sábado, 22 de diciembre de 2012

Política, cultura e intelectualidad: sensatez y sensibilidad




“Yo tengo fe, que todo cambiará,
que triunfará por siempre el amor;
yo tengo fe, que siempre brillará,
la luz de la esperanza no se apagará jamás”
(Ramón “Palito” Ortega, cantautor liberal contemporáneo,
senador menemista en los ’90…)

Hay ciertas ramas de la ciencia en que la sensibilidad tiene una preponderancia esencial. Las ciencias sociales, desde ya, son las que pican en punta en este sensibilómetro, puesto que estudian indefectiblemente el comportamiento humano, sus variaciones y conflictos. Y, está claro, nadie estudia el conflicto humano para satisfacer el morbo y vanagloriarse de su situación personal aventajada respecto de un esclavo remero cartaginés. Las causas que llevaron a la superación de las sociedades humanas para que no haya más esclavos, son los temas de interés para el estudio de la Historia que nos permiten visualizar esos avances y, por supuesto, disfrutar esos valores de la condición humana que nos permitieron acabar con la esclavitud. Allí veremos que los valores negativos o regresivos tuvieron una gran preponderancia, ya que con el desarrollo del comercio que derivaría en la instauración de un sistema económico capitalista, los intereses de los inversionistas fueron preponderantes para acabar con la esclavitud, puesto que era más rentable pagar un salario que mantener un esclavo que, a la larga, debía reemplazarse con una fuerte erogación de dinero (otra pérdida), a diferencia de un obrero, que no costaba nada ni en su enfermedad, ni con su muerte, ni con su despido. ¿A cuenta de qué viene esto? A que no es lo mismo reivindicar a Bartolomé de las Casas que a Francisco Pizarro o a Nelson Mandela que a Abraham Lincoln. Tomar postura por cada uno de ellos revista un grado de sensibilidad que nos obliga a repensarnos en nuestra condición humana. ¿A quién se le ocurriría hacer un afiche con la imagen de Adolf Hitler y, entrecomillada y con adornadas letras cursivas, colocar una frase de John Lennon? ¿Alguien imagina la foto de Miguel Etchecolatz engalanada con un fragmento de canción de Diego Torres? (Más allá de la famosa e infortunada respuesta de Aldo Rico, cuando le preguntaron si seguía siendo carapintada y respondió que tenía la cara pintada de “verde esperanza”).
Quién sabe, Alicia, este país, no estuvo hecho porque sí…
“Sin sensibilidad no se puede estudiar Historia”
(Rodolfo Varela, ISP Joaquín V. González)
La pregunta madre que parió a las demás es: ¿qué artistas e intelectuales  representan a determinadas ideologías políticas? ¿Qué valores y sensibilidades promueven ciertas ideologías y los artistas e intelectuales que los representan? Y cuando comenzamos a responder cada una de estas preguntas, es cuando nos encontramos con algo que parece naturalizado por lo obvio, pero sorpresivo, por lo poco analizado. La hipótesis que estamos tratando de elucubrar, que no es tan reveladora ni original pero sí poco debatida, es que a cada intelectual o artista le corresponde una ideología de izquierda o derecha –con toda la escala cromática, como tiene que ser- de acuerdo a la sensibilidad que posea; la fórmula matemática será que a “mayor sensibilidad mayor corrimiento hacia la izquierda” o “el menor grado de sensibilidad será inversamente proporcional a su zurdaje”, diría la diva de los almuerzos.
Ahora, la ecuación que es de difícil respuesta es: ¿cómo un intelectual o un artista pueden ser ideológicamente de derecha? Esta pregunta no es capciosa ni caprichosa; el intelectual también estudia las condiciones del devenir humano y por lo tanto requiere un manejo de la sensibilidad. Los científicos sociales y los intelectuales, al analizar los padecimientos de una determinada sociedad por una crisis económica, social o política, analizan el dolor desde la compasión y el sufrimiento desde la solidaridad; uno no sufre ni se compadece por nada cuando se realiza el cálculo de la hipotenusa –lo cual no quita que el matemático no posea sensibilidad fuera de su trabajo-. El científico social y el intelectual trabajan y hacen de la sensibilidad su oficio. ¿Y el artista? Pues, si no tiene sensibilidad y no sabe emplearla en su trabajo, entonces no es artista.
