sábado, 26 de abril de 2014

El arte de la seducción: de Julio César a Macri, los piropos nos UNEN

A mi hija Mariana, para que nunca
 se cruce  a ningún Mauricio
(o sepa mantenerlos lejos)…
A mi hijo Juan Pablo,
Para que nunca se sienta Mauricio…

La seducción, podría decirse, es uno de los estados naturales en que cae el ser humano para conquistar voluntades. Y las mismas pueden ser de carácter variopinto: voluntades políticas, voluntades delictivas, voluntades fraternas, voluntades deportivas y hasta voluntades románticas. Decimos que cae pues, generalmente, el seductor tiene el carisma para atraer de manera natural, casi sin proponérselo. Forzar la seducción puede llevar a resultados no deseados o contrarios a lo que nos hubiéramos propuesto.
Seducir no es pa’ cualquiera, decían en el barrio. El arte de la seducción requiere ser acompañado por una serie de talentos innatos que pueden pulirse, como cualquier oficio, pero no serán incorporados a nadie por más que se lo intente. Ejemplos hay de sobra. La capacidad de oratoria que tienen o tuvieron seductores políticos natos como Cristina Fernández de Kirchner, Raúl Alfonsín o Juan Domingo Perón está más allá de toda discusión. Es y era el toque de distinción que acompaña al carisma para seducir y sumar voluntades políticas. Quienes hemos vivido en el Partido de Morón tenemos un ejemplo más macabro: el ex intendente Juan Carlos Rousselot. Este personaje, con un oscuro pasado ligado a la Triple A, y luego al menemismo más acérrimo, fue destituido por corrupción (un contrato para construir cloacas firmado con un entonces casi ignoto Mauricio Macri) y la Plaza frente al municipio se llenó de gente indignada pidiendo por su jefe político caído en desgracia. Años después, fue reelecto en pleno festival menemista, libre de mancha y pecado cual carmelita descalza, tras un triunfo abrumador en las urnas. Se sabía y se supo de su ineficiencia y corrupción en el manejo institucional y sus métodos de intimidación con la guardia pretoriana formada por lo más selecto de la barra brava del Deportivo Morón. Pero aún así, volvía y triunfaba y tenía una alta imagen positiva entre la población del Partido. ¿Cómo se explica eso, más allá de la remanida frase de que “el pueblo no sabe votar”? Quien escribe estas líneas tuvo la oportunidad de estar presente en un Congreso Partidario donde presentaba su proyecto político para un nuevo Partido de Morón, que contemplaba una ciudad extraída de las películas de ciencia ficción donde sólo faltaban las naves voladoras. Y el público salió maravillado con esa brillante pieza de oratoria. Sabíamos, cuando abandonábamos la pasión encendida por el discurso, que nos estaba mintiendo soberanamente. Pero aplaudíamos y no dejábamos de cantar la marcha peronista, sabiendo que el tipo, de peronista, sólo tenía el escudo en el afiche electoral.
Eso, estimados, es seducción. Y no era fabricada. En esos años ya comenzaba a fabricarse la construcción de líderes. Se supo, con el tiempo, que el puño extendido con el índice hacia adelante y bajando una vez y otra poniendo énfasis en las frases más destacadas, fue el resultado de un consejo de los asesores de campaña de Raúl Alfonsín para la campaña de 1983. Y pasó a la Historia el gesto, dándole ampulosidad al “Con la democracia se come…”; en la campaña siguiente, el candidato cordobés del mismo Partido, Eduardo Angeloz, pensó que con mover la mano le alcanzaba. Y así le fue. Eso, es falta de carisma, ausencia de capacidad de seducción y el rechazo hacia la búsqueda de toda imposición sobre las virtudes y límites naturales del individuo. La diferencia está en ver lo que provoca el histórico discurso de cierre de campaña y la pasión que encendía, al lado del “Se puede”, casi antinatural de tan forzado que estaba. Es decir, seducir no es pa’ cualquiera.
