Democrática, formada por todos los partidos políticos y el
apoyo de los EEUU a través de un rol activo en la campaña por parte de su
embajador, Spruille Braden. Ante semejante maquinaria propagandística, la nueva
fuerza política impone la imaginación para llegar al poder: los camiones de
obreros con engrudo y afiches empiezan a recorrer las ciudades dejando el sello
inevitable para el transeúnte y el candidato en desventaja, para llegar a la
gente, sólo tiene un camino que emplea con éxito: recorrer cada rincón del país
para hacerse conocer aún donde la radio no se conocía. Y este candidato expone
una nueva forma de militancia, ante la falta de una estructura partidaria: la
militancia movimientista. El movimiento, pues, se hace presente en cada
instancia, en cada acontecer de la vida cotidiana. Y el militante con
conciencia movimientista, milita en cada espacio de su vida. No tiene que
apegarse a las formas ni a las reglas de un partido: sólo debe hacer militancia
activa en cada acción que le permita marcar una diferencia entre su ideología y
la del resto. Un docente, entonces, hace militancia al dar clases, un abogado,
al hacer cumplir las leyes, un artista, al transmitir ideas y sentires con su
obra, y así infinitamente. El movimiento, el peronismo, explica que se puede
militar aún en los ámbitos más inesperados y que toda acción cotidiana es
transmisora de ideología. La maquinaria militante se expande hacia todos los
ámbitos de la vida porque la coyuntura así lo exige: los sectores populares
nunca tendrán los medios para llegar masivamente como lo hacen las elites. La
militancia se opone y se impone (a su vez) a la gran maquinaria
propagandística.
Las coyunturas imponen
nuevas formas de militancia a medida que los años transcurren en la
convulsionada Argentina de mediados del siglo XX en adelante. Ahora el
movimiento militante se expresa de forma contundente en los puestos de trabajo.
Un tornillo cumplía una función más poderosa que un afiche, en épocas de
resistencia: sabotea a la patronal, al capitalismo, a la clase social que se
impone sobre la clase obrera y su gobierno. Las clases sociales militantes, en
la Argentina, aprenden la militancia al abrigo de la resistencia. De este modo,
toda una generación crece y se hace en la resistencia. La oposición a las
dictaduras y sus gobiernos cómplices “democráticos” y la lucha por el retorno de
Perón, son lo mismo. De tan claro, el objetivo se vuelve difuso. De modo tal
que el objetivo secundario (el retorno de Perón) obstaculiza la visión del
objetivo primario: la toma del poder (y, claro, para qué se lo toma). Esta
generación consigue su objetivo a fuerza de “caños”, “miguelitos”[viii] y escapadas constantes,
entre cárcel y represión. Pero cuando el peronismo toma el poder, los
luchadores quedan fuera de toda perspectiva política: su militancia consiguió
el objetivo propuesto, pero la “rosca” se impuso y quienes tomaron el poder
tenían objetivos políticos distintos de quienes lo hicieron posible. Los
militantes no pensaron en ocupar espacios de poder pues eso era para los
“burócratas”[ix].
De ese modo, al regreso de Perón, los cargos partidarios y de gestión de
gobierno fueron ocupados por la derecha peronista ya que para la izquierda,
entre el líder y las bases, no hacía falta nada para construir políticas. La
muerte del líder demostró lo ingenuo de esta visión política, pero ya era
tarde: la represión se desató ferozmente sobre esa militancia que intentaba
corregir ese error.
Tiempos
de reformulación: la vuelta al origen y mucho más…
El retorno a la democracia
en 1983 también muestra un retorno a formas primitivas de militancia: el puerta
a puerta y el boca a boca se complementan con la maquinaria propagandística que
se revelará como más eficaz. Aún así, un segundo de televisión es más certero
que una charla o un debate barrial. Los medios masivos de comunicación ya son masivos y se complejizan con el correr de
los años. La militancia es cada vez más inexistente así como eficaz. Desde
entonces, los candidatos centran sus campañas en los medios y no en la
militancia. Pero el nuevo siglo ya nos sorprende con mecanismos novedosos: la
crisis de representación surgida con el estallido del 2001 lleva a la gente a
constituirse en asambleas por fuera de toda estructura partidaria. Y hacia
fines de la primera década, Internet es una fuerza arrolladora que penetra en
los hogares e irrumpe violentamente, al tiempo que la sociedad argentina se
desayuna con una “novedad”: los medios de comunicación no son tan
independientes como se suponía.
La novedad de este nuevo
siglo es que los sectores populares mayoritarios se encuentran contenidos en el
Gobierno y resisten desde una militancia primitiva, desde el boca a boca, y el
Gobierno mismo resiste desde la acción de Gobierno, movilizando su maquinaria
propagandística sólo en función de difundir sus actos o ideas. Las redes
sociales y los medios de comunicación se encuentran en manos de la oposición.
