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jueves, 13 de diciembre de 2012

El fallo del caso Marita Verón y la Justicia Argentina: la falaz coincidencia.




Había una vez, una casa con tres/ personas en una mesa/;
Uno en inglés, otro hablaba en francés/ y el otro hablaba en caliente/.
Cada uno mantenía su conversación/ que giraba en tres temas en cuestión:
Amor libre, sociedad y represión.
Charly García.

No tengo vela en este entierro
Me molestan las coincidencias. O, mejor dicho, ciertas coincidencias. Si una mujer bonita coincide conmigo en cuestiones que acerquen nuestras posiciones hacia una situación más afectuosa, voy a sentir que adoro las coincidencias. Pero coincidir con quien es mi enemigo en términos ideológicos, políticos, sociales y culturales, entre otros, me deja haciendo ruido o, más bien, un bullicio cerebral.
Desde el día en que se dio a conocer el fallo sobre el caso de Marita Verón, aquellos que siempre estuvieron frente a mí ideológicamente, coincidieron conmigo en la indignación sobre el asunto. Por supuesto, me provocó pánico escénico salir a mostrarme con el mismo discurso que aquél con quien siempre debatí. De algún modo, te miran como diciendo “¿Viste que tenía razón?”, al tiempo que sonríen socarronamente.
Entonces me puse a analizar desde este pequeño espacio de reflexión contemporánea que es la Historia, para comenzar a discernir y encontrar las razones por las que creemos o parece que pensamos igual y que nos llevan a sacar casi la misma conclusión. Lo que la Historia llama Causa y Efecto sobre el Hecho a estudiar.
Yo que crecí con Videla, yo que nací sin poder…
No voy a entrar en el detalle del legado de la Revolución Francesa sobre la división de poderes. Sí voy a referirme a la independencia de estos poderes, donde la falta de influencia o incidencia entre uno y otro es el que garantiza el perfecto desarrollo y funcionamiento de las instituciones, dirían con mucho entusiasmo Ricardo Alfonsín o Lilita Carrió. Los poderes Ejecutivo y Legislativo son claramente identificados como los poderes netamente políticos, dependientes de esos intereses políticos económicos, sociales, etc., y fácilmente influenciables por estos avatares y, por supuesto, fluctuante de acuerdo a los procesos políticos coyunturales. Esa volatilidad es la que pone a esos dos poderes bajo el poder contralor del tercer poder, que es el Judicial. Este poder está falsamente identificado como un poder imparcial y sujeto a derecho. Es decir, que al estar “sujeto a derecho” va a actuar tal y como la ley lo impone, por eso se le da la potestad de actuar como monitor de los otros poderes. Es decir, estamos hablando de seres –los jueces- como personas infalibles, nada influenciables e inimputables. Son personas que no tienen otro interés más que el de hacer justicia sea cual fuere el sistema económico que rija o el gobierno de turno que detente o no el poder. Es decir, podríamos identificar a los jueces como sujetos casi aislados de la sociedad y con un severo cuadro de autismo, sólo interrumpido para ponerse la Santa Toga.
Nada más falso que eso. Los jueces son sujetos sociales y como tales, viven, sufren, gozan y padecen al ritmo del pulso social. Tienen un equipo de fútbol favorito y eligen el papel higiénico que les raspe menos y les limpie mejor. Pero, sobre todo, tienen intereses e ideologías, lo cual hace imposible que actúen y ejerzan justicia independientemente de esos intereses e ideologías. Si partimos de la base que ellos se eligen entre ellos para ocupar sus cargos y ellos se juzgan entre ellos si no honraren sus cargos, pues estamos decididamente ante una corporación que, incluso, tiene la potestad de filtrarse la información o de anticiparse a las acciones de la justicia de forma tal que, si uno de ellos va a ser procesado o sometido a juicio político, puede… ¡Renunciar para no ser juzgado por el delito que cometió en su cargo!  Entonces… Papita pa’l loro o pelito pa’ la vieja, como usted prefiera. Claro, dirán ustedes, amigos de nuestro espacio, la corporación política se ampara en la inmunidad política y puede ser reelecta para no ser juzgada. Pero ante casos flagrantes y ya casi obscenos por lo groseros, esa inmunidad puede ser revocada por el mismo cuerpo parlamentario para poder ser juzgado y hasta detenido, tal como pasó con el caso de Carlos S. Menem. Los resultados merecen otra discusión, pero la corporación política no es tan homogénea como la judicial.
El Poder Judicial argentino cuenta con muchísimas ventajas y casi ninguna desventaja. A la hora de abroquelarse para resguardar sus propios intereses contra el embate de otros poderes, corre con la ventaja de tener la última palabra para decidir si el ataque que sufren es decididamente nocivo para los intereses de la Nación (deciden también que sus propios intereses son los de la Nación toda), para desestimarlo o ponerlo en el lugar que se merece; no pagan impuestos a la Ganancia como cualquier trabajador de la Nación; sólo se remueven entre ellos, se designan entre ellos y se juzgan –si se da el caso- entre ellos; pero, ante todo, es el único de los tres poderes que no está sometido a la voluntad popular (todo lo contrario): no hay elección que los designe, los valore, los valide o los revalide. Por lo tanto, el Poder Judicial se erige como el más intocable y el más impune –a su vez- de los tres poderes. Por ello, la idea de democratizar el Poder Judicial no es nueva para quienes recorremos el camino nacional y popular; la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner la expresó (los invito a corregirme o a precisarlo ya que en este momento no cuento con la información exacta) creo que desde su discurso de asunción en su primera presidencia.
La democratización del poder Judicial es absolutamente necesaria por la sencilla razón de lo que mencionábamos anteriormente: la ideología de la mayoría de los jueces es anacrónica respecto de los tiempos sociales. ¡Todavía hay jueces del Camarón! Para quien no lo sabe, los jueces del Camarón son aquellos jueces designados por la Cámara dependiente del Gobierno de facto Alejandro Agustín Lanusse, Cámara formada esencialmente para reprimir los movimientos sociales, políticos y guerrilleros que pugnaban en la Argentina dictatorial por lograr el retorno de Perón luego de 18 años de exilio. Es decir, jueces con una clara vocación represiva. Y que perduraron, luego, con la dictadura posterior y la democracia posterior hasta nuestros días. Por ello, me resulta importante citar a Félix Crous, quien dijo que “La matriz del poder judicial en la Argentina es la matriz del poder judicial de la dictadura”. No hace falta entrar en detalles sobre la matriz ideológica de estos jueces, creo… Lo cierto es que la Argentina moderna aún tiene espacio para los anacronismos y, paradójicamente, para la aceptación de corporaciones que marchan a contramano de la sociedad: la Iglesia, el sindicalismo y la Justicia son corporaciones poco o nada democratizadas y se mantienen inalterables en el tiempo, a contramano de la sociedad, que va regenerándose día a día.
No es que no te crea, es que las cosas han cambiado un poco…
Volvamos a lo que nos convoca: la supuesta coincidencia. Después de años leo un titular de Clarín y coincide con lo que creo. Después de años, el que salió a cacerolear pone un afiche en Facebook y me gusta lo que veo. Escuché por ahí que es un “consenso” mayoritario en una sociedad más “madura”, luego de tantos desencuentros en democracia. Puede ser. Pero creo que ese “consenso” tiene un trasfondo que esconde las diferencias que nos siguen mostrando como una sociedad “inmadura”, a Dios gracias.
