A mi hija Mariana, para que nunca
se cruce a ningún Mauricio
(o sepa mantenerlos lejos)…
A mi hijo Juan Pablo,
Para que nunca se sienta Mauricio…
La seducción, podría decirse, es uno de los
estados naturales en que cae el ser humano para conquistar voluntades. Y las
mismas pueden ser de carácter variopinto: voluntades políticas, voluntades
delictivas, voluntades fraternas, voluntades deportivas y hasta voluntades
románticas. Decimos que cae pues, generalmente, el seductor tiene el carisma
para atraer de manera natural, casi sin proponérselo. Forzar la seducción puede
llevar a resultados no deseados o contrarios a lo que nos hubiéramos propuesto.
Seducir no es pa’ cualquiera, decían en el
barrio. El arte de la seducción requiere ser acompañado por una serie de
talentos innatos que pueden pulirse, como cualquier oficio, pero no serán
incorporados a nadie por más que se lo intente. Ejemplos hay de sobra. La
capacidad de oratoria que tienen o tuvieron seductores políticos natos como
Cristina Fernández de Kirchner, Raúl Alfonsín o Juan Domingo Perón está más
allá de toda discusión. Es y era el toque de distinción que acompaña al carisma
para seducir y sumar voluntades políticas. Quienes hemos vivido en el Partido
de Morón tenemos un ejemplo más macabro: el ex intendente Juan Carlos
Rousselot. Este personaje, con un oscuro pasado ligado a la Triple A, y luego
al menemismo más acérrimo, fue destituido por corrupción (un contrato para
construir cloacas firmado con un entonces casi ignoto Mauricio Macri) y la
Plaza frente al municipio se llenó de gente indignada pidiendo por su jefe
político caído en desgracia. Años después, fue reelecto en pleno festival
menemista, libre de mancha y pecado cual carmelita descalza, tras un triunfo
abrumador en las urnas. Se sabía y se supo de su ineficiencia y corrupción en
el manejo institucional y sus métodos de intimidación con la guardia pretoriana
formada por lo más selecto de la barra brava del Deportivo Morón. Pero aún así,
volvía y triunfaba y tenía una alta imagen positiva entre la población del
Partido. ¿Cómo se explica eso, más allá de la remanida frase de que “el pueblo
no sabe votar”? Quien escribe estas líneas tuvo la oportunidad de estar
presente en un Congreso Partidario donde presentaba su proyecto político para
un nuevo Partido de Morón, que contemplaba una ciudad extraída de las películas
de ciencia ficción donde sólo faltaban las naves voladoras. Y el público salió
maravillado con esa brillante pieza de oratoria. Sabíamos, cuando abandonábamos
la pasión encendida por el discurso, que nos estaba mintiendo soberanamente.
Pero aplaudíamos y no dejábamos de cantar la marcha peronista, sabiendo que el
tipo, de peronista, sólo tenía el escudo en el afiche electoral.
Eso, estimados, es seducción. Y no era
fabricada. En esos años ya comenzaba a fabricarse la construcción de líderes.
Se supo, con el tiempo, que el puño extendido con el índice hacia adelante y
bajando una vez y otra poniendo énfasis en las frases más destacadas, fue el
resultado de un consejo de los asesores de campaña de Raúl Alfonsín para la
campaña de 1983. Y pasó a la Historia el gesto, dándole ampulosidad al “Con la
democracia se come…”; en la campaña siguiente, el candidato cordobés del mismo
Partido, Eduardo Angeloz, pensó que con mover la mano le alcanzaba. Y así le
fue. Eso, es falta de carisma, ausencia de capacidad de seducción y el rechazo
hacia la búsqueda de toda imposición sobre las virtudes y límites naturales del
individuo. La diferencia está en ver lo que provoca el histórico discurso de
cierre de campaña y la pasión que encendía, al lado del “Se puede”, casi
antinatural de tan forzado que estaba. Es decir, seducir no es pa’ cualquiera.
