sábado, 26 de abril de 2014

El arte de la seducción: de Julio César a Macri, los piropos nos UNEN

A mi hija Mariana, para que nunca
 se cruce  a ningún Mauricio
(o sepa mantenerlos lejos)…
A mi hijo Juan Pablo,
Para que nunca se sienta Mauricio…

La seducción, podría decirse, es uno de los estados naturales en que cae el ser humano para conquistar voluntades. Y las mismas pueden ser de carácter variopinto: voluntades políticas, voluntades delictivas, voluntades fraternas, voluntades deportivas y hasta voluntades románticas. Decimos que cae pues, generalmente, el seductor tiene el carisma para atraer de manera natural, casi sin proponérselo. Forzar la seducción puede llevar a resultados no deseados o contrarios a lo que nos hubiéramos propuesto.
Seducir no es pa’ cualquiera, decían en el barrio. El arte de la seducción requiere ser acompañado por una serie de talentos innatos que pueden pulirse, como cualquier oficio, pero no serán incorporados a nadie por más que se lo intente. Ejemplos hay de sobra. La capacidad de oratoria que tienen o tuvieron seductores políticos natos como Cristina Fernández de Kirchner, Raúl Alfonsín o Juan Domingo Perón está más allá de toda discusión. Es y era el toque de distinción que acompaña al carisma para seducir y sumar voluntades políticas. Quienes hemos vivido en el Partido de Morón tenemos un ejemplo más macabro: el ex intendente Juan Carlos Rousselot. Este personaje, con un oscuro pasado ligado a la Triple A, y luego al menemismo más acérrimo, fue destituido por corrupción (un contrato para construir cloacas firmado con un entonces casi ignoto Mauricio Macri) y la Plaza frente al municipio se llenó de gente indignada pidiendo por su jefe político caído en desgracia. Años después, fue reelecto en pleno festival menemista, libre de mancha y pecado cual carmelita descalza, tras un triunfo abrumador en las urnas. Se sabía y se supo de su ineficiencia y corrupción en el manejo institucional y sus métodos de intimidación con la guardia pretoriana formada por lo más selecto de la barra brava del Deportivo Morón. Pero aún así, volvía y triunfaba y tenía una alta imagen positiva entre la población del Partido. ¿Cómo se explica eso, más allá de la remanida frase de que “el pueblo no sabe votar”? Quien escribe estas líneas tuvo la oportunidad de estar presente en un Congreso Partidario donde presentaba su proyecto político para un nuevo Partido de Morón, que contemplaba una ciudad extraída de las películas de ciencia ficción donde sólo faltaban las naves voladoras. Y el público salió maravillado con esa brillante pieza de oratoria. Sabíamos, cuando abandonábamos la pasión encendida por el discurso, que nos estaba mintiendo soberanamente. Pero aplaudíamos y no dejábamos de cantar la marcha peronista, sabiendo que el tipo, de peronista, sólo tenía el escudo en el afiche electoral.
Eso, estimados, es seducción. Y no era fabricada. En esos años ya comenzaba a fabricarse la construcción de líderes. Se supo, con el tiempo, que el puño extendido con el índice hacia adelante y bajando una vez y otra poniendo énfasis en las frases más destacadas, fue el resultado de un consejo de los asesores de campaña de Raúl Alfonsín para la campaña de 1983. Y pasó a la Historia el gesto, dándole ampulosidad al “Con la democracia se come…”; en la campaña siguiente, el candidato cordobés del mismo Partido, Eduardo Angeloz, pensó que con mover la mano le alcanzaba. Y así le fue. Eso, es falta de carisma, ausencia de capacidad de seducción y el rechazo hacia la búsqueda de toda imposición sobre las virtudes y límites naturales del individuo. La diferencia está en ver lo que provoca el histórico discurso de cierre de campaña y la pasión que encendía, al lado del “Se puede”, casi antinatural de tan forzado que estaba. Es decir, seducir no es pa’ cualquiera.
Si soy así, qué voy a hacer/ nací buen mozo y empinao pa’l querer
El rol de la mujer en la Historia es el de subordinación respecto a la voluntad del hombre. Claro que tiene que ver con la sabia frase que define que “la fuerza es el derecho de las bestias” y, desde allí, el hombre se impone a fuerza de garrotazos, metafórica y literalmente hablando, si nos remitimos a la imagen del hombre de las cavernas pegándole el palazo en la cabeza a la chica de sus sueños y arrastrándola a la caverna mientras ella sonríe con satisfacción plena al haber sido domada por tan viril garrote (u hombre). Pero sabemos también que las más primitivas comunidades eran matriarcales, ya que se consideraba que las mujeres se imponían con mayor sabiduría puesto que tomaban decisiones con ese instinto de cuidado hacia el otro que el hombre no posee y que ellas desarrollan por el cuidado de su prole. Las comunidades primitivas seguían a rajatabla el mandato femenino basado en la generosidad y el cuidado para la preservación de la especie, para la supervivencia.
¿Qué sucedió para que la relación de poder y estimación de uno hacia otro cambie de forma tan radical? Varios factores, pero nos remitiremos a los principales. El cambio de la división sexual del trabajo hacia la división social del trabajo es uno de ellos; pero esa división social aparece con las estructuras de poder políticas y religiosas manejadas por los hombres. El palacio y el templo, diría con justa autoridad Mario Liverani. Pero para que ello aparezca (porque toda innovación aparece en la Historia del hombre por una necesidad), hubo que sentir primero la urgencia de organizarse de ese modo por una amenaza concreta: las demás tribus y bandas comienzan a combatir por los espacios más fecundos, los territorios con más alimentos. De esta manera, en el combate, la supremacía que se impone es la del hombre, que por naturaleza biológica es más fuerte e impone la defensa del colectivo en la batalla, a través de la fuerza. Es el paso de la sociedad matriarcal a la patriarcal. Lo que equivale a decir que el paso del nomadismo al sedentarismo representó el gran retroceso en la vida de la mujer, el cual hoy en día aún no puede ser reconstituido.
La mujer empieza a tener un inevitable rol secundario cuando el hombre se apropia de las funciones decisorias: la política y la religión. Y la economía productiva es dirigida también con la rígida fuerza masculina ya que se impone la esclavitud como modo de producción, relegando a la mujer al reducido espacio de la casa y las tareas domésticas. Claro que a mayor grado de pobreza, mayor será su participación en las tareas productivas; pero por necesidad, no por decisión o emancipación. Sus funciones sociales, políticas y económicas eran nulas. Debía conformarse con que las decisiones de los hombres fueran las correctas. Tenía vedado el acceso a la palabra en las asambleas, en el ágora, el Senado o donde sea que se pudiera ejercer opinión.
Así y todo, la seducción era un oficio que podía llegar a tornarse inhallable. Los casamientos se decidían al instante de alcanzar la temprana niñez y cuando ya se calculaba que el niño, con 5 o 6 años encima, sobreviviría (pues la mortalidad infantil era muy alta), se le asignaba esposa. Entonces, no había que remarla: el tipo no necesitaba un discurso para seducir ni la chica se permitía ser exigente, no sólo con que hilara tres frases coherentes, sino con que al menos tuviera una mínima presencia que le despertara algo de se(x)nsualidad. Estaba destinada a resignarse y a rezar para que el candidato asignado no sea como el de sus vecinas. Pocos fueron los corajudos galanes que, como Julio César, se le animaron a la piba más linda de Egipto cuando ni siquiera ponían los lentos para facilitar la tarea. Enamoró a Cleopatra y se enamoró de ella, ganándose la admiración de la muchachada soldadesca y los suspiros de todas las damas del Imperio. Supo ser hombre y conquistar seduciendo. Porque seducir, no es pa’ cualquiera.
La aparición del cristianismo como religión oficial europea en los primeros siglos de nuestra era,   terminó de sepultar las casi inexistentes esperanzas que hubiera para modificar el asunto.
El cristianismo atraviesa la Edad Media y la Moderna, así como gran parte de la Contemporánea, como la fuerza política más importante del mundo. Y se trata de la religión más patriarcal que existió. La mujer tiene un rol absolutamente subordinado. Participa subsidiariamente y no tiene acceso a jerarquías ni a posiciones de decisión. Los conventos de monjas tienen una Sor o Hermana Superiora a cargo, que depende a su vez de las decisiones de un sacerdote que determina qué se hace y cómo. Y para afrontar la sociedad, lo hace con la venia de los sacerdotes o bajo las órdenes de aquél. Pero jamás ejerciendo los sagrados sacramentos, pues la Iglesia no les otorga el poder para hacerlo. Puestos a hacer una anacrónica y forzada comparación (aunque necesaria), Von Wernicke, el cura condenado por haber cometido crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura en la Argentina, tiene aún el derecho de oficiar misa (la Iglesia Católica no le revocó ese privilegio) y monjas como Teresa de Calcuta (no es santa de nuestra devoción, por razones ya explicadas en otro artículo, pero al lado de este cura es un Osito Cariñoso) murieron sin poder acceder a este privilegio.
Lo mejor que hizo la vieja es el pibe que maneja
La aparición del capitalismo marca rupturas en este sentido como en tantos otros que ya señaláramos en trabajos anteriores. El hombre ya no es tan autosuficiente y, ese objeto asimilable a los niños por su rol social y por su capacidad intelectual, es mirado de otro modo sólo porque se lo necesita más que antes. Tiene que salir a laburar y a conseguir el mango, como cualquier hombre, y hasta cubriendo los baches que el desempleo fabril va creando entre los hombres trabajadores, que se van sintiendo cada vez menos todopoderosos. La mujer va adquiriendo mayores responsabilidades, toma un contacto más fluido con el mundo y empieza a ver la vida a través de sus ojos y no a través de las noticias que el marido le llevaba a la casa. Pues al hablar con la vecina sucedía igual: ambas tenían la visión masculina del mundo, no por recorrerlo, sino por el boca a boca a la hora de la cena.
Surgen así los movimientos de emancipación femeninos y los cambios se aceleran. La mujer cobra el salario de un niño y es sometida a todo tipo de vejámenes para conseguir el empleo y para conservarlo. El acoso sexual de hoy día es apenas un rito iniciático comparado con los padecimientos que han tenido que sufrir las mujeres del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Y en esto también hay distinción de clase: a mayor pobreza, mayor abuso. Los “señoritos” de las clases altas eran atendidos (no por casualidad) por bellas empleadas domésticas puestas no tan al azar, para acompañar sus primeros pasos en su viril sexualidad. Luego invitaban a sus amigos para que la belleza de turno les sirva el café mientras les comentaba por lo bajo las virtudes secretas de su “conquista”.
Pocos tenían el coraje de darle un lugar de privilegio a su mujer y ponerlas a la misma altura, con un rol importante a la hora de la palabra y de las decisiones. Hasta en eso, Perón fue revolucionario. Y así le fue. Condenado desde el primerísimo momento en que se mostró con la “actriz” (profesión relacionada por entonces al sí rápido y a la vida fácil), le demostró a toda una sociedad que un General, bien cojonudo (se trata de una jerarquía militar que no cualquiera alcanza), podía someterse a su dama sin dejar de ser macho. Y Eva Duarte demostró que una mujer con alas, puede volar muy alto. La valoración que se hace de la mujer argentina después de Evita, voto femenino incluido, cambió rotundamente, generando más espacios y una ampliación de derechos que aún no se detiene.
El del “señorito” atendido a domicilio, es apenas un ejemplo de algo que no es tan misterioso pero sí contundente: a mayor altura en la escala social, menos habrá que trabajar. Y no hablamos de producción ni de capitalismo. Hablamos de seducción. El hombre llega precedido por el halo de riqueza que lo envuelve y los intereses económicos que una candidata pueda tener (no por ser mujer no va a dejar de poseer ambiciones materiales o económicas, ¿no?) se supeditan a ello. El príncipe Carlos no se gana a Lady Di luego de una larga sesión de chamuyismo romántico ni imponiéndole su belleza por sobre la atracción masculina de los muchachos de la corte y la nobleza europea: es ella quien decide que el tipo es potable en virtud de su título de nobleza y los beneficios que ello confiere. Hasta en el barrio sucede. Los muchachos que apenas pueden hilar tres frases seguidas, van abrazados a hermosas damiselas de compañía sentados al volante de sus hermosos bólidos. El máximo esfuerzo que hacen estos pibes, es el de girar la llave para poner en marcha el motor. El resto, no lo entienden. Por eso se divierten a costilla del tipo que va al encuentro de su amada con un ramo de flores en su mano. Porque no saben de seducir ni de sostener el amor. De eso se encargan sus abultadas billeteras. La conclusión es siempre la misma: seducir no es pa’ cualquiera.
Y si no te da la hora/ elógiala por atrás (“Blues del levante”, Charly García)
A la hora de sumar voluntades políticas, las alianzas sirven para seducir a los votantes o atraer un electorado náufrago o huérfano de propuestas. Esta “renovación” que implicaría una alianza política, modificaría el espectro electoral y actuaría como herramienta de seducción, siempre y cuando haya, además de una propuesta coherente, una figura con el carisma suficiente para seducir al electorado. A falta de una Liga de Gobernadores decimonónica, la Neo Unión Democrática o UNEN, como prefiera llamarla, querido lector, pretende ser una renovación del espectro político argentino, con la modesta aspiración de alcanzar el ballotage en el concurso electoral del próximo año 2015. Es decir que, como el pibe de abultada billetera, el rejunte político intenta ganarse la voluntad ajena sin laburar demasiado. Pues no hay un esfuerzo programático que defina un cambio de rumbo ideológico que nos lleve a pensar “¡Qué esfuerzo hacen estos muchachos, que lo parió! ¡Además de resignar ambiciones personales, se rompieron el mate para presentar nuevas propuestas!”. De hecho, la presentación de esta alianza, con una enorme parafernalia mediática, alquiler de teatro incluido, escenografía y cotillón mediante, contó con una particularidad que casi nadie se encargó de destacar: el acto no tuvo ni un solo orador. ¿Está todo dicho, pues?
Los actos de la Unión Democrática tenían la particularidad de ser abarcativos y permitían, en su magnánima pluralidad y tolerancia, presentar como oradores a gente tan disímil como el secretario general del Partido Comunista Argentino y el embajador norteamericano. Pero además de ser virtuosos a la hora de ser democráticos, la Historia demostró que estos muchachos no podían seducir a nadie. La capacidad de seducción estaba en la vereda de enfrente, con ese ex Ministro de Trabajo y Previsión que, además de carisma, les hablaba en lenguaje común, como en el barrio, haciéndose entender con su sonrisa gardeliana y su propuesta política ya practicada desde sus cargos políticos previos. Seducir no es pa’ cualquiera.