Si soy así, qué voy a hacer/ nací buen mozo y empinao pa’l querer
El rol de la mujer en la Historia es el de subordinación respecto a la voluntad del hombre. Claro que tiene que ver con la sabia frase que define que “la fuerza es el derecho de las bestias” y, desde allí, el hombre se impone a fuerza de garrotazos, metafórica y literalmente hablando, si nos remitimos a la imagen del hombre de las cavernas pegándole el palazo en la cabeza a la chica de sus sueños y arrastrándola a la caverna mientras ella sonríe con satisfacción plena al haber sido domada por tan viril garrote (u hombre). Pero sabemos también que las más primitivas comunidades eran matriarcales, ya que se consideraba que las mujeres se imponían con mayor sabiduría puesto que tomaban decisiones con ese instinto de cuidado hacia el otro que el hombre no posee y que ellas desarrollan por el cuidado de su prole. Las comunidades primitivas seguían a rajatabla el mandato femenino basado en la generosidad y el cuidado para la preservación de la especie, para la supervivencia.
¿Qué sucedió para que la relación de poder y estimación de uno hacia otro cambie de forma tan radical? Varios factores, pero nos remitiremos a los principales. El cambio de la división sexual del trabajo hacia la división social del trabajo es uno de ellos; pero esa división social aparece con las estructuras de poder políticas y religiosas manejadas por los hombres. El palacio y el templo, diría con justa autoridad Mario Liverani. Pero para que ello aparezca (porque toda innovación aparece en la Historia del hombre por una necesidad), hubo que sentir primero la urgencia de organizarse de ese modo por una amenaza concreta: las demás tribus y bandas comienzan a combatir por los espacios más fecundos, los territorios con más alimentos. De esta manera, en el combate, la supremacía que se impone es la del hombre, que por naturaleza biológica es más fuerte e impone la defensa del colectivo en la batalla, a través de la fuerza. Es el paso de la sociedad matriarcal a la patriarcal. Lo que equivale a decir que el paso del nomadismo al sedentarismo representó el gran retroceso en la vida de la mujer, el cual hoy en día aún no puede ser reconstituido.
La mujer empieza a tener un inevitable rol secundario cuando el hombre se apropia de las funciones decisorias: la política y la religión. Y la economía productiva es dirigida también con la rígida fuerza masculina ya que se impone la esclavitud como modo de producción, relegando a la mujer al reducido espacio de la casa y las tareas domésticas. Claro que a mayor grado de pobreza, mayor será su participación en las tareas productivas; pero por necesidad, no por decisión o emancipación. Sus funciones sociales, políticas y económicas eran nulas. Debía conformarse con que las decisiones de los hombres fueran las correctas. Tenía vedado el acceso a la palabra en las asambleas, en el ágora, el Senado o donde sea que se pudiera ejercer opinión.
Así y todo, la seducción era un oficio que podía llegar a tornarse inhallable. Los casamientos se decidían al instante de alcanzar la temprana niñez y cuando ya se calculaba que el niño, con 5 o 6 años encima, sobreviviría (pues la mortalidad infantil era muy alta), se le asignaba esposa. Entonces, no había que remarla: el tipo no necesitaba un discurso para seducir ni la chica se permitía ser exigente, no sólo con que hilara tres frases coherentes, sino con que al menos tuviera una mínima presencia que le despertara algo de se(x)nsualidad. Estaba destinada a resignarse y a rezar para que el candidato asignado no sea como el de sus vecinas. Pocos fueron los corajudos galanes que, como Julio César, se le animaron a la piba más linda de Egipto cuando ni siquiera ponían los lentos para facilitar la tarea. Enamoró a Cleopatra y se enamoró de ella, ganándose la admiración de la muchachada soldadesca y los suspiros de todas las damas del Imperio. Supo ser hombre y conquistar seduciendo. Porque seducir, no es pa’ cualquiera.
La aparición del cristianismo como religión oficial europea en los primeros siglos de nuestra era,   terminó de sepultar las casi inexistentes esperanzas que hubiera para modificar el asunto.