Si
soy así, qué voy a hacer/ nací buen mozo y empinao pa’l querer
El rol de la mujer en la Historia es el de
subordinación respecto a la voluntad del hombre. Claro que tiene que ver con la
sabia frase que define que “la fuerza es el derecho de las bestias” y, desde
allí, el hombre se impone a fuerza de garrotazos, metafórica y literalmente
hablando, si nos remitimos a la imagen del hombre de las cavernas pegándole el
palazo en la cabeza a la chica de sus sueños y arrastrándola a la caverna
mientras ella sonríe con satisfacción plena al haber sido domada por tan viril
garrote (u hombre). Pero sabemos también que las más primitivas comunidades
eran matriarcales, ya que se consideraba que las mujeres se imponían con mayor
sabiduría puesto que tomaban decisiones con ese instinto de cuidado hacia el
otro que el hombre no posee y que ellas desarrollan por el cuidado de su prole.
Las comunidades primitivas seguían a rajatabla el mandato femenino basado en la
generosidad y el cuidado para la preservación de la especie, para la
supervivencia.
¿Qué sucedió para que la relación de poder
y estimación de uno hacia otro cambie de forma tan radical? Varios factores,
pero nos remitiremos a los principales. El cambio de la división sexual del
trabajo hacia la división social del trabajo es uno de ellos; pero esa división
social aparece con las estructuras de poder políticas y religiosas manejadas
por los hombres. El palacio y el templo, diría con justa autoridad Mario
Liverani. Pero para que ello aparezca (porque toda innovación aparece en la
Historia del hombre por una necesidad), hubo que sentir primero la urgencia de
organizarse de ese modo por una amenaza concreta: las demás tribus y bandas
comienzan a combatir por los espacios más fecundos, los territorios con más
alimentos. De esta manera, en el combate, la supremacía que se impone es la del
hombre, que por naturaleza biológica es más fuerte e impone la defensa del
colectivo en la batalla, a través de la fuerza. Es el paso de la sociedad
matriarcal a la patriarcal. Lo que equivale a decir que el paso del nomadismo
al sedentarismo representó el gran retroceso en la vida de la mujer, el cual
hoy en día aún no puede ser reconstituido.
La mujer empieza a tener un inevitable rol
secundario cuando el hombre se apropia de las funciones decisorias: la política
y la religión. Y la economía productiva es dirigida también con la rígida
fuerza masculina ya que se impone la esclavitud como modo de producción,
relegando a la mujer al reducido espacio de la casa y las tareas domésticas.
Claro que a mayor grado de pobreza, mayor será su participación en las tareas
productivas; pero por necesidad, no por decisión o emancipación. Sus funciones
sociales, políticas y económicas eran nulas. Debía conformarse con que las
decisiones de los hombres fueran las correctas. Tenía vedado el acceso a la
palabra en las asambleas, en el ágora, el Senado o donde sea que se pudiera
ejercer opinión.
Así y todo, la seducción era un oficio que
podía llegar a tornarse inhallable. Los casamientos se decidían al instante de
alcanzar la temprana niñez y cuando ya se calculaba que el niño, con 5 o 6 años
encima, sobreviviría (pues la mortalidad infantil era muy alta), se le asignaba
esposa. Entonces, no había que remarla: el tipo no necesitaba un discurso para
seducir ni la chica se permitía ser exigente, no sólo con que hilara tres
frases coherentes, sino con que al menos tuviera una mínima presencia que le despertara
algo de se(x)nsualidad. Estaba destinada a resignarse y a rezar para que el
candidato asignado no sea como el de sus vecinas. Pocos fueron los corajudos
galanes que, como Julio César, se le animaron a la piba más linda de Egipto
cuando ni siquiera ponían los lentos para facilitar la tarea. Enamoró a
Cleopatra y se enamoró de ella, ganándose la admiración de la muchachada
soldadesca y los suspiros de todas las damas del Imperio. Supo ser hombre y
conquistar seduciendo. Porque seducir, no es pa’ cualquiera.
La aparición del
cristianismo como religión oficial europea en los primeros siglos de nuestra
era, terminó de sepultar las casi
inexistentes esperanzas que hubiera para modificar el asunto.