El intelectual y el artista van a derechizarse en tanto y en cuanto el ego le domine lo social y lo individual le gane la pulseada a lo colectivo. De otro modo, es imposible que pueda producir en calidad y cantidad y, más aún, en sensibilidad. El caso del senador tucumano que encabeza este artículo es paradigmático: su obra más sensible y prolífica fue en la década del ’60 y primeros años ’70; la llegada de la dictadura en 1976 lo encuentra casi sin producción creativa musical y convertido en herramienta cultural e ideológica del gobierno de facto, con películas que resaltaban los valores castrenses y condenaban el fantasma del marxismo y la “subversión apátrida”. Mientras tanto, los artistas sensibles que se encontraban en sus picos creativos, sufrían el exilio o la censura, tal el caso de León Gieco, por citar uno entre cientos de ejemplos.
¿Para quién canto yo entonces?
“Y mientras vos cantabas yo creo que tu mente
Estaba en otro lado contando las entradas;
Devolvéle al pueblo la canción que le sacaste,
Ellos siempre están dispuestos a perdonarte”
(León Gieco; “Cantorcito de contramano”).
La Historia abunda en ejemplos tal como el del vendedor de café tucumano; es llamativo el caso de un poeta –como tantos otros-… Leopoldo Lugones es la antítesis de lo que un poeta posee en sensibilidad. La crisis económica del ’29, con el derrumbe de la bolsa de Wall Street, hizo impacto con dureza al año siguiente en nuestro país. La falta de respuestas del gobierno de Hipólito Yrigoyen ante una crisis inédita, despertó la sed de venganza de la oligarquía terrateniente que no sólo había sido desplazada del poder, sino que estaba siendo marginada del comercio internacional que le había dado tan buena posición. Lugones, que había comenzado a adherir al fascismo desde inicios de la década del ’20, fogoneó con énfasis la salida del gobierno del representante de las clases medias y el ídolo de las barriadas. “La hora de la espada” se convierte en un discurso histórico porque le da el distintivo dialéctico que sólo un poeta puede darle a un golpe de Estado. Sucedería luego con Américo Ghioldi en 1955. Pero, retomando a Lugones, “La hora de la espada” se caracteriza por ser un panfleto poético –valga la extrañísima paradoja- que, puesto en palabras terrenales, no era más que una amenaza hacia los sectores medios y populares que deberían aprender a adecuarse a lo que la clase oligárquica demandaba para el país, y por el sólo bien del país; y para los díscolos que se opongan, para ellos estaba la espada. Por oposición, uno de los poetas más sensibles de nuestra historia, Enrique Santos Discépolo, cuestionaba los valores de esa sociedad en germen a la que Lugones cantaba loas, en su ya inmortalizado tango “Cambalache”, que no es sólo la crítica social, sino también la reivindicación de valores defenestrados. Y para el mismo período, los hermanos Irazusta también reivindicaban desde la intelectualidad los valores de la derecha nacionalista, por oposición a Jauretche, Scalabrini Ortíz y los jóvenes de FORJA, que pugnaban por recuperar un espacio para las clases marginadas desde el golpe de Estado y sobre quienes no es necesario abundar en los valores que mantuvieron a lo largo de su coherente trayectoria política.