Todos estamos indignados ante el fallo de la Justicia tucumana. Esa es la coincidencia. Lo políticamente correcto. Pero la verdadera pulpa de la fruta se puede ver en cuanto uno raspa la costra, la cáscara o la piel. Las diferencias comienzan a ser notorias cuando nos explayamos en el porqué de tanta indignación. Aquellos con los que no coincido estaban, hace unas semanas, lanzando todo tipo de improperios contra la Justicia argentina por estar sometida al poder político, es decir, al Ejecutivo; el 6 de diciembre salieron a festejar la independencia de este poder judicial respecto del político cuando se pronunció prorrogando la cautelar a favor del Grupo Clarín, otra corporación, pero de carácter mediático. Hoy vuelven a colocar a la Justicia en el lugar de la sospecha, pero sólo porque relacionan que la trata está relacionada con el poder político y lo relacionan, directamente y sin pudores, con el Ejecutivo. Entonces, desde ya, las diferencias se profundizan más aún desde aquel preciso instante en que decidí que no quería coincidir.
Alguna vez voy a ser libre…
Queda claro que hay una connivencia entre poder judicial, policial y político (provincial). También queda claro que el fallo es vergonzoso. Pero los mismos que aplaudían el fallo del 6/12 a favor de Clarín, no elevaron su voz cuando a partir de la fuerza y el empuje de Susana Trimarco y la voluntad y los oficios del Ejecutivo, se comenzó a luchar contra la trata y una de las medidas fue acabar con el caldo de cultivo del tráfico de mujeres, que era el llamado Rubro 59 (un gran negocio para la corporación mediática), medida que el medio apeló y fue desoída por la sociedad toda, pero que fue tratada con la indiferencia correspondiente (y el actual olvido) por quienes hoy aducen cooperación gubernamental con la trata.
La Justicia se mueve por criterios corporativos e intereses personales e ideológicos. Está más allá del bien y del mal. La constitucionalidad de un fallo es algo que puede llegar a coincidir en la medida que sus intereses coincidan, y si está de acuerdo con el poder de turno y le viene al pelo, entonces no importa. Las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, inconstitucionales a más no poder, son el claro ejemplo de ello. Y la Ley de Medios, con todos los requisitos de constitucionalidad cumplidos, también.
Y los elementos de prueba no dejan de ser a veces hasta jocosos. Hace unos años atrás, un director técnico de fútbol, Carlos Salvador Bilardo, entró a un estadio con una botella de champagne y tomaba brindando a la salud de todo el estadio, en tono jocoso, burlándose de las decisiones del árbitro (o juez) del encuentro. Fue famoso el episodio porque un juez en lo civil actuó de oficio contra el técnico por “apología de vaya a saber qué mal vicio se fomenta” en nombre de la ley de espectáculos deportivos, a lo que Bilardo respondía que la botella era una charada y contenía “Gatorade”. Pero aún hoy día, con elementos de prueba más contundentes, seguimos esperando justicia y que el poder Judicial actúe de oficio ante casos como los del bombardeo a Plaza de Mayo en 1955, los fusilamientos en el alzamiento del Gral. Valle en 1956 y podemos seguir con una lista interminable hasta terminar en los desalojos de los pueblos originarios por parte de la corporación sojera y la contaminación de sus tierras para el cultivo de la cosecha más rentable. Allí no actúan de oficio, porque no van a aparecer en los programas matutinos de la TV explicando sus medidas, como el juez que no le dejó tomar el trago a Bilardo. Los elementos de prueba son los que sobraban en el caso de Marita Verón y el Tribunal tucumano desestimó de una manera casi absurda (y lo digo aún antes de que se publiquen los fundamentos del fallo) y grotesca.