Lo que queda claro es la dirección que esta nueva alianza, forjada para luchar contra el autoritarismo fascista imperante, puede lograr muchas cosas, pero será difícil que seduzca a los más avisados. Al menos, es llamativa (el adjetivo es generoso, depende cómo se mire) la premura con que la radical-cc-gen-unen y demás, Lilita Carrió, implora por una alianza con un maestro en el arte de la seducción: Mauricio Macri. Hablando de niños de abultadas billeteras, la oxigenada denunciadora asegura que no importa con quién uno se junte, sino que importa nada más que juntarse. Y eso, terminará haciéndole un tamaño favor al oficialismo. Y un flaco favor a la calidad política. Reducir la seducción electoral al rejunte hueco de ideas, equivale a seducir mujeres tal como suele hacerlo el pibe de abultada billetera que nunca la remó: a la hora de hablar de seducción, cree que basta con elogiar culos.

lunes, 14 de abril de 2014

Los dos caminos de Mao: Massa amasa la mano de Moyano.

(Principios de una alfabetización burguesa,
Buenos Aires, Editorial del Clarinete, 2025 -2° ed.)
A Susana, con amor.
Mao Tsé Tung explicaba (en una especie de vuelta de rosca al concepto trotskista de revolución permanente) que todo proceso revolucionario debía estar en constante renovación, pero siempre atento a las decisiones que se tomaban, puesto que en todo momento el proceso, como los hombres, tenían ante sí los “dos caminos”. El de la revolución, que era el camino elegido por y para el pueblo, y el de la seducción burguesa, que era el camino en el que podía caer cualquier hombre o movimiento, en virtud de las contradicciones propias que tenía por derivaciones culturales, ideológicas, etc.
Mao no era peronista y quizás nunca escuchó hablar de Perón. Pero en términos más coloquiales, al otro lado del mundo y casi al mismo tiempo, Eva Perón hablaba de cuidar al General para que la revolución justicialista triunfara, y poniendo especial énfasis en los traidores “de afuera y de adentro” del movimiento. Los traidores de afuera, serían quienes no pertenecen al Movimiento Justicialista, los que traicionan no al Movimiento per se, sino a la Nación toda; en cambio, los de adentro son aquellos que están involucrados y consustanciados con el Movimiento (o dicen estarlo) y al traicionar los preceptos del Movimiento traicionan, por añadidura, a la Patria toda.
La “traición”, para Mao, no sería más que caer bajo la cálida manta de las comodidades que brinda la sociedad capitalista y el estilo de vida pequeño burgués que podría estar bien para sociedades que se encuentran en condiciones de aplicarla en una buena porción de la población, como la norteamericana, pero no en quien quiera llevarla a cabo en una sociedad mayoritariamente campesina y empobrecida como la china. Allí, el televisor, sea color o blanco y negro, sólo tendrá una función distractiva del verdadero bienestar, siendo que en los EEUU, la función distractiva cumpliría también una función placentera (burguesa) y no sólo narcotizante.
En virtud del paro general lanzado por la CGT disidente liderada por el ex morocho Hugo Moyano, se lanzó hacia el líder camionero una gran e interminable serie de epítetos desde los sectores militantes del oficialismo (y dirigentes también, aunque con los formalismos que la práctica política ordena), destacándose el de “traidor”, como el más significativo y el ganador absoluto en el podio de los calificativos.
No es de extrañar. El mismo es usado con mucha frecuencia y los casos más resonantes de “traición” de estos últimos tiempos podrían ser, sin temor a equivocarnos, los de Cleto Cobos y Sergio Massa. Claro que no tenemos que indagar demasiado para ver quiénes los calificaron de traidores y, entonces, surge el interrogante: ¿Por qué razón los sectores del liberalismo vernáculo no le dijeron “traidor” a Massa o a Boudou cuando pegaron el salto hacia el FPV? ¿Por qué no lo hacen con Scioli, que, para el caso, es más de lo anteriormente mencionado? ¿Por qué no lo hizo el radicalismo con Cleto? ¿Acaso estaban esperando el momento de su apogeo para poder bautizar un toro con su nombre y que se pasee por el predio de la Rural en Palermo? ¿Por qué son los sectores populares quienes presentan a la traición como el problema esencial en política y los sectores medios y altos no? ¿Será que, al decir sarmientino, aún nos falta madurar como sociedad porque nos falta la cultura que las clases medias y altas poseen en demasía? “Buena pdegunta, Zanto… Ez un dezaztde…”, diría un periodista y analista económico del multimedios.
Morir de sed teniendo tanta agua…
Por contraposición a la traición, podríamos definir a la lealtad desde la perseverancia y la fidelidad hacia una empresa o idea. En ese caso, la fidelidad, la lealtad, es bendecida por los sectores populares y despreciada por las clases mejor posicionadas en la escala social. Ese desprecio le quita a la lealtad el carácter de virtud y lo establece como servicio. Servicio desde lo servil, porque el servilismo es irracional; o servicio desde la renta, porque el rentado cobra por un trabajo bien hecho. Entonces, ser leal no es para el que piensa. Ser leal es de obsecuentes. Ergo, es leal porque no piensa (dicen), no tiene la capacidad para discernir si está bien o mal lo que sigue o a lo que adhiere con tanto fervor o porque… Le pagan para ser leal. La lealtad tiene un precio porque es una virtud puesta al servicio de un salario. Entonces deja de ser virtud para convertirse en oficio. “¿De qué laburás?”, pregunta uno; “De leal, por tanto al mes”, contesta al otro. Es la lógica imperante.
Desde ese lugar, la fidelidad se posiciona en servilismo. Y desde ese lugar, todo tiene un precio o es irracional. Los valores están sujetos a la variable del mercado y el sentir sólo se establece en posición horizontal y con la persona de nuestros sueños. Pero jamás se siente un ideal. Eso está reservado para el que cobra.
Un ejemplo caro a quienes hacemos este espacio de “Historia Nacional y Popular” es el de Héctor J. Cámpora. Este ex presidente de la Nación jamás tuvo una divergencia hacia Perón. Su lealtad fue intachable e indiscutible. Incluso, en el momento en que se produce la disidencia, sin jamás confesarlo y sin jamás vituperarlo en público, da un paso al costado y, como todo un caballero, se retira. Cumplió con sus deberes de legislador, de delegado personal y de presidente al servicio de una causa y de su líder. Cámpora fue a Perón lo que hoy día representó y representa Leopoldo Moreau a Raúl Alfonsín. Ejemplos de lealtad y de coherencia más allá de las diferencias que uno pueda tener con cualquiera de ellos.
Pero Cámpora quedó condenado a la condena. Ser leal, para él, le significó quedar signado bajo el signo de la obsecuencia. Y el juego de palabras no es caprichoso. La lealtad no es bien vista por los mercaderes de la virtud. Seguimos insistiendo en la pregunta del millón: ¿por qué la condena de ciertos tópicos y de ciertas conductas se pueden considerar patrimonios de clase?
Una lágrima y un recuerdo…
Cuando el neoliberalismo se trastoca en nacional y popular es, simplemente, un giro posicional o una movida dentro del tablero del ajedrez político. En cambio, cuando la movida del peón se produce desde el sector popular hacia los espacios antagónicos, la condena de traición es unánime por parte de los mismos sectores populares. Esta variante, a la hora del juicio y la bajada del martillo, tiene un porqué, como todo en la Historia. Especialmente, si de clases sociales hablamos.
Las clases sociales están segmentadas, claramente diferenciadas por la posesión de bienes materiales, que es el máximo patrimonio social, económico, cultural y político desde el desarrollo de las sociedades capitalistas. Y ese estado patrimonial se adquiere y deviene de la dinámica propia de las relaciones de producción imperantes en una sociedad capitalista. Dicho en criollo, sólo explotando al otro me hago rico; sólo la plusvalía enriquece; sólo cagando al próximo (o prójimo) mi patrimonio se mantendrá a salvo y también, probablemente, aumentará.
Y claro que para pertenecer a esa clase social habrá que manejarse con la lógica imperante que les permitirá ser una pieza más de ese aceitado mecanismo que funciona con la maquinita de hacer billetes. Y esa lógica no tiene espacio para los valores y las virtudes. Ni para las culpas o remordimientos. Uno no explota gente: le da trabajo; uno no caga al prójimo: hace negocios y gana, porque siempre que uno gana, hay otro que pierde. No se puede dar trabajo y pagar lo que el trabajador se merece porque sino… ¿Dónde está el negocio? No se puede hacer negocios de manera justa e intentar que los dos que mercan se beneficien porque sino… ¿Cómo acumulo riqueza? No hay lugar para los débiles, como repiten siempre en las películas norteamericanas, se trate de una de guerra, de una lacrimógena en la que el tipo está luchando contra el cáncer, o en un film donde un alumno intenta llegar a la nota que le permitirá ingresar a una selecta universidad como Járvar. El discurso dominante no permite debilidades, pero tampoco sensiblerías que avalen una conducta de valores. Entonces, de lealtades… Nada. Y de traiciones… Menos.
El tilingo no traiciona: se acomoda en función de su propio beneficio. Cual diputada alcoholizada de jerárquico apellido, puede saltar de lado en lado en el tablero de la rayuela política y aunque nunca llegue al cielo jamás será condenada al purgatorio. En cambio, el “negro” traiciona o se siente traicionado por una sencilla razón: su escala de valores se mantiene incólume y su vida se construye trabajando. Y el trabajo requiere de principios básicos como la solidaridad, el compañerismo, la amistad, la comunión de objetivos, la honestidad y tantos más. Y abandonar esos valores, implica pasarse al bando de los “garcas”, de quienes no los tienen. Eso es la traición. Traiciona a su clase, pero también traiciona a su compañero, a su amigo, a su colega… A los principios de todo un colectivo que los contenía y que fue abandonado por el traidor.
Qué par de pájaros los dos…
Entonces, para establecer la traición de manera concreta, hay que establecer la pertenencia de clase. Es el 2+2 de la política. Si le regalamos el mote de traidor a cualquiera, le estamos asignando valores que jamás los tuvo. No cualquiera puede darse el lujo de traicionar. Es un requiebre del espíritu y está reservado para quien alguna vez hay poseído un espíritu y valores acordes a la espiritualidad humana. El que siempre estuvo del lado de los explotadores, no traiciona porque jamás poseyó valores a los cuales abandone.
Los casos de traición que la política argentina ha instalado últimamente no se adecúan a esa lógica. Los hemos nombrado a lo largo de este artículo. ¿A quién traicionó Cobos, si jamás perteneció? Simplemente, incumplió el pacto político, como Frondizi, y volvió a correrse al lugar del que jamás debió haber salido. ¿Sergio Massa? Todos conocen la historia del joven ucedeísta que veneraba al ingeniero Álvaro Alsogaray y a Carlos Menem como adalides de los “nuevos tiempos” en los 90 y se posicionó bajo el ala de Néstor Kirchner. El mismo Néstor lo explicó en el caso de Redrado: “Nosotros necesitábamos funcionarios políticamente correctos para presentarles a los organismos financieros internacionales y negociar desde otro lugar; así conseguimos lo que queríamos”. A eso el General lo llamaba táctica y estrategia. No puede ser traidor este muchacho que jamás perteneció. Fue necesario en su momento. Y cuando le crecieron las alas remontó vuelo. No seamos generosos con estos personajes llamándolos traidores. No lo merecen y les queda demasiado grande. Y así será si el día de mañana los Scioli, Boudou y tantos más toman –o retoman- el camino de donde vinieron. A no alarmarse.
Distintos son otros casos. Y aquí volvemos al paro de esta semana próxima pasada. Hugo Moyano es un trabajador devenido en empresario exitoso, como la mayoría de los sindicalistas que están al frente de sus organizaciones. El tipo conoce lo que es arremangarse y construir desde abajo. Que hace rato no lo haga, no implica que no tenga una pertenencia y un origen de clase propio de un trabajador. Y por eso, cuando lanza el paro desde las páginas y la pantalla del multimedios que antes lo condenaba por estar contra la clase empresarial argentina, sabemos que este muchacho está defeccionando. Y cuando es entrevistado junto a los líderes de las entidades patronales campesinas o de los diputados pro-oligárquicos, no hay lugar para la duda: este tipo sí es un traidor. Y cuando el militante cineasta, ex peronista, ex nacional y popular, ex defensor de las causas nacionales, se sienta al lado de una mujer que desvaría diciendo que respira aliviada desde la muerte de Néstor Kirchner y él no pestañea, como si se tratara de una toma esencial para su próximo largometraje, podemos decir que también es un traidor. Quien realizó una consciente labor militante y pedagógica con paisajes tan bellos y diversos como “La hora de los Hornos” o “Sur”, no puede equivocarse: está cagando al prójimo. Es un traidor hecho y derecho.

Cuando Mao hablaba de “los dos caminos” hablaba del camino revolucionario y el de la seducción burguesa. Y es lo mismo que hablar de traiciones y lealtades. La seducción de la vida burguesa es el camino de la traición, pero también, el abandono de los valores. De los preceptos de la lealtad y, por supuesto, del amor.

martes, 8 de abril de 2014

La “falaz coincidencia” II. La práctica política
¿Pragmatismos o dogmas?