El cristianismo atraviesa la Edad Media y la Moderna, así como gran parte de la Contemporánea, como la fuerza política más importante del mundo. Y se trata de la religión más patriarcal que existió. La mujer tiene un rol absolutamente subordinado. Participa subsidiariamente y no tiene acceso a jerarquías ni a posiciones de decisión. Los conventos de monjas tienen una Sor o Hermana Superiora a cargo, que depende a su vez de las decisiones de un sacerdote que determina qué se hace y cómo. Y para afrontar la sociedad, lo hace con la venia de los sacerdotes o bajo las órdenes de aquél. Pero jamás ejerciendo los sagrados sacramentos, pues la Iglesia no les otorga el poder para hacerlo. Puestos a hacer una anacrónica y forzada comparación (aunque necesaria), Von Wernicke, el cura condenado por haber cometido crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura en la Argentina, tiene aún el derecho de oficiar misa (la Iglesia Católica no le revocó ese privilegio) y monjas como Teresa de Calcuta (no es santa de nuestra devoción, por razones ya explicadas en otro artículo, pero al lado de este cura es un Osito Cariñoso) murieron sin poder acceder a este privilegio.
Lo mejor que hizo la vieja es el pibe que maneja
La aparición del capitalismo marca rupturas en este sentido como en tantos otros que ya señaláramos en trabajos anteriores. El hombre ya no es tan autosuficiente y, ese objeto asimilable a los niños por su rol social y por su capacidad intelectual, es mirado de otro modo sólo porque se lo necesita más que antes. Tiene que salir a laburar y a conseguir el mango, como cualquier hombre, y hasta cubriendo los baches que el desempleo fabril va creando entre los hombres trabajadores, que se van sintiendo cada vez menos todopoderosos. La mujer va adquiriendo mayores responsabilidades, toma un contacto más fluido con el mundo y empieza a ver la vida a través de sus ojos y no a través de las noticias que el marido le llevaba a la casa. Pues al hablar con la vecina sucedía igual: ambas tenían la visión masculina del mundo, no por recorrerlo, sino por el boca a boca a la hora de la cena.
Surgen así los movimientos de emancipación femeninos y los cambios se aceleran. La mujer cobra el salario de un niño y es sometida a todo tipo de vejámenes para conseguir el empleo y para conservarlo. El acoso sexual de hoy día es apenas un rito iniciático comparado con los padecimientos que han tenido que sufrir las mujeres del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Y en esto también hay distinción de clase: a mayor pobreza, mayor abuso. Los “señoritos” de las clases altas eran atendidos (no por casualidad) por bellas empleadas domésticas puestas no tan al azar, para acompañar sus primeros pasos en su viril sexualidad. Luego invitaban a sus amigos para que la belleza de turno les sirva el café mientras les comentaba por lo bajo las virtudes secretas de su “conquista”.
Pocos tenían el coraje de darle un lugar de privilegio a su mujer y ponerlas a la misma altura, con un rol importante a la hora de la palabra y de las decisiones. Hasta en eso, Perón fue revolucionario. Y así le fue. Condenado desde el primerísimo momento en que se mostró con la “actriz” (profesión relacionada por entonces al sí rápido y a la vida fácil), le demostró a toda una sociedad que un General, bien cojonudo (se trata de una jerarquía militar que no cualquiera alcanza), podía someterse a su dama sin dejar de ser macho. Y Eva Duarte demostró que una mujer con alas, puede volar muy alto. La valoración que se hace de la mujer argentina después de Evita, voto femenino incluido, cambió rotundamente, generando más espacios y una ampliación de derechos que aún no se detiene.
