martes, 2 de enero de 2018

El in-tiempo tan temido...


Para ciertos autores, el imaginario está relacionado con la imaginación, pero no es lo mismo. Es, más bien, una producción o construcción social que constituyen, reproducen y crean o re-crean las emociones, las ideologías, las costumbres, la religión y hasta las estructuras de poder. Se tornan instituciones en la medida que se hacen carne en la dinámica social, una vez que se crearon o re-crearon desde el imaginario.
Pero también afirman que el imaginario es la producción de las estructuras de dominación, de los mecanismos de poder, que se consolidan mediante una lógica que los torna coherentes y, por lo tanto, aceptables. Y el tiempo, con sus avatares, es uno de ellos. Una institución con relojes y calendarios de todo tipo, destinados al máximo aprovechamiento con funciones muy específicas.
Hasta principios de la modernidad, la actividad del hombre era de producción estacional y astral: uno conocía con sólo percibir en el clima y la temperatura si había llegado el tiempo de la siembra o la trilla; y el sol y la luna marcaban los tiempos de las labores: mientras hubiera sol, había actividad y al caer la luz, uno debía descansar pues no era muy económico quedarse despierto consumiendo la luz de las velas, tan caras por entonces.
El reloj y los días de la semana aparecen para determinar los tiempos del trabajo industrial, de la vida citadina y del capitalismo en expansión. Había que disciplinar a esa masa campesina analfabeta y acostumbrarlos con campanadas, silbatos y timbres a acudir al trabajo sin esperar a la salida del sol. Y también, por qué no, marcarles la salida del encierro de la misma manera sin que se pudiera ver la luz del día (los ventiluces de los galpones se sitúan a alturas superiores a los 2,5 m. para que la luz del sol no sea percibida ni actúe como estímulo para dejar el trabajo).
Y por supuesto, esos almanaques también cumplían una función económica. Los pagos de cuentas, cheques o intereses son manejados por ellos en tiempos contundentes: cheque a 90 días, intereses a 30 días, etc. Y, para cumplir con el fisco, pero, obviamente también con los objetivos empresariales, los balances contables se realizan al año calendario: del 1 de enero al 31 de diciembre.
Este nuevo año, este cambio de almanaque, nos lleva al temido “balance anual”. Todos creemos que lo hacemos por necesidad propia, pero nadie empieza un balance un 2 de marzo y lo cierra el primero del mismo mes del año siguiente. Aunque las emociones o producciones personales (profesionales o afectivas) tengan una fecha caprichosa (comienzo de una pareja, inicio de un nuevo trabajo, estudios, etc.). Por ello, es mucho más productivo hacerlo reunido con amigos, con asados, sidras y demás bebidas, panes dulces y clericós en bares, restoranes y casas, con regalos y promesas de seguir, el año próximo, comprando nuevos celulares, plasmas y planes de viajes con excursiones pagas o cruceros caribeños con amantes incluidas.

Porque el capitalismo es eso. Aliena, despersonaliza y te lleva a hacer tus propios balances de acuerdo a lo que propone y cuando le parece. Nunca de acuerdo a lo que te conviene y necesites…