No hay un modo, no hay un punto exacto…
“Y si te queda alguna duda
Vení, agarrála que está dura”
(“Se viene el estallido”; Bersuit Vergarabat)
Los años ’90 nos encuentran con una subversión de los valores donde la sensibilidad es marginal, al igual que en la primera década infame. El individualismo y el egoísmo florecen a la par de la sociedad de consumo y los artistas realmente sensibles se recluyen en la fidelidad de sus seguidores (como el caso de Luis Alberto Spinetta) o migran en busca de horizontes que les permitan explotar sus capacidades (como Ricardo Darín, que no por casualidad vuelve con el nuevo siglo) o estallan su bronca como los que encabezan este apartado. La dispersión artística e intelectual es tan grande como la propia confusión en que están inmersos. La sociedad, claro, es caótica. Y los intelectuales analizan ese caos, no pueden ser la vanguardia que pone orden en él. Para ello hay una dirigencia política que, en este caso, se siente como pez en el agua dentro de este desorden. Y los intelectuales se mueven al ritmo del programa de Mariano Grondona y desmenuzan los argumentos de Jorge Asís respecto del Manual del Menemista Ilustrado. Claro que esto también es producto de la potenciación de la influencia de los medios de comunicación; quienes no aparecían en ellos –como el caso de Horacio Gaggero- no existían para las grandes multitudes. Pero el caso de los intelectuales es el de una condición histórica: las masas jamás, salvo esta última década, accedieron a Rodolfo Walsh, por citar un ejemplo contundente. Pero sí en los 90 conocían el rostro de ese bigotudo con cara de bonachón que, además de haber escrito un libro que fue película, también hablaba en cada emisión televisiva política y, además, era funcionario menemista. De más está aclarar cuáles son los valores que podrían llegar a encarnar uno y otro.
Revolución de las almas, revolución del corazón
Hay gente que precisa sentir, la mano dura sobre su piel;
Y necesitan obedecer, al grito militar de un papá;
Por eso es que cuando hay libertad, no se pueden bancar…”
(Miguel Cantilo; “Ratolandia”)
Lo cierto es que en la actualidad, con la potenciación del discurso político, hasta los alumnos de la secundaria conocen al menos la foto de Rodolfo Walsh (aunque les cueste identificarlo, pero seguro lo tienen visto), el nombre de la presidenta y de los principales líderes de la oposición. Y no es casual, ya que es producto del alto grado de politización en que está inmersa nuestra sociedad –por suerte-. Por lo tanto, es dable entender la potenciación de la conciencia política que tiene el resto de la sociedad; más aún, el sector de los intelectuales y artistas. La sensibilidad como factor político vuelve a emerger como factor de coincidencia o disidencia en una sociedad tan polarizada como la argentina. Que el argumento de uno de los mayores intelectuales de la oposición política –Beatriz Sarlo- para denostar un programa oficialista de televisión sea que “es el programa donde aparece toda la gente fea”, indica un posicionamiento no sólo respecto a su ideología, sino también a su sensibilidad, puesto que se posiciona desde la marginación y el desprecio. Y que un intelectual del oficialismo –Horacio González- utilice la idea de construcción política desde los conceptos del amor y de la solidaridad, también define un posicionamiento concreto en ambos sentidos.
La pregunta, entonces, es cuánto daría la oligarquía y el medio pelo por tener intelectuales, artistas, poetas, músicos de la talla de los que ha tenido y tiene el peronismo, el nacionalismo popular, los sectores de izquierda... Desde Arturo Jauretche a Ernesto Laclau, desde Discépolo a Fito Páez y desde Marechal a Alejandro Dolina... La calidad humana, los valores que sustentan en sus obras y el amor que brindan con su aporte, no se ven en Beatriz Sarlo, Marcos Aguinis, Hermenegildo Sábat y tantos otros que escribían o escribirían un poema para decir que "ha llegado la hora de la espada...".
El teorema que completa al anterior es que “a mayor sensibilidad, mayor compromiso solidario en la propuesta política, es decir, mayor compromiso con lo nacional y popular”. Una idea intelectual que propone acabar con las dádivas estatales porque “al argentino hay que enseñarle a pescar y no darle el pescado” (así viva en medio de las salinas norteñas) y sino que se arregle (diría Marcos Aguinis), es decididamente egoísta, insensible, de derecha… Lo que la oposición hoy en día llama “la construcción del relato” no es ni más ni menos que la reivindicación y el ordenamiento de todo ese andamiaje cultural que posee el campo nacional y popular, con sus intelectuales, sus artistas y sus seguidores celebrando sentirse vivos, festejando la felicidad y dignificándose en cada gesto de amor, en cada lágrima y en cada sonrisa…
Desde historianacypop les deseamos un feliz fin de año y un nuevo año plagado de cambios revolucionarios y de sensibilidad plena. Felicidades.

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