¿Adónde no coincidimos? Pues, desde ya, en los fundamentos que nos llevan a estar en desacuerdo. No lo hacemos porque es políticamente correcto estar a favor de Susana Trimarco; lo hacemos porque también estamos a favor de los familiares de Dardo Cabo, de Felipe Vallese, de Hebe de Bonafini, de Estela de Carlotto y de tantos más. Y tampoco coincidimos en suponer que cada persona es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Ese es el ejemplo de las Madres. Pero también, es un derecho humano. Porque la presunción de inocencia es, ni más ni menos, que un avance en la lucha por los derechos humanos que, de tan naturalizado, ya nos parece trivial; pero no debemos olvidar que hasta que se impone como principio jurídico la presunción de inocencia, primaba la presunción de culpabilidad, con una Justicia que se pronunciaba más descaradamente que hoy día a favor de los poderes corporativos, económicos, políticos, etc…
Y no coincidimos, fundamentalmente, creemos en esta Suprema Corte, y si el Tribunal fue injusto en su fallo –de lo cual no tenemos dudas-, las distintas instancias de apelación llevarán a que la Suprema Corte se expida y se logre la tan ansiada Justicia. Pero, volviendo a las diferencias, esto no es lo mismo que una cautelar (que tiene más el carácter de congelamiento de sanción judicial que de fallo) y en la presunción, todo imputado es inocente hasta que se demuestre lo contrario... Esperemos los tiempos de la Justicia, que aunque lentos, terminan llegando; sepamos diferenciar el discurso de la derecha que pide Justicia a su manera y sin importar cómo y esperemos tanto como haya que esperar; la derogación de las leyes de impunidad y la Ley de Medios, son ejemplos de ello. Y si eso no basta, sigamos el ejemplo de las Madres, que nos enseñaron que la Justicia está ante todo...



Había una vez, el Juzgado de un Juez
Y todo era diferente;
Todo el dolor, el oro y el sol,
Pertenecían a la gente…
(“Música de fondo para cualquier fiesta animada”;
Charly García)




martes, 26 de julio de 2011

Si Evita viviera…


La famosa consigna setentista hoy cobra más vigencia que nunca. A cincuenta y nueve años de su muerte, no son pocos los sectores que reclaman su representatividad: el peronismo federal, duhaldista o rodriguezsaaísta, desde una derecha amiga de los sectores militares que persiguieron y masacraron al peronismo sea desde los aviones en el ´55 o desde los campos de concentración en los ´70, a la que no pocos peronistas adhieren; el menemismo noventista, desde una concepción neoliberal amiga de los eternos enemigos del peronismo, desde Isaac Rojas a Álvaro Alsogaray hasta culminar en Macri, siempre dispuesta a tenderle una mano a los niños ricos que tienen tristeza pero, por supuesto, negando o quitando los derechos a los que la compañera Evita llamaba, con amor fraterno, “mis queridos descamisados”; ambos sectores, también, aliados a la oligarquía parasitaria de la Sociedad Rural y nunca a la Federación Agraria del Grito de Alcorta, como muchos compañeros quieren ver, opuesta a la redistribución de la riqueza y añorante de los tiempos de la “belle epoque” en que vivían seis meses en la Argentina para recoger el fruto de la riqueza que esta tierra les brindaba y paseaban los seis meses restantes derrochando en Europa lo que jamás reinvertirían en “este país de mierda”.
 Los enemigos siguen siendo los mismos: los que pintaron las paredes de Buenos Aires con la consigna “viva el cáncer”, celebraron con la misma algarabía la muerte de Néstor Kirchner y duermen en paz como la “progre” Lilita Carrió; los que protestaban por la censura del tirano hoy hablan  de la falta de “libertad de prensa” sin dejar de editar una sola página o de ocupar un espacio radiotelevisivo para declamarlo a los cuatro vientos; y las grandes señoronas de la sociedad de beneficencia que odiaban con fervor militante a quien las corrió de su noble misión, hoy hablan de la “yegua” con la misma pasión con que envidiaban a Evita y envidian –en secreto- a Cristina. Están ahí, al acecho; los enemigos de afuera y de adentro sobre los que tanto nos advirtiera nuestra abanderada de los humildes.