El del “señorito” atendido a domicilio, es apenas un ejemplo de algo que no es tan misterioso pero sí contundente: a mayor altura en la escala social, menos habrá que trabajar. Y no hablamos de producción ni de capitalismo. Hablamos de seducción. El hombre llega precedido por el halo de riqueza que lo envuelve y los intereses económicos que una candidata pueda tener (no por ser mujer no va a dejar de poseer ambiciones materiales o económicas, ¿no?) se supeditan a ello. El príncipe Carlos no se gana a Lady Di luego de una larga sesión de chamuyismo romántico ni imponiéndole su belleza por sobre la atracción masculina de los muchachos de la corte y la nobleza europea: es ella quien decide que el tipo es potable en virtud de su título de nobleza y los beneficios que ello confiere. Hasta en el barrio sucede. Los muchachos que apenas pueden hilar tres frases seguidas, van abrazados a hermosas damiselas de compañía sentados al volante de sus hermosos bólidos. El máximo esfuerzo que hacen estos pibes, es el de girar la llave para poner en marcha el motor. El resto, no lo entienden. Por eso se divierten a costilla del tipo que va al encuentro de su amada con un ramo de flores en su mano. Porque no saben de seducir ni de sostener el amor. De eso se encargan sus abultadas billeteras. La conclusión es siempre la misma: seducir no es pa’ cualquiera.
Y si no te da la hora/ elógiala por atrás (“Blues del levante”, Charly García)
A la hora de sumar voluntades políticas, las alianzas sirven para seducir a los votantes o atraer un electorado náufrago o huérfano de propuestas. Esta “renovación” que implicaría una alianza política, modificaría el espectro electoral y actuaría como herramienta de seducción, siempre y cuando haya, además de una propuesta coherente, una figura con el carisma suficiente para seducir al electorado. A falta de una Liga de Gobernadores decimonónica, la Neo Unión Democrática o UNEN, como prefiera llamarla, querido lector, pretende ser una renovación del espectro político argentino, con la modesta aspiración de alcanzar el ballotage en el concurso electoral del próximo año 2015. Es decir que, como el pibe de abultada billetera, el rejunte político intenta ganarse la voluntad ajena sin laburar demasiado. Pues no hay un esfuerzo programático que defina un cambio de rumbo ideológico que nos lleve a pensar “¡Qué esfuerzo hacen estos muchachos, que lo parió! ¡Además de resignar ambiciones personales, se rompieron el mate para presentar nuevas propuestas!”. De hecho, la presentación de esta alianza, con una enorme parafernalia mediática, alquiler de teatro incluido, escenografía y cotillón mediante, contó con una particularidad que casi nadie se encargó de destacar: el acto no tuvo ni un solo orador. ¿Está todo dicho, pues?
Los actos de la Unión Democrática tenían la particularidad de ser abarcativos y permitían, en su magnánima pluralidad y tolerancia, presentar como oradores a gente tan disímil como el secretario general del Partido Comunista Argentino y el embajador norteamericano. Pero además de ser virtuosos a la hora de ser democráticos, la Historia demostró que estos muchachos no podían seducir a nadie. La capacidad de seducción estaba en la vereda de enfrente, con ese ex Ministro de Trabajo y Previsión que, además de carisma, les hablaba en lenguaje común, como en el barrio, haciéndose entender con su sonrisa gardeliana y su propuesta política ya practicada desde sus cargos políticos previos. Seducir no es pa’ cualquiera.

Lo que queda claro es la dirección que esta nueva alianza, forjada para luchar contra el autoritarismo fascista imperante, puede lograr muchas cosas, pero será difícil que seduzca a los más avisados. Al menos, es llamativa (el adjetivo es generoso, depende cómo se mire) la premura con que la radical-cc-gen-unen y demás, Lilita Carrió, implora por una alianza con un maestro en el arte de la seducción: Mauricio Macri. Hablando de niños de abultadas billeteras, la oxigenada denunciadora asegura que no importa con quién uno se junte, sino que importa nada más que juntarse. Y eso, terminará haciéndole un tamaño favor al oficialismo. Y un flaco favor a la calidad política. Reducir la seducción electoral al rejunte hueco de ideas, equivale a seducir mujeres tal como suele hacerlo el pibe de abultada billetera que nunca la remó: a la hora de hablar de seducción, cree que basta con elogiar culos.

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