En el inicio de sesiones del Congreso de la Nación, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, como suele ser habitual en estos encuentros protocolares, hizo un amplio paneo de los logros de Gobierno. Ciertos o no esos logros (los opositores dirán que no, los oficialistas que sí y los críticos que más o menos), estos mensajes inaugurales tienen la finalidad cierta de ponderar la obra de gobierno para insuflar el ánimo de la propia tropa, por un lado; el de generar un discurso propagandístico para los indecisos, por otro lado y, finalmente, el de marcar el territorio, políticamente hablando, con los sectores de la oposición.
Desde “Historia Nacional y Popular” nos propusimos ser muchas cosas: honestos, críticos, erróneos, dispares, coherentes… Pero nunca complacientes. Un gran maestro que nos ha acompañado en pasos previos a este espacio, desde las aulas del Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González (donde habita el profesorado de Historia más antiguo de la Argentina), el profesor Rodolfo Varela, nos ha enseñado que la práctica política está generalmente disociada de la ideología, porque requiere más de pragmatismos que de dogmatismos. Explicaremos el porqué e iremos apuntando de a poco al objetivo…
De Adam Smith a Marx: todos somos peronistas
Adam Smith propugnaba desde su famoso ensayo “La riqueza de las Naciones…”, que toda nación debía aprovechar las ventajas comparativas que tenía frente al resto para poder competir y enriquecerse como corresponde y las leyes del Dios mercado así lo disponen. Entonces, decía, una nación que se especializa y dispone de los medios para fabricar alfileres, tendrá grandes chances de fabricarlas a menor costo que aquel que no tiene los medios para hacerlo. Los costos de los alfileres de esa fábrica serán menores que los de la fábrica que no disponga de los mismos medios o de aquella nación que no disponga de las máquinas y fabrique los alfileres de manera artesanal.
Esta teoría tiene un tufillo seductor. Si será más barato producir esos alfileres, será menor el precio de venta que tendrá en el mercado. Esos alfileres serán una ventaja para la humanidad en la medida en que los mercados se encuentren libres de barreras. Porque la falta de barreras de carácter aduanero, no encarecerán los productos y así, todos podrán disfrutar de la “baratez” de estos productos, hechos en el país donde se producen más baratos para que el mundo pueda pagarlos más baratos.
La lógica del mercado es sencilla, puesta así en términos tan generosos. El fabricante que más barato produce no hace negocios, sino que prácticamente cumple el rol de un San Francisco de Asís de la producción. Y la humanidad debe prenderle velitas a Coca-Cola porque no existe en el mundo nadie que venda la Coca-Cola más barata que la propia Coca-Cola… ¡Ah! ¡Pero no nos dimos cuenta que sólo hay un fabricante de Coca-Cola! Bueh, será cuestión de esperar que la Pepsi-Cola venda su producto REALMENTE a un precio más acorde a los costos de producción para que nos demuestren que Adam Smith tenía razón.
¿Pero cuál es la razón por la cual Adam Smith se equivocó? Si es que se equivocó, claro…
Adam Smith tenía muy claro que las naciones que producen manufacturas se enriquecen de manera más contundente que las naciones que producen materias primas. Con el correr de los años, eso se llamó División Internacional del Trabajo que, como dice Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder o, lo que es más preciso, unos se especializan en enriquecerse y otros en empobrecerse. “La riqueza de las Naciones…” propugna el libre comercio en épocas de restricciones comerciales, cuando Gran Bretaña comenzaba una política de expansión comercial y las demás potencias europeas se hallaban en franco retroceso sin saber cómo contrarrestar el avance feroz de una nación que los avasallaba con una Revolución Industrial que cambiaría el mundo y, a la larga, terminaría sometiéndolos. La teoría, el dogmatismo de Adam Smith, era el libre comercio. Un libre comercio que liberaba las barreras aduaneras para los productos británicos e imponía aranceles para aquellos productos que competían favorablemente o en condiciones ventajosas contra los mismos “alfileres” que ellos mismos intentaban imponer.
La dinámica del modo de producción capitalista funciona así. Puesto que el capitalismo es plusvalía, entonces las relaciones comerciales entre naciones se basan en una relación de explotación, también. Cardoso y Faletto lo explicaron en términos de relaciones de dependencia. Otros autores, en términos de imperialismo. Las relaciones comerciales entre países también son relaciones de explotación, de sometimiento y de dominación. Y aunque Marx explicaba que los modos de producción no se encuentran en estado puro, el capitalismo de Adam Smith funciona gracias a que los países dominados se encuentran sometidos a lógicas internas de mercado con una gran dosis de economía informal que hacen posible su subsistencia sin provocar el gran estallido que debía haberse producido sin su existencia. Un ejemplo muy claro es la economía informal en los países latinoamericanos, que permiten que un gran porcentaje de los marginados se incorporen a la economía formal viviendo de los ingresos generados por la economía informal (el caso del mercado negro de La Salada, en Buenos Aires, Argentina, que emplea a decenas de miles de personas fuera del circuito económico formal es un ejemplo muy claro).
Arturo Jauretche nos enseñaba, por oposición, que el libre mercado es un invento de vivos para consumo de zonzos. Y que los dogmas, sean liberales o socialistas, pierden sentido cuando la letra estricta se impone sobre la realidad. No puede ser nunca el mismo socialismo en Kuala Lumpur, que en Cuba o que en la Argentina. Porque las condiciones de la realidad de cada país (cantidad de población urbana sobre rural, producción de materias primas, diversidad económica, consumo cultural, etc.) determinan los modos en que se llevará a cabo el socialismo en cada país. Cada país impondrá restricciones económicas o aduaneras tal como lo hace Gran Bretaña sobre ciertas producciones argentinas puesto que la lógica de su producción se impone sobre el dogma de Adam Smith. Y cada país impondrá su lucha antimonopólica contra los agentes internos y externos en cada país de acuerdo a como estos se presenten. De más está decir que en Kuala Lumpur les debe preocupar muy poco la lucha contra el imperio de Cablevisión y las medidas aplicadas para imponer el Fútbol Para Todos. Allí, el elemento cultural que el Estado debe apropiarse y no permitir que ningún monopolio se apropie, será otro. Cada país aplicará restricciones aduaneras por más liberal que sea, porque es lo que precisa y porque no hacerlo provocaría un problema económico muy grande en los sectores productivos favorecidos con esas restricciones; y cada país permitirá un determinado grado de capitalismo si ello favorece la dinamización de la economía en ciertos sectores determinados, por más socialista que sea, pues ello siempre redundará a favor de sus propios intereses. El dogma es letra muerta.
Eso es pragmatismo puro. Peronismo, que le dicen…
De Lenin a Fidel: todos somos kirchneristas