El cristianismo atraviesa la Edad Media y
la Moderna, así como gran parte de la Contemporánea, como la fuerza política
más importante del mundo. Y se trata de la religión más patriarcal que existió.
La mujer tiene un rol absolutamente subordinado. Participa subsidiariamente y no
tiene acceso a jerarquías ni a posiciones de decisión. Los conventos de monjas
tienen una Sor o Hermana Superiora a cargo, que depende a su vez de las
decisiones de un sacerdote que determina qué se hace y cómo. Y para afrontar la
sociedad, lo hace con la venia de los sacerdotes o bajo las órdenes de aquél.
Pero jamás ejerciendo los sagrados sacramentos, pues la Iglesia no les otorga
el poder para hacerlo. Puestos a hacer una anacrónica y forzada comparación
(aunque necesaria), Von Wernicke, el cura condenado por haber cometido crímenes
de lesa humanidad durante la última dictadura en la Argentina, tiene aún el
derecho de oficiar misa (la Iglesia Católica no le revocó ese privilegio) y
monjas como Teresa de Calcuta (no es santa de nuestra devoción, por razones ya
explicadas en otro artículo, pero al lado de este cura es un Osito Cariñoso)
murieron sin poder acceder a este privilegio.
Lo
mejor que hizo la vieja es el pibe que maneja
La aparición del capitalismo marca rupturas
en este sentido como en tantos otros que ya señaláramos en trabajos anteriores.
El hombre ya no es tan autosuficiente y, ese objeto asimilable a los niños por
su rol social y por su capacidad intelectual, es mirado de otro modo sólo
porque se lo necesita más que antes. Tiene que salir a laburar y a conseguir el
mango, como cualquier hombre, y hasta cubriendo los baches que el desempleo
fabril va creando entre los hombres trabajadores, que se van sintiendo cada vez
menos todopoderosos. La mujer va adquiriendo mayores responsabilidades, toma un
contacto más fluido con el mundo y empieza a ver la vida a través de sus ojos y
no a través de las noticias que el marido le llevaba a la casa. Pues al hablar
con la vecina sucedía igual: ambas tenían la visión masculina del mundo, no por
recorrerlo, sino por el boca a boca a la hora de la cena.
Surgen así los movimientos de emancipación
femeninos y los cambios se aceleran. La mujer cobra el salario de un niño y es
sometida a todo tipo de vejámenes para conseguir el empleo y para conservarlo.
El acoso sexual de hoy día es apenas un rito iniciático comparado con los
padecimientos que han tenido que sufrir las mujeres del siglo XIX y primera
mitad del siglo XX. Y en esto también hay distinción de clase: a mayor pobreza,
mayor abuso. Los “señoritos” de las clases altas eran atendidos (no por
casualidad) por bellas empleadas domésticas puestas no tan al azar, para
acompañar sus primeros pasos en su viril sexualidad. Luego invitaban a sus
amigos para que la belleza de turno les sirva el café mientras les comentaba
por lo bajo las virtudes secretas de su “conquista”.
Pocos tenían el coraje de darle un lugar de
privilegio a su mujer y ponerlas a la misma altura, con un rol importante a la
hora de la palabra y de las decisiones. Hasta en eso, Perón fue revolucionario.
Y así le fue. Condenado desde el primerísimo momento en que se mostró con la
“actriz” (profesión relacionada por entonces al sí rápido y a la vida fácil),
le demostró a toda una sociedad que un General, bien cojonudo (se trata de una
jerarquía militar que no cualquiera alcanza), podía someterse a su dama sin
dejar de ser macho. Y Eva Duarte demostró que una mujer con alas, puede volar
muy alto. La valoración que se hace de la mujer argentina después de Evita,
voto femenino incluido, cambió rotundamente, generando más espacios y una
ampliación de derechos que aún no se detiene.
El del “señorito” atendido a domicilio, es
apenas un ejemplo de algo que no es tan misterioso pero sí contundente: a mayor
altura en la escala social, menos habrá que trabajar. Y no hablamos de
producción ni de capitalismo. Hablamos de seducción. El hombre llega precedido
por el halo de riqueza que lo envuelve y los intereses económicos que una candidata
pueda tener (no por ser mujer no va a dejar de poseer ambiciones materiales o
económicas, ¿no?) se supeditan a ello. El príncipe Carlos no se gana a Lady Di
luego de una larga sesión de chamuyismo romántico ni imponiéndole su belleza
por sobre la atracción masculina de los muchachos de la corte y la nobleza
europea: es ella quien decide que el tipo es potable en virtud de su título de
nobleza y los beneficios que ello confiere. Hasta en el barrio sucede. Los
muchachos que apenas pueden hilar tres frases seguidas, van abrazados a
hermosas damiselas de compañía sentados al volante de sus hermosos bólidos. El
máximo esfuerzo que hacen estos pibes, es el de girar la llave para poner en
marcha el motor. El resto, no lo entienden. Por eso se divierten a costilla del
tipo que va al encuentro de su amada con un ramo de flores en su mano. Porque
no saben de seducir ni de sostener el amor. De eso se encargan sus abultadas
billeteras. La conclusión es siempre la misma: seducir no es pa’ cualquiera.
Y
si no te da la hora/ elógiala por atrás (“Blues del levante”, Charly García)
A la hora de sumar voluntades políticas,
las alianzas sirven para seducir a los votantes o atraer un electorado náufrago
o huérfano de propuestas. Esta “renovación” que implicaría una alianza
política, modificaría el espectro electoral y actuaría como herramienta de
seducción, siempre y cuando haya, además de una propuesta coherente, una figura
con el carisma suficiente para seducir al electorado. A falta de una Liga de
Gobernadores decimonónica, la Neo Unión Democrática o UNEN, como prefiera
llamarla, querido lector, pretende ser una renovación del espectro político argentino,
con la modesta aspiración de alcanzar el ballotage en el concurso electoral del
próximo año 2015. Es decir que, como el pibe de abultada billetera, el rejunte
político intenta ganarse la voluntad ajena sin laburar demasiado. Pues no hay
un esfuerzo programático que defina un cambio de rumbo ideológico que nos lleve
a pensar “¡Qué esfuerzo hacen estos muchachos, que lo parió! ¡Además de
resignar ambiciones personales, se rompieron el mate para presentar nuevas
propuestas!”. De hecho, la presentación de esta alianza, con una enorme
parafernalia mediática, alquiler de teatro incluido, escenografía y cotillón
mediante, contó con una particularidad que casi nadie se encargó de destacar:
el acto no tuvo ni un solo orador. ¿Está todo dicho, pues?
Los actos de la Unión Democrática tenían la
particularidad de ser abarcativos y permitían, en su magnánima pluralidad y
tolerancia, presentar como oradores a gente tan disímil como el secretario
general del Partido Comunista Argentino y el embajador norteamericano. Pero
además de ser virtuosos a la hora de ser democráticos, la Historia demostró que
estos muchachos no podían seducir a nadie. La capacidad de seducción estaba en
la vereda de enfrente, con ese ex Ministro de Trabajo y Previsión que, además
de carisma, les hablaba en lenguaje común, como en el barrio, haciéndose
entender con su sonrisa gardeliana y su propuesta política ya practicada desde
sus cargos políticos previos. Seducir no es pa’ cualquiera.
Lo que queda claro es la dirección que esta
nueva alianza, forjada para luchar contra el autoritarismo fascista imperante,
puede lograr muchas cosas, pero será difícil que seduzca a los más avisados. Al
menos, es llamativa (el adjetivo es generoso, depende cómo se mire) la premura
con que la radical-cc-gen-unen y demás, Lilita Carrió, implora por una alianza
con un maestro en el arte de la seducción: Mauricio Macri. Hablando de niños de
abultadas billeteras, la oxigenada denunciadora asegura que no importa con
quién uno se junte, sino que importa nada más que juntarse. Y eso, terminará
haciéndole un tamaño favor al oficialismo. Y un flaco favor a la calidad
política. Reducir la seducción electoral al rejunte hueco de ideas, equivale a
seducir mujeres tal como suele hacerlo el pibe de abultada billetera que nunca
la remó: a la hora de hablar de seducción, cree que basta con elogiar culos.