Desde este espacio no dudamos en que Evita hoy acompañaría los grandes logros de este gobierno: la Asignación Universal por Hijo, la estatización de Aerolíneas Argentinas, el regreso al sistema jubilatorio solidario de reparto, la ley de medios, la independencia económica del FMI e, inclusive, la aplicación de la polémica 125 de redistribución de la renta agraria extraordinaria. Pero también estamos convencidos que nos recordaría a cada instante que “donde hay una necesidad, hay un derecho”, porque donde faltan derechos hay injusticias. Por lo tanto, no dudaría en reclamar que se aplique con la inmediatez necesaria la nueva ley de entidades financieras, la regulación de una nueva ley de tierras –por no hablar de reforma agraria, tan desusado en estos tiempos-, una férrea política ferroviaria devolviendo un transporte digno a los millones de usuarios que no son otros que sus descamisados, una ley de regulación de las actividades mineras que impida el enriquecimiento de las grandes corporaciones que están vaciando nuestros suelos a un costo mínimo y con enormes beneficios –no nos hemos vuelto solanistas porque adhiriéramos a estos reclamos- y la aplicación efectiva del estatuto del Peón del Campo, entre otras cosas. Algunas medidas de las aquí reclamadas, serán de futura, pronta y efectiva aplicación. De otras, no se habla. Y allí debemos estar: acompañando y exigiendo. Como tiene que ser. Y como lo hubiera hecho, si viviera…

lunes, 4 de julio de 2011

El progresismo: silogismo para logis

Los muchachos progresistas,
Todos unidos triunfaremos;
Sin levantar el avispero,
Y sin decir ni una vez
Revolución! Revolución!
(Marcha de los muchachos progresistas,
Atenas, Siglo IV a. C., autoría atribuida
a los cantos XXII y XXIII de los poemas homéricos).

1
Corren tiempos de campaña electoral. Los que peinamos algunas canas (o muchas, o no nos queda pelo que peinar) añoramos cierto fervor político puesto al servicio de la ideología. Sucede que hay ciertas posturas que provocan imposturas forzadas, en muchos casos, y convenientes, en otros. A modo de ejemplo, cuando Luis D´Elía dijo “me moviliza el odio hacia la puta oligarquía”, la falta de un discurso claro y consciente provocó una ausencia de respuesta desde los sectores del campo nacional y popular que acompañen dicho planteo. Está mal odiar, se dijo. El silogismo (que en muchos casos no es otra cosa que el sí de los logis) se continúa de manera sencilla, casi sin vaselina, y hasta con una sonrisa aprobatoria de quien lo recibe: si está mal odiar, es porque alguna vez nos hizo mal y si alguna vez nos hizo mal nos va a volver a pasar, por lo tanto, está mal odiar. Así, los Grondona, Longobardi, Mirthas Legrandes y demás yerbas de la misma planta que les dio savia o los parió, salieron horrorizados a decir “de este modo volvemos al pasado”, como si se pudiera volver al futuro más allá de una producción cinematográfica. Y todo el mundo dio su aprobación al discurso homogéneo, desde el más gorilón hasta el más “progre”. Pero el odio, desde la concepción de Eva Duarte y el Che Guevara, revolucionaria, adquiere una dimensión dignificante: el amor hacia el pueblo, hacia los desposeídos, me convierte en partícipe necesario de su dolor; y ese dolor (y aquí el silogismo cobra un sentido artero y contundente) no nace de la nada, sino de la opresión, la explotación y las carencias provocadas por la ambición y la codicia de la oligarquía que las genera; ergo, si amo al pueblo y el pueblo sufre por la oligarquía, odio a la oligarquía.
De igual modo, hoy asistimos al “descubrimiento” de una nueva verdad: no hubo una dictadura militar entre los años ´76 y ´83, sino una dictadura cívico-militar. Pero esa asociación ilícita está destinada a condenar a los empresarios (especialmente al Grupo del clarinete) y a algunos personajotes que tuvieron el mal tino de destacarse  por entre el resto en la última (hasta ahora) arremetida del imperio, tal el caso de Martínez de Hoz –que no estaría nada mal que paguen, claro-. Pero los que militamos en los ochenta desde el peronismo, denunciábamos la dictadura cívico-militar haciéndola carne también en la mayoría de la clase política de los demás partidos –muy especialmente la UCR y la UCeDé- que prestaron los cuadros dirigenciales para ocupar ministerios, intendencias, gobernaciones y cuanti más. Pero hoy es políticamente incorrecto derivar la participación de una cierta clase política o gremial –también, por qué no- en los vericuetos dictatoriales, porque atenta contra la mirada hacia el futuro y la “unión en democracia”, que no sería otra cosa que atentar contra la legítima Unión Democrática.
2
Para la Real Academia Española, el progresismo abarca a las “ideas y doctrinas progresivas”, de allí que lo progresivo es lo “que avanza, favorece el avance o lo procura”. De acuerdo con ello, todo lo que representa un avance es progresismo –siguiendo con los silogismos, pues-, pero no podemos dejar de preguntarnos… Avanzando desde dónde? En ese sentido, entonces, todos somos progresistas; todos consideramos que estamos representando o fomentando un avance respecto de algo que vemos mal. Hasta el derechoso taxista escucha de Radio 1 que propone la eliminación de un carril en una avenida que complica el tránsito, puede ser visto, como reza la Real Academia Española, como progresista, ya que esa mejora sería un avance en el complicado tránsito porteño. En la política argentina actual, hoy se tiñe de progresista a todo aquel que no haya sido o no sea neoliberal. Y se le otorga la categoría, generosamente, de estar situado en el extremo opuesto de la derecha extrema, es decir, se es progresista y, ergo –silogismo mediante- se es de izquierda, o de centroizquierda, que suena más pomposo. Pero lo que no se especifica –porque para algo el lenguaje castellano es muy rico y otorga a cada palabra su significado específico-, es que ser progresista no es ser revolucionario. Un avance no significa un cambio. Y un revolucionario, a diferencia de un “progre”, no demanda una mejora o reforma del sistema que oprime a las clases dominadas, sino que exige el cambio de esas estructuras y superestructuras de dominación. El revolucionario, buscará causas más profundas para el ordenamiento del tránsito, y verá allí que el parque automotor está saturado por una distribución desigual a causa de unos pocos que viajan en muchos autos y unos muchos que viajan en unos pocos transportes públicos, y demás etcéteras. El cambio revolucionario será lograr, entonces, que unos muchos viajen ordenadamente en muchos vehículos particulares o que la mayoría viaje ágilmente en muchos transportes públicos, es decir, siempre igualando hacia donde la mayoría comparta el bienestar o el padecimiento. Nunca, pero nunca, logrando mejorar el bienestar de los pocos que sufren un poco por algo que no influye en la mayoría, para que unos pocos estén mejor. Eso es ser progresista, pero no revolucionario, no sé si me explico.
3
En este contexto, es donde aparecen los cuestionamientos hacia ciertos sectores políticos, periodísticos, sociales y etcéteras varios por la inesperada “sorpresa” que provocan ciertos giros en personas que uno había calificado, sin dudarlo, de “progresistas”: En lo político, causó estupor la alianza entre Alfonsín y De Narváez. El primero, tildado simpáticamente de “progresista”, cualidad que lo situaría lejos de la derecha política; el segundo, escrachado duramente de “neoliberal”, es decir, en las antípodas de su nuevo socio. Y lo que todo el mundo se pregunta es cómo un progresista termina aliado a la derecha. Se realizan cálculos, especulaciones y se resuelve la disyuntiva hacia el lado del pragmatismo electoral que le permitiría al buen hijo de papá alcanzar la segunda vuelta. Pero la pregunta sigue siendo la misma que al principio: Alfonsín es progresista respecto de qué?
Asimismo sucede con el debate presentado entre el periodismo “militante” y el periodismo “independiente”. La gran “sorpresa”, en este caso, nos está dada por un grupo de periodistas a los que nadie, en su momento dudó en calificar de “progres”: empezando por Jorge Lanata y siguiendo por toda la cría que él mismo parió, como ejemplo más evidente. Es que los veíamos desde “Día D” denunciando la corruptela neoliberal del menemismo y muchos afirmaban: “estos son del palo”. Pero lo que estaba claro, si alguno recuerda lo que Lanata y compañía hacían por entonces, es que no cuestionaban el modelo neoliberal. Para ser más precisos: no había cuestionamientos hacia el endeudamiento externo, las feroces críticas hacia las privatizaciones estaban dirigidas hacia los desvíos de fondos –coimas- o la “malventa” de los bienes del Estado. La construcción del discurso crítico en el lanatismo era la investigación de la declaración jurada de los bienes de los funcionarios públicos. No había más. Todo lo que se relacionaba directamente con el Estado se encontraba ligado a la más espuria corrupción y el Estado era el instrumento en manos de la clase política para acumular bienes y poder –lo cual no distaba de ser cierto, pero en los ´90-. Si la única construcción de poder se da desde el Estado, por lo tanto, el único poder maléfico es aquel que se da desde el Estado, por ende, todo aquel funcionario político utiliza el poder para su beneficio personal. El silogismo de este “progresismo” periodístico se hizo carne en la sociedad desacreditando no sólo a cierta clase política degradada, sino a la política en sí como servicio social. Pero el estancamiento de esa idea en los años del menemato y el traslado anacrónico hacia los tiempos presentes, da cuenta de que estos “progres” –Lanata, Tenembaum, Zloto, etc.- se volvieron conservadores al no aceptar el cambio socio-político de los últimos siete años. No pueden aceptar que el Estado sirva para construir poder, como siempre, aunque esta vez lo haga al servicio de otros intereses que no sean los de los pocos particulares que se servían de él. Por eso no debería sorprendernos escuchar al orejón, con voz queda y mirada inocente, afirmar ante su antiguo jefe que, en la batalla mediática, el más débil “es Clarín”. Porque para ellos, el poder no es empresarial, económico, religioso, sino sólo político. Despertad, ilusos! Estos “progres” siempre fueron y seguirán siendo neoliberales. Cuando eran críticos, sólo les molestaban las desprolijidades del menemismo, los personajes nefastos como María Julia o Corach. No el modelo en sí. Por eso hoy intentan equiparar a estos innombrables con Schoklender o De Vido: algo hay que encontrar en este esquema de poder, porque nos quedamos sin laburo, parecen decir. Las columnas de Tenembaum en “Veintitrés” lo confirman: del poder evasor de los pooles de soja, nada; del ADN de Marcela y Felipe, menos; y de la corrupción y negociados de Macri con sus jefes multimediáticos, silencio; pero sí de los personajes pauperizados del kirchnerismo –que los hay, claro- o de los que no lo son pero le gustaría que lo fueran. Remirtirse sino a “H y H”, por ejemplo, del número 676: las iniciales no corresponden a otros que a Hugo (Moyano) y Hebe (Bonafini).
4
El progresismo no es otra cosa que un mote simpático para definir a alguien que nos cae más o menos agradable por una tal o cual posición política. Pero ese posicionamiento ante un tema determinado no lo enfrenta, necesariamente, a todo aquello que pueda resultar conservador. Un “progre” puede parecernos maravilloso cuando se pronuncia a favor del matrimonio igualitario. Pero con la misma vehemencia, podrá defender a rajatabla el mantenimiento del sistema previsional privado o la redistribución de la riqueza por medio del aumento de las retenciones a la producción sojera. Ejemplos sobran. Pero, lo más peligroso, el concepto de progresismo es el más políticamente correcto, dentro de una sociedad que fue ganada por el discurso homogéneo conservador, para evitar pronunciarse como revolucionario. No suena igual ser “progre” que ser revolucionario. Porque el revolucionario fue colocado en el estante de los incivilizados, de los inadaptados, de los autoritarios, de los antidemocráticos. Y para el ideario burgués, un sujeto político o un actor social con esas características, es inconcebible. Y no se ganan elecciones sin el caudal importante de votos que aportan ciertos sectores mentalmente burgueses para los que es políticamente incorrecto ser conservador. La mentira del progresismo es cambiar algo para que todo siga más o menos igual. Si no, pregúntenselo a ciertos “progres” de la laya de Stolbitzer, Binner, Carrió, Lanata o Tenembaum. El de “Pino” es un caso aparte que merece ser tratado especialmente, ya que su historia está ligada a los sectores nacionales, populares y revolucionarios y sus actuales posturas aún pueden considerarse, con un dejo de vana esperanza, como un error pronto a ser reconsiderado. Ya que, sin silogismos mediante, es bueno remitirse, aún a riesgo de sonar políticamente incorrecto, a la frase de Evita –no la que habla de los millones y fue malinterpretada por Méndez para atraer a sus filas a Macri, Alsogaray y toda la cría-: “El peronismo será revolucionario, o no será nada”.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Año nuevo, luchas viejas

Estamos próximos a comenzar un nuevo año, con las esperanzas de siempre y los sueños renovados. Éste no será un año más: en lo electoral se presenta una dura batalla a ganar por el campo nacional y popular, sabiendo que las condiciones objetivas, hoy, pueden favorecer el triunfo de Cristina Fernández de Kirchner, pero teniendo presente que el enemigo no descansa. Los hechos del Parque Indoamericano y lo sucedido en la estación Constitución son apenas dos pequeñas muestras de que la creación de un clima de inseguridad, inestabilidad e ingobernabilidad figuran en el primer lugar de la agenda política de la oposición, tanto de derecha como de izquierda. La claridad de conceptos de la presidenta de la Nación en el mantenimiento firme de no reprimir la protesta social así como el mantenimiento de la iniciativa política con la creación del Ministerio de Seguridad, hablan a las claras de un proyecto político serio -sumado a lo ya logrado, léase ex AFJP, Aerolíneas, Ley de Medios, AUH, y tantísimos etcéteras- frente al intento de la oligarquía por recuperar los espacios perdidos. Por primera vez en la Historia, a juicio de este humilde servidor, el campo nacional y popular tiene la iniciativa y la unidad necesaria para afrontar el desafío que le propone el enemigo. Y éste será también, desde este espacio, el desafío de historiar y explicar porqué estuvimos siempre detrás y desunidos y porqué la derecha tuvo la cohesión necesaria para estar siempre un paso delante nuestro.
Tampoco hay que descansar en cuanto a los logros: ya lo dijo la presidenta, "mientras haya un pobre seguirá habiendo injusticia"; ni olvidemos las palabras de Néstor: "vamos por el 50 y 50". Es éste el camino. Hay mucho por hacer. Hay mucho por pensar. Y mucho por debatir. Y el debate se presenta en las tareas cotidianas, en las reuniones de fin de año con los parientes "gorilas" que todos tenemos, en las salas de profesores -para quienes estamos en la docencia-, profesión que nuclea a lo más rancio del mediopelismo... La batalla se presentará cada día y en todo momento. Y allí debemos estar nosotros para aportar y clarificar a los indecisos y convertir a los infieles en nuevos soldados de la causa.
Desde Historia Nacional y Popular, les deseamos un feliz año en lo personal, en lo social y en lo político. Este año nos renovaremos en este sitio que recién comienza a gatear, con nuevas secciones -congresos, charlas, conferencias, con las novedades al respecto, biblioteca virtual, etc.- y con todo aquello que puedan aportar como ideas ustedes, quienes entraron o entran alguna vez a chusmear lo que intentamos proponer.
Agradecido por su lectura, Historia Nacional y Popular les desea un feliz 2011. Esperamos sus propuestas, comentarios y críticas.