No es sencillo para los hogares de clase baja acceder al maravilloso mundo de
Internet, y si lo hacen no es para manifestarse políticamente sino para
distraerse de las largas jornadas laborales. Entonces, la oposición se
manifiesta masivamente a través de las redes sociales, simplemente, porque son
las que más acceden a ellas con ese fin. Algunos modos de organización surgen y
se oponen en una batalla de sordos donde se trata de ver quién pone más posteos
así como antes se trataba de ver quién tapaba más paredes.
La pregunta que moviliza,
más allá de cualquier militancia, es de qué modo se construye política hoy en
día con las bases. Los medios de comunicación, son cada vez más contundentes.
Un informe televisivo sobre un determinado sector político o sobre los planes
sociales como prebenda tienen más resonancia social que una larga caravana de
uniformados planeros trabajando a lo largo de la Ruta 3, aún para quienes los
vemos a diario. ¿De qué manera se logra esa misma contundencia desde la
militancia? ¿Cómo conseguir atraer las voluntades políticas de la masa hacia
una determinada idea? Las respuestas son siempre las mismas: en primer lugar,
con proyectos. Un colectivo político que no tenga una idea que transmitir, se
somete al divague perpetuo de pretender hacer política sin saber cómo ni para
qué. Pero esos proyectos políticos no pueden estar disociados de los intereses
mediatos (generalmente es lo que proponen) o inmediatos (que es lo que muchos
movimientos olvidan). La construcción de un centro de salud barrial o la
accesibilidad vial a una escuela de barrio son, muchas veces, más importantes
para la gente que la candidatura de tal o cual personaje a presidente. Y menos
aún, que las candidaturas de medio término, como un diputado o senador. La
gente tiene, muchas veces, urgencias que necesitan ser respondidas dentro de un
determinado ámbito, sin tener que pasar por el tamiz del FMI o la ONU.
En segundo lugar, esas
propuestas o proyectos deben ser transmitidas con una acción concreta. Se suma
con trabajo y el trabajo y sus resultados son el mejor ejemplo. Es inviable
proponerle a la gente que se sume a un proyecto que sólo verá sus frutos a
partir de su participación, pues de esas promesas recibió en demasía. La gente
se sumará a un proyecto cuando sepa que los resultados de lo que ve serán mejores
a partir de su participación. No de otra forma. La construcción política
precisa de una herramienta teórica e ideológica para situar al sujeto político
en un determinado espacio del espectro político; pero requiere, sí o sí, una acción
concreta que plasme esa teoría e ideología en lo que se convertiría, en caso de
lograrlo, en una acción de gobierno aún más poderosa. Porque la gente no quiere
votar a más de lo mismo. Sino a aquello que desde lo cotidiano y creciendo
hacia lo teórico, le modifique la vida sustancialmente. De lo micro, a lo
macro. De lo cotidiano y lo barrial a lo nacional y popular.
[i]
La “rosca”, en la jerga política argentina, es la capacidad de negociación para
conseguir objetivos que pueden ser políticos pero que, generalmente, resultan
ser personales.
[ii]
Sarmiento, Domingo Faustino; “Facundo”, Buenos Aires, Eudeba, ed. Vs.
[iii]
Jauretche, Arturo; “Manual de zonceras argentinas”, Buenos Aires, Peña Lillo,
1984.
[iv][iv]
Del inglés meeting, encuentro.
[v]
Romero, Luis Alberto; “Breve Historia Contemporánea de la Argentina”, Bs. As.,
Siglo XXI, 2001.
[vi]
El sufragante debía decir en voz alta en la mesa electoral a quien votaba. De
ese modo, todos sabían su inclinación política o su preferencia, pero lo peor
era que los candidatos oficiaban de fiscales de mesa y, a su vez, eran también
los hacendados ricos del pago, por lo cual se convertían en los patrones de los
votantes. Votar en contra del patrón era un suicidio político, económico y
laboral.
[vii]
Se le había apodado con el nombre de ese animal de las Pampas porque, decían,
jamás abandonaba su madriguera
[viii]
Los “caños” eran bombas de fabricación manual fabricadas en recortes de caños
de agua o gas (de plomo) y los “miguelitos” son tachuelas que se tiraban en los
caminos para evitar el avance de los carros policiales represivos. Cuando el
éxito de los “miguelitos” hizo inútil el avance de los carros de asalto con las
tropas represivas, comenzó a surgir la caballería como fuerza represiva. El
ingenio popular estableció las bolitas o canicas para contrarrestar el avance
de los caballos, que rodaban en el suelo cuando pisaban la nueva “arma” que los
obreros le oponían.
[ix]
Gómez, Hugo Alejandro; “Montoneros en Morón. Militantes y militancia.
1973-1976”, Ramos Mejía, CLM, 2007.