jueves, 16 de diciembre de 2010

El menosprecio hecho concepto: el "populismo"

El menosprecio hecho concepto: el populismo

Citando a Hobsbawm, la crisis del ’29 en la bolsa de Wall Street dio origen a una fuerte politización en Latinoamérica, permitiendo el surgimiento de los “populismos”. Nos permitiremos, entonces, aclarar porqué no acordamos con esta conceptualización de los movimientos nacionales y populares surgidos en la región, para dejar sentado porqué de aquí en más los llamaremos así.
Tomaremos para ello un concepto temprano de populismo analizado en los primeros ’70 por Torcuato S. Di Tella, y para ello, nada mejor que citarlo textualmente para descuartizarlo, desmenuzarlo, condimentarlo y llevarlo al plato para comerlo como Dios manda y la Virgen recomienda. Di Tella nos señala que hay dos sentidos que usualmente se le dan al término: “En un primer sentido significa una ideología que asigna valor a las características y modos de vida reales de las masas de la población, y que expresa sus demandas inmediatas y más bien espontáneas. En esta acepción distintos movimientos políticos pueden tener diversos grados de populismo en su ideología. Pero también puede emplearse el término populismo para designar un tipo especial de coalición (…), a saber, existencia de una elite de status alto o medio, alto carismatismo o ideologismo, y un apoyo de masas con alta movilización pero baja organización autónoma. Por cierto que hay una fuerte tendencia a que los movimientos populistas tengan una ideología populista, siendo el peronismo y el varguismo los principales ejemplos de ello. En el aprismo la ideología tiene un elemento mayor de igualitarismo social y de liberalismo, y en el fidelismo el elemento socialista se fue haciendo cada vez mayor, mientras que el liberal disminuyó”[3].
Visto a grandes rasgos, y hasta con un poco de mala leche, uno podría citar también a Discépolo y decir que el populismo no es ni más ni menos que “la Biblia junto al calefón”. Podemos coincidir en que no hay un rasgo característico ideológico que defina al populismo. Se puede volcar desde el igualitarismo social y el liberalismo hasta el componente socialista, como definía Di Tella; pero con ello se redunda sobre la idea de que un movimiento populista tenga una ideología populista. Se supone que, aunque muy inocente que sea, todo movimiento tiene una ideología; y se cae de maduro que si ese movimiento es populista su ideología será tal. Ahora… ¿Por qué el varguismo y el peronismo son los “principales ejemplos” de populismo? Quizás porque son quienes tienen un componente ideológico más claro en lo que refiere a la atención de los sectores más postergados –las clases populares-, pero no porque los otros populismos no lo tengan. Aunque también lo que Di Tella califica de fidelismo lo posea, pero ya con un marcado carácter de clase y una ideología más europeísta –el marxismo-, adaptada a sus particularismos nacionales –de allí que el “fidelismo”, como lo define Di Tella, pueda ingresar en la categoría de los nacionalismos populares-.
Por ello mismo admite, líneas adelante, que “En los países del Tercer Mundo las formas de acción política popular son bien distintas de las que la prédica marxista en general ha postulado” y que se generan “insólitas alianzas, a lo que la teoría política a menudo clasifica con el concepto un tanto vago de populismo”[4]. Ese “concepto vago” es lo que nos proponemos cuestionