lunes, 4 de agosto de 2014

La batalla cultural: entre Jauretche y la nada… ¿Qué?




En un viejo artículo de “Historia Nacional y Popular” (ver “Defensiva…”) señalábamos una problemática vigente, porque se trata de un problema permanente, que se renueva con diferentes asuntos y entreveros, pero que en esencia es la misma. La batalla dialéctica, más allá de ser una batalla discursiva, es una apropiación del espacio cultural, algo que la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, se encargó de denominar “la batalla cultural”. La batalla cultural es, ni más ni menos, que un posicionamiento discursivo o dialéctico, para presentar debate historiográfico, político, cultural, en fin, ideológico, frente a una posición que, a priori, se presenta como dominante desde que la Patria es Patria y la vida es sueño, diría Calderón.
Esta batalla, es, ni más ni menos, que la contraposición estructural y superestructural de la competencia entre dos modelos, dos corrientes de pensamiento o dos proyectos de país, batalla que no es nueva y atraviesa toda la Historia Argentina y, si se quiere, Latinoamericana. Veamos por qué.
Cuando todo era nada, era nada, el principio…[1]
La crisis del orden colonial de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, que implicó la independencia de las colonias americanas, fue producto de una serie de intereses contrapuestos entre las potencias centrales que estaban configurando un nuevo orden económico y político internacional. Mientras Inglaterra pujaba por parir esa inevitable Revolución Industrial, Francia intentaba ejercer el contrapeso político correspondiente y España, en una caída irrefrenable, hacía malabares para sostener no sólo sus colonias, sino también, su propio orden interno. El triunfo de la Revolución capitalista inglesa sobre la revolución burguesa francesa (que luego se fundirían en una, política y económica) determinó la subordinación del orden internacional a los nuevos mandatos económicos.  
De esta manera, América Latina y la Argentina, más específicamente, quedan subordinados a este nuevo orden internacional que, hasta un historiador moderado y liberal no duda en denominar como “orden neocolonial” (Tulio Halperín Donghi, “Historia contemporánea de América Latina”, Alianza Editorial). Las nuevas colonias latinoamericanas, la Argentina especialmente, quedan sujetas a este pacto neocolonial y con un rol específico en la nueva División Internacional del Trabajo (DIT): ser productoras de materias primas para el mercado mundial, ávido de sus embarques para generar las manufacturas que sus centros industriales producirían con sumo agrado y a un alto costo para este continente. Por algo, Eduardo Galeano inicia su obra cumbre refiriéndose a la DIT, expresando que “consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”, y que “nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza” (Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”, Editorial Siglo XXI). De este modo, las sociedades neocoloniales van configurando un orden de acuerdo a este alineamiento. Y las oligarquías o clases dominantes se formarán en base a esos postulados, intereses y acuerdos comerciales.
En la nueva nación Argentina, desde el inicio mismo de la Revolución de Mayo, ese problema genera una interna en la Junta Revolucionaria. Los dogmáticos, revolucionarios, son marginados por la oligarquía comercial, lo que le cuesta el exilio y la vida a Mariano Moreno (más allá de toda duda), condena a Castelli a morir en la cárcel, envía a Belgrano a bailar con la más fea del baile y excluye a Artigas de toda discusión, amén de relegar a Monteagudo a un rol secundario y marginal, tomando mate en el patio del fondo. La revolución triunfante en Buenos Aires es apropiada por el creciente sector mercantil y financiero del puerto, que se erige como centro de poder comercial y, por lo tanto, político. La primera batalla, la de generar un país independiente y con proyecto económico propio o no, fue ganada por el centro capitalista mundial encarnado por Gran Bretaña. Duró unos pocos años, ya que los descalabros que generaba esta dispersión política requerían de una mano firme y con un proyecto más definido. Cuando Juan Manuel de Rosas se encarga de la gobernación de Buenos Aires (luego de que la caótica situación le costara la vida al líder de una representación ajena a los intereses foráneos, Manuel Dorrego), el proyecto de país cambia de rumbo. Las provincias recuperan autonomía a pesar de que el gobernador bonaerense se queda con la cabeza del león, es decir, la administración de la Aduana portuaria. Pero aún así, recuperan el oxígeno necesario para respirar las industrias provinciales. Nuevamente los vinos cuyanos y los tejidos del altiplano se vuelven a imponer ante los vinos españoles y franceses y los ponchos de Manchester. Las barreras aduaneras obligan a los imperios a tomar medidas y Francia e Inglaterra son derrotados en la heroica Vuelta de Obligado y se ven impelidos a buscar una estrategia diferente a la invasión foránea, puesto que los gauchos ordinarios tienen un orgullo nacional que jamás habían enfrentado. La forma era confrontarlos a unos con otros y, aquellos que formaban parte de esos intereses mercantiles, se plegaron gustosos a derrocar al gobernador que no permitía que cualquier barco extranjero navegara libremente por los ríos interiores ni admitía el libre comercio como ellos necesitaban. Lograron, con la ayuda de un caudillo popular, Urquiza, y los ejércitos de la Banda Oriental y Brasil, derrotar a ese salvaje gaucho que no entendía nada de ordenamiento político y económico internacional. Quedó desterrado al olvido y pudieron, por fin, con la guía de la comunidad internacional, imponer la Santa Constitución que tanto venían reclamando. El proyecto de país empezaba a tomar forma.
Hubo tierra, agua, sangre, flores, todo eso y también tiempo…
Pero claro. Esta tierra estaba infestada de salvajes y de sangre gaucha que “sólo sirve para abonar la tierra”, en palabras de Gloria y Loor, Honra sin Par. La arremetida contra Rosas debía completarse contra la hermana Paraguay de Solano López y los gauchos argentinos, incivilizados ellos, se oponen a la guerra y son también aniquilados, más específicamente sus líderes, Felipe Varela y el Chacho Peñaloza. Se completa el círculo para que el país se incorpore amablemente al mercado mundial. La división internacional del Trabajo precisaba de la incorporación de las naciones americanas al mercado mundial como productoras de materias primas. La Argentina, incluso, emprende la guerra al malón para incorporar las tierras del indio, ya que la pampa era necesaria para comenzar a cultivar el trigo y criar las vacas necesarias, mientras que la Patagonia era necesaria para seguir criando y proveyendo la lana de las ovejas que las industrias de Manchester seguían reclamando.
La misma problemática se estaba dando incluso en el riñón del mundo capitalista. El sur esclavista de los EEUU pretendía seguir ligado a los intereses de la industria textil inglesa produciendo algodón bajo un modo de producción esclavista. El norte industrial intentaba generar políticas de promoción independientes de los centros del mundo capitalista. Habiendo capacidades y materias primas… ¿Para qué vender la materia prima y pagarla más cara manufacturada, si podemos hacer todo y venderlo nosotros, se preguntaron? Una pregunta que en la Argentina se hicieron unos pocos y fueron silenciados o derrotados. Las polémicas de Rojas y Patrón con Ferré y luego el nacionalismo económico de Vicente Fidel López contra el liberalismo mitrista de Miguel Cané dan cuenta de que aquí había plena conciencia de dos posiciones antagónicas y dos proyectos diferenciados. Son innumerables los textos que tratan sobre ello e incluso en historiadores que no se pueden tildar de “nacionalistas y populares”; José Carlos Chiaramonte lo desarrolla muy bien en “Nacionalismo y liberalismo económicos en la Argentina” (Buenos Aires, Hyspamérica, 1986). La diferencia es que en EEUU triunfa el norte industrialista. Aquí, la conformación de una oligarquía terrateniente que se apodera del poder político, determina el triunfo de estos intereses contra los sectores de las pequeñas industrias manufactureras. Si querías una Nación importante, libre e independiente... Andá a llorar a la Iglesia.
Claramente digo que éste fue el mundo del hombre…
El modelo agroexportador es posible con la incorporación al mercado mundial en las condiciones que proponía la DIT y la formación de un Estado nacional liberal acorde a esos postulados. La clase dirigente que se apropió de la Revolución de Mayo y la recupera en Caseros, ahora tiene todo el aparato en su poder para moldear la Nación a su antojo. En la superestructura, se apropia del aparato jurídico imponiendo una legislación y un ordenamiento constitucional acorde a sus intereses. En lo estructural se apropia del aparato del Estado para dar forma a la estructura productiva (FFCC, reparto de tierras, políticas migratorias, etc.) que podía ser útil a los sectores dominantes y los poderes hegemónicos ligados al poder del capitalismo central.
Pero como todo concluye al fin y nada puede escapar, esta bonanza que permitía a la oligarquía terrateniente argentina disfrutar de las tardes parisinas y el placer de las fiestas en los palacios medievales europeos y el invierno de esquí en los Alpes suizos, tenía que acabar. La crisis del modelo agroexportador y sus propias limitaciones quedan expuestas cuando el estallido financiero del ’29 derrumba como un castillo de naipes los fundamentos económicos que sostenían el orden internacional. El reordenamiento implicó la aplicación de un mercantilismo amarrete que no permitía la salida de divisas más allá de las fronteras internas o, a lo sumo, dentro del territorio de las colonias. El mayor comprador de nuestro país, Inglaterra, decide comprar lo que nos compraba a nosotros, en sus propias colonias: Australia, la India y tantas más. El proyecto conservador y oligárquico que recupera el poder luego del breve interregno radical, envía al vicepresidente Julio A. Roca (h) a negociar y volver feliz luego de la firma del Pacto con el ministro británico Runciman. Al mismo tiempo que declaraba que la Argentina era la joya más preciada de las colonias británicas, exhibía sus ancas para demostrar que nos habían quitado hasta los calzones. El modelo seguía pugnando por aflorar en sentido contrario. Arturo Jauretche, Scalabrini Ortíz, Hernández Arregui y un grupo de intelectuales nacionalistas denunciaban desde la FORJA que otro país era posible. El Golpe de Estado de 1943 y la gesta de 1945 pusieron al país nuevamente en la senda de los patriotas de Mayo. La línea Mayo-Caseros, era combatida, ahora, por la de San Martín-Rosas-Perón.
Se contaron, todas estas cosas…
El período 1946-2003 es parte de un todo indisoluble signado por un común denominador: la violencia política. No es que antes no la hubiera habido. Sucede que la oligarquía jamás vio y se sintió tan amenazada en sus intereses y privilegios. La clase trabajadora fue empoderada por su líder y se hizo visible a la realidad política argentina. Sus reclamos fueron oídos; sus demandas, satisfechas; y sus derechos, adquiridos. Los sindicatos se sentaban en las mesas de negociaciones a pelear de igual a igual con los empresarios. La pequeña y mediana industria y el pequeño y mediano productor encontraron sus representaciones en nuevos organismos donde no estaban sometidos a los intereses de la UIA, la SR y otros. La Confederación General Económica, la Confederación General de la Industria, la del Comercio, etc, surgen  presentando y representando lineamientos e intereses distintos de los que representaban los monstruos grandes que siempre pisaron fuerte. Una fábrica de tornillos de Avellaneda podía tener voz y no debía someterse a los imperios de la Coca-Cola, Mercedes-Benz o Molinos Río de la Plata. La CGT disputa la apropiación de la riqueza y el reparto llega a un histórico 53% a favor de los trabajadores en pleno auge del peronismo.
Lo que sigue, lo vivimos más de cerca: derrocamiento de Perón y 18 años de dictaduras y falsas democracias con represiones y fusilamientos a granel. El breve período camporista logrado a base de lucha, movilización, fierros (armas de fuego) y caños (bombas de fabricación casera), fue apenas un bálsamo. Perón ya no era aquel y dejó mansamente su legado en manos de la derecha más depiadada que conoció el Movimiento nacional hasta entonces. La Triple A fue su hija más dilecta en manos de la CNU, la policía loperreguista y el sindicalismo de Rucci y Miguel.
El desbande provocado por esta derecha no alcanzó y había que desaparecer, literalmente, todo vestigio de resistencia y lucha. La dictadura puso las cosas en orden y restauró el poder al orden conservador en lo económico y en lo político, desarticulando el Estado de bienestar peronista. Y como a veces para un peronista no hay nada peor que otro peronista, lo que empezó Martínez de Hoz y el alfonsinismo no se preocupó por sostener, lo poco que quedaba lo liquidó Menem (tóquese la parte de la humanidad más sensible a sus presagios cabuleros). El poder de la oligarquía terrateniente estaba donde siempre quiso estar y la clase media, en franco desbande, lloraba en la puerta de los bancos por sus ahorros abrazada a la innumerable horda de piqueteros desocupados a los que pronto despreciaría, una vez que pudo asomar el cogote del agua.
Y fue así. Fue así…
El 2003 da inicio a un nuevo proceso de la apropiación de los espacios políticos, económicos y sociales. Los marginados y los postergados de siempre comienzan a recuperar un espacio visible bajo el sol. El trabajo se vuelve costumbre y el acceso a beneficios y derechos (no dádivas, como muchos pretenden suponer) reincorpora al cuerpo social a la legión de postergados con jubilaciones, salarios y subsidios, así como acceso a la tierra, al crédito, a la tecnología y a la educación y salud. Pero brindar presupone que debe salir de algún lado. Y sale de lo que antes generaba más plusvalía. Más ganancias para los poderes concentrados. Para brindar estos beneficios, había que recortar esas ganancias extraordinarias. Y comenzó la nueva batalla. La Sociedad Rural, la UIA, la banca, el FMI y tantos poderes más, no reaccionaron pasivamente. Pero esta vez, sucedió algo inédito: la Argentina no se encontró sola en esta lucha que siempre fue desigual. Chávez, Lula, Evo, Correa y un gran concierto de naciones comenzaron a escuchar y acompañar, emparejando este eterno tire y afloje. La unidad latinoamericana no es la florcita adornando el cuaderno escolar entre las páginas del “relato”. Es el poder de las naciones históricamente subyugadas unidas y presentando batalla. Sin esa unidad, cada una de estas naciones se cae por sí sola y vuelve nuevamente al dominio del imperio. De allí que los medios dominantes insistan en querer fisurar estas relaciones poniéndole cámaras ocultas al Pepe Mugica para ver en quién se desgracia cuando va al baño o en intentar demostrar que Cristina no es sólida gobernante porque la pastera sigue contaminando y no le declara la guerra al Uruguay.
El último 25 de mayo se conmemoró, junto a la celebración de la gesta de 1810, por primera vez y de manera oficial, un nuevo aniversario de la despedida de Don Arturo Jauretche. La posición política del Gobierno Nacional en la negociación en los tribunales estadounidenses, dejó una pieza de oratoria maravillosa con reseña histórica incluida, sobre los orígenes y el desarrollo de la deuda externa argentina. En estos dos proyectos de Nación enfrentados una y otra vez a lo largo de la Historia Argentina, sólo uno de ellos se preocupa por apropiarse de los poderes económicos y políticos y supeditó el resto a esos intereses. El otro, el campo nacional y popular, siempre propuso una lucha integral y la apropiación de lo político y lo económico no se sostienen en el tiempo sin una concientización de lo que representa esta batalla cultural. La que nos clarifica en lo político, nos enriquece en lo dialéctico, nos une en lo histórico y nos afirma en lo ideológico. Perder la batalla cultural, y esto la presidenta lo sabe a la perfección, representa perder todo lo conquistado. Descuidarse, equivale a entregar los calzones, tal como lo hiciera cierto vicepresidente en los ‘30 y fuera imitado, con creces, por cierto presidente en los ‘90.


[1] Los subtítulos corresponden a la canción “Génesis”, del álbum “La Biblia” de la banda argentina Vox Dei.