El otro ejemplo claro del pragmatismo impuesto sobre la letra del dogma es el de la Nueva Política Económica de Lenin, en los primeros años de la Revolución Rusa. Esta política se basaba en la simple lógica de la dinamización del mercado interno, si es que les suena, queridos amigos. Un país empobrecido, con enormes vestigios de economía feudal, con un campesinado hambreado y una economía dependiente de las bondades del buen clima para lograr buenas cosechas (¿les suena más ahora, my darlings?). Lenin, para lograr una industrialización efectiva, no tuvo más remedio que apelar a la inversión de capital. Entonces, se puede decir que (si fuéramos estrictamente dogmáticos) Lenin propugnaba un sistema económico mixto y no era socialista en el sentido puro de la palabra… ¡Pero no! Pragmáticamente, sabía que si necesitaba de una industrialización y una dinamización del mercado interno, debía conseguir capitales, ponerlos al servicio de la economía y cuando hayan cumplido su cometido, entonces sí darles una patada en el rincón del cuerpo que más les humille. ¿Acaso alguien se atreve a discutir el grado de marxismo de Lenin?
Fidel Castro tuvo que recurrir casi a la salida contraria, pero no por pragmatismo, sino porque le cerraron los caminos. El bloqueo salvaje impuesto sobre la isla obligó a Cuba a recostarse en la almohada que les ofrecía la URSS sin poder conseguir, por más que quisiera, capitales para invertir y dinamizar la economía. En la medida en que los lazos impuestos por el bloqueo fueron ajándose y se volvieron más flexibles, en los 90, comenzaron a fluir los capitales a la isla. Las teorías que se esgrimieron fueron de lo más absurdas: era el resultado de la caída del muro; la derrota del socialismo en manos del capitalismo le torció el brazo a Fidel; el líder revolucionario se puso viejo y gá-gá y tantos etcéteras más que sería tan ridículo citarlas como en su momento lo fue argumentarlas. ¿Alguien se atreve a decir que Fidel es ahora menos socialista que lo que fue siempre?
Lo que hicieron uno y otro fue aplicar determinadas salidas pragmáticas con el objeto de dinamizar el mercado interno para, luego sí, con la posición fortalecida, enfilar el rumbo hacia donde el dogma o el signo ideológico de cada uno lo quiera.
Eso es pragmatismo puro. Kirchnerismo, que le dicen…
De Yrigoyen a Carrió: todos somos democráticos
Cuando se plantea la crítica de la “falta” de peronismo por parte del kirchnerismo contemporáneo, se instalan discusiones estériles plantadas desde el dogmatismo más estricto hasta el historicismo con fórceps. Perón no hubiera mantenido una propiedad compartida con capitales privados en YPF; Perón ya habría estatizado los FFCC; Perón… El General apeló a otras salidas porque los recursos eran otros. Porque se tiró a la pileta y encontró agua. Supongamos, si nos atenemos a la fuente primerísima que es el relato del mismo Perón (ver “La revolución peronista”, del ex peronista Pino Solanas), Miranda encontró las condiciones favorables –ingleses desesperados por vender y urgidos de capitales, una deuda a favor de la Argentina que ahora no existe, condiciones extraordinarias para un despegue industrial, etc.); no podemos caer en el remanido discurso que Perón hizo lo que hizo porque pateaba lingotes de oro en la Casa de la Moneda. Hizo lo que hizo porque tuvo los cojones y la voluntad política para hacerlo. Y era EL momento para hacerlo. En el ’73 no nacionalizó la banca y el comercio exterior. ¿Perón dejó de ser peronista? Simplemente, los tiempos dictaban otras políticas por interminables razones.
Las políticas llevadas a cabo por el Gobierno argentino desde 2003 a la fecha atienden el más puro pragmatismo. Pero apuntando siempre y sin perder la vista del horizonte donde asoma la redistribución de la riqueza, la inclusión y la dinamización del mercado interno con una industrialización incipiente. Eso es pragmatismo. Peronismo, que le dicen…
Y en este pragmatismo, la presidenta jugó con la oposición por diplomacia en función de los tiempos políticos y de una necesidad que no termina de quedar muy clara.
Los que sentimos admiración por ella (y los que no), sabemos que hay un defecto del que carece: la ignorancia. Su formación es sólida como abogada, como legisladora y conoce sobradamente de una materia que nos vincula: la Historia.
Por eso, cuando le elogió a la UCR su vocación democrática a lo largo de la Historia, y destacando el desdén que el peronismo tuvo hacia ese sistema político, sabemos que fue un guiño, una deferencia política. Pero está faltando a la verdad.
La UCR tiene un origen vinculado a la práctica constitucional desde sus orígenes, ya que la Ley Sáenz Peña es producto de las luchas del primer radicalismo. Hipólito Yrigoyen fue víctima del primer golpe de Estado, por ser luchador incansable de la causa nacional y popular y por ser el artífice de la democratización del país. Punto. Se acabó la democracia radical. La década infame los encuentra participando con el alvearismo, prestándole el consenso al “fraude patriótico”. El 46 lo encuentra compartiendo el palco con el embajador norteamericano Spruille Braden y negándose a ser parte del nuevo movimiento bajo la conducción de Perón. El 52 celebra la muerte de Eva con las famosas pintadas vivando al cáncer y el 55 encuentra al radicalismo aplaudiendo los bombardeos a Plaza de Mayo, para luego vivar a los “Libertadores”. Participan de la fraudulenta e ilegal reforma constitucional del 57 convocada por el dictador Aramburu y le presta funcionarios a cuanta dictadura se cruzó en la Historia Argentina. Abraza una presidencia gracias a un pacto incumplido (Frondizi) y otra con la proscripción del peronismo y perdiendo la elección ante el voto en blanco (Illia), sin olvidar que el doctorcito cordobés hace detener el avión de Perón en Brasil para mantener su proscripción. Acompañan el onganiato sin despeinarse y aplauden el retorno de Perón porque el país era inmanejable para cualquiera menos para el General. Balbín saluda a los “salvadores” de la Patria cuando Videla y toda la crema se apoderan del Gobierno instaurando la más sangrienta dictadura de la Historia en América Latina. Y Alfonsín recién asoma el cogote desde Chascomús para incorporarse a la Multipartidaria recién y luego de haber asistido a la lucha de los sindicalistas argentinos liderados por Saúl Ubaldini, que le venían haciendo paros a la dictadura desde el año 77 (y se pierde el símbolo de lucha que levantaba las banderas, Oscar Smith), cuando todavía los radicales se mantenían al frente de intendencias y eran los más encumbrados funcionarios de la dictadura genocida.
Los sectores trabajadores que le pusieron el cuerpo a las balas fueron los peronistas. Los que pusieron la mayoría de los desaparecidos, también. Y la izquierda comprometida con la causa revolucionaria. Había (y sigue habiéndolos, claro) radicales yrigoyenistas comprometidos con la causa nacional y popular y que fueron víctimas de persecuciones y torturas. Pero son los menos. El radicalismo actual es alvearista, oligárquico, conservador y sus más fieles representantes no tienen un pelo de democráticos. Carrió, Stolbitzer (por más que formen partidos por doquier fueron, son y serán radicales), Morales, Alfonsinito, Sanz y todos ellos no dudan ni dudarían en ponerse del lado de un golpe que derroque este gobierno (que no es posible en el modo tradicional) y les permita acceder con la mayoría proscripta, tal como lo hicieron Frondizi e Illia. Porque Raúl Alfonsín muere apoyando a este gobierno y recurriendo a la memoria para recordar que los enemigos de este Gobierno fueron los suyos. Alfonsín, sin ser el súper héroe volando con la capa democrática, fue el último líder democrático y medianamente yrigoyenista que tuvo el radicalismo. Y en sus últimos años respiró kirchnerismo, mal que les pese a quienes hoy son oposición.

Para hablar de democracia, hay que preguntarle a un peronista, compañera presidenta. No a un radical. Solemos coincidir. Pero esta vez no entendemos este guiño a la oposición. Aunque podemos afirmar que esta es una falaz coincidencia. Si a usted le sirve, está bien. Nosotros, como historiadores, nos encontramos en la obligación de poner las cosas en su lugar. Al campo nacional y popular, en la democracia; al radicalismo, al lado de los dictadores. Como siempre fue, traicionando los preceptos de Don Hipólito. 

martes, 1 de abril de 2014

El Homo-Face Videns

Uno de los análisis más certeros, a nuestro modesto entender, sobre la influencia de los medios de comunicación en las masas, es el trabajo de Giovanni Sartori intitulado “El homo videns”, cuya principal teoría consiste en determinar que el hombre es esclavo de la imagen. Si lo ve, entonces sucedió. No resiste más análisis que el de explicar lo que se ve porque la contundencia de la imagen es tal, que no hay modo de refutar algo que todo el mundo puede ver.
Claro que de ese modo, nos explica, también sucede que no nos detenemos a pensar cuántos ángulos puede contener esa imagen (puesto que al haber más ángulos hay más miradas y, por lo tanto, más puntos de vista para analizar) ni cuándo comienza o termina realmente esa imagen, ya que una imagen televisiva, fotográfica o del carácter que sea, no es más que un recorte caprichoso de la realidad hecho por quien está mostrando la imagen y decide qué parte mostrar y cuál no.
Entonces el hombre es esclavo de lo que ve, pero peor aún, es esclavo de quien pone en sus retinas lo que debe ver. El recorte de la realidad es desmenuzado con crudeza e inteligencia por Sartori y nos muestra cómo, por ejemplo, los noticieros televisivos redujeron considerablemente las noticias de interés público (política nacional, internacional, economía, sociología, cultura) en favor de las llamadas noticias o notas “de color” o “interés general” (el nacimiento de un oso polar blanco en un zoológico de la India, el niño de 3 años de edad que conoce las capitales de los países del mundo o el asalto de una carnicería en Burzaco).
La capacidad de análisis del ciudadano “informado”, entonces, queda reducida a unos tres o cuatro puntos de interés, delimitados por las cadenas informativas y reducidos más aún por los recortes visuales que hacen de esos mismos informes. El consumidor de noticias cree, así, que sabe manejar todo “lo que hay que saber” pero en realidad está manejando lo que quieren que maneje y está opinando lo que quieren que opine de lo que maneja. O sea que está siendo manipulado no sólo en qué recibe sino en cómo lo recepciona.
El “féis” to “féis”.
Este admirable comunicólogo italiano escribió esta obra maestra que aún goza de absoluta vigencia en los 90, cuando aún no existía este poderoso medio de comunicación y herramienta transmisora de ideología que muchos insisten en mal llamarla “red social”, conocida como Facebook. Y el Facebook tiene un poder comunicacional tanto o más poderoso que un noticiero de televisión. En este medio, uno influye entre los amigos, parientes, colegas, subordinados, etc., o entre los que uno se gana o ganó un respeto determinado a lo largo de toda una vida. Y ello lleva a que lo que uno dice sea tomado con particular interés por quienes nos aprecian, pues esperan que seamos tan dignos o brillantes como en aquella reunión en que hicimos reír a todos o en aquella clase magistral en la que nuestros alumnos aprendieron la materia que enseñamos con tanta pasión. O, simplemente, nos respetan en lo que decimos por el afecto que hemos sabido ganar y construir con nuestro don de gentes. En los 60 y 70, comunicólogos como Daniel Lerner (“Communications systems and social systems”, 1960) o Heriberto Muraro (“El poder de los medios de comunicación de masas”, 1971) insistían en la influencia de los medios de comunicación, pero destacaban más aún el papel “narcotizante” de los medios y el rol de los “líderes de opinión”, personas con contacto fluido y permanente con sus iguales pero con mayor influencia por su ascendencia intelectual, por lo que tenían mayor poder con su entorno que los propios medios. Hoy día, me permito la digresión de llamar a estos “líderes” transmisores, puesto que no producen opinión, sino que la transmiten y la influencia mediática es mayor que la que estas personas tenían antaño.
Pues como afirmamos hace poco (ver “La responsabilidad de los intelectuales”), los generadores de ideología son pocos; la mayoría somos apenas transmisores. Y creemos ser portadores de una ingeniosa ocurrencia que no fue generada más que por alguien que quizás apenas tuvo la capacidad de ensamblar tres ideas masticadas previamente por alguien, dándole forma de “posteo”. Y esas tres ideas a su vez fueron generadas, seguramente, ahí sí, por un intelectual generador de ideología, que puede ser, a su vez, quien la tergiversa con un fin determinado (provocar adhesión o rechazo) para que todo el mundo la repita, creyendo “saber” de lo que está hablando porque se encuentra “informado”. Los ejemplos más claros fueron los dichos de la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner sobre el temor a Dios, a ella y los funcionarios, o el que se le atribuyó respecto a los $4 diarios necesarios para comer, tergiversado el primero desde las esferas más altas del periodismo político de “La Nación” y afirmado el segundo en el dudoso potencial de lo incierto desde los cuadros políticos del Grupo Clarín.
El abrazo del oso
La contundencia de la imagen puede mostrar un recorte sesgado de la realidad, pero no debe tener la potencia para esclavizar el juicio crítico de quien la ve. La imagen debe ser sometida a un juicio crítico y debe establecerse, ante todo, el contexto en que fue tomada e, ineludiblemente, debe ser sometida al análisis comparativo con otras fuentes. Pero jamás debería establecerse la contundencia de la imagen por sí sola, como si fuera ella sola la que nos explica todo.
El ejemplo más popular que se ha visto en estos últimos tiempos fue una foto que circuló masivamente por Facebook, donde se ve a Sergio Baradel, titular de SUTEBA (el sindicato educativo más importante de la provincia de Buenos Aires) fundiéndose en un abrazo cordial con el candidato a presidente para 2015 por el Frente Renovador, Sergio Massa. De allí a explicar el paro docente con una imagen, hay apenas un bostezo provocado por la pereza intelectual de quien no piensa y somete el juicio a la imagen. Entonces surgieron las voces disidentes explicando que la imagen había sido retratada cuando aún ambas figuras formaban parte del Frente Para la Victoria y tantas teorías más. Una vez sellado el acuerdo en la Paritaria Anual Docente que dejó contento a la mitad de la mitad y blasfemando al resto (como siempre sucede), los mismos que condenaron como traidor al titular de SUTEBA por la foto con Massa, explican el grado de kirchnerismo de Baradel con una foto sonriente junto a Nora De Lucía, titular de la cartera de Educación bonaerense. Y quienes agradecían con la primera foto por tener un sindicalista opositor, ahora se lamentan por estar representados por un oficialista al mirar la segunda foto. Las fotos dicen todo. Pero sólo para quien queda esclavo de la imagen. Y no dice demasiado para quien la somete a un severo análisis junto a lecturas, otras fotos, otras imágenes, opiniones de los protagonistas de la foto, una explicación exacta del contexto en que fue tomada, etc.
Es decir, demasiados debates por apenas un par de fotos. Y todos, los de un lado y otro, sometidos a la imagen para explicar y acomodar lo que les parecía que debía decir, según el espacio político que defienda o al que quiera defenestrar. Nada más. Namasté, como suelen decir en Féis y yo repito sin entender muy bien qué quieren decir.
Anival Ramire
También circula en esta “red social” un posteo con la foto de un malandra, blandiendo un arma, escribiendo con faltas de ortografía sobreactuadas y jactándose de lo bien que la pasa gracias a que “la Kristina” le da los planes y él puede dedicarse libremente a su vida de crimen y delito sin tener que preocuparse de que le falte el mango. Y digo que las faltas de ortografía están sobreactuadas pues en mis 18 años de docencia no he visto ni a los más brutos escribir mal su propio nombre. No recuerdo si se llamaba así, pero creo que el apellido debía llevar una “Z” final y el delincuente no la escribió.
Y lo que es peor: no he visto jamás a nadie jactarse de estafar al Estado en la adjudicación de un plan social que no merece, porque autodelatarse lo lleva al simple estadio de la pérdida del beneficio.
Este muchacho, en teoría, escribió todo un manifiesto donde se presenta y dice que cobra planes, que vive más que bien y mucho mejor que quienes trabajan, sólo porque este Gobierno se lo permite. Le permite esto y mucho más: cometer delitos y ser liberado inmediatamente al momento de ser capturado. Cualquier semejanza con cierta derecha exigiendo penas más duras y oponiéndose a la reforma del Código Penal NO es simple coincidencia.
En este caso, la imagen provoca indignación. Pero es acompañada de la palabra. Entonces se supone que el análisis aquí deja menos espacio para la duda. Pero no. Aquí, la palabra, viene tan clara como la inseminación de la Santísima Trinidad en la Ave María Purísima sin pecado concebida. Pero lo más notorio es que la indignación prima sobre la razón y todo el mundo se lanza sobre el teclado a opinar que “¿Viste cómo son estos negros de mierda en cuanto les das algo?”, y cosas por el estilo. Y la espiral crece interminablemente, puesto que un comentario lleva al otro así como una cosa lleva a la otra. Casi nada.
Puestas así las cosas, son muy pocos los que se detienen a pensar y someter a juicio crítico no sólo la imagen; a veces, hasta las palabras. ¿Con qué objeto son escritas? ¿Quién las escribió? ¿Qué ideología tiene quien las escribió? ¿Hacia quién están dirigidas? Y, lo que es más importante aún… ¿Cuál es el efecto que pretenden lograr? En el caso de “Anival Ramire”, no sabemos quién escribió esa carta de presentación. Sí podemos afirmar que el fulano en cuestión no fue, por las razones aducidas previamente y otras tantas más que podríamos agregar (un delincuente prefiere quedar en el anonimato pues si es fácilmente reconocible pierde chances de vivir con éxito de su oficio; una persona que no sabe escribir no pierde tiempo en escribir y menos para autoincriminarse; si quisiera hacer una carta de agradecimiento al Gobierno por los planes sociales omitiría las partes que generarían rechazo; etc.). Sabemos que quien escribió ese posteo es una persona de derecha; y sabemos que el efecto que busca es precisamente el que provoca en cada persona que lo reproduce o lo comenta: reacción e indignación. El enano fascista que todos llevamos dentro sale despedido con una catarata de insultos interminable no sólo hacia el delincuente en cuestión, sino también hacia el Gobierno que, con una medida de carácter progresivo como un plan social, le posibilita vivir rascándose y contemplar el techo sin producir para beneplácito de la ciudadanía, del prójimo, del sistema capitalista y de la sociedad de consumo a la que tanto le debemos.
La Historia en imágenes
El “Che” Guevara con los burócratas stalinistas del Kremlin; Evita con Franco; Hugo Chávez con Barack Obama; o Perón con Pinochet. Son todas fotos e imágenes que se encuentran fácilmente y pueden ser descriptas desde la contundencia de la imagen. Perón fue pinochetista, Evita franquista, el “Che” stalinista y Chávez un traidor a la Patria Grande. Todo eso dicen las imágenes, si queremos que nos lo digan.
La Historia nos enseña que esas imágenes deben ser sometidas a un análisis crítico. Que fueron sacadas en un contexto. Y que desde allí deben ser explicadas. Edward H. Carr, en su maravilloso “¿Qué es la Historia?” nos explica que la Historia no es ni más ni menos que el devenir permanente entre pasado y presente. Que el presente se explica con el pasado y viceversa; y que no hay forma de entender el presente sin el pasado y nuevamente viceversa. Si nos tomamos la atribución de condenar a Perón por ser pinochetista, será inevitable que cuando veamos la foto del diputado con su novia modelo, creamos que está desfilando para un fabricante de corbatas.

El “Che” Guevara, no tenía más remedio que negociar con el Kremlin, pues el bloqueo salvaje sobre Cuba (que hoy persiste, más de 50 años después de su muerte) exigía un punto de apoyo para no someterse al imperialismo norteamericano; Chávez le vendía petróleo a EEUU pues una nación necesita hacer negocios para ingresar divisas en sus arcas; Eva Perón aparece con Francisco Franco por obra y gracia de una generosa donación de su gobierno al pueblo español, que padecía una de las peores crisis económicas de su Historia; y Perón, más allá de esa sonrisa que provoca rechazo en el momento en que le estrecha la mano a Pinochet, lo hace en la asunción del mando como presidente argentino y estrechando la mano del presidente chileno, quien asistió a la ceremonia de asunción y a quien, por protocolo, hay que recibir y saludar. Es decir, todo se explica. Al menos desde MI óptica. Hay quien dirá que Perón estaba pergeñando el plan de exterminio junto a Pinochet con sólo mirar la foto. Hay quien dirá que Evita y el Che se unen más allá de la ópera prima y participan ambos de dictaduras genocidas como cómplices complacientes. Y también hay quien dirá que Chávez fue un bocón que hablaba contra los yanquis mientras hacía negocios amistosamente y les vendía petróleo. Todo es posible. Lo cierto es que cada explicación merece un argumento que la avale. Si no, es simple repitencia. Como el “féis”. Como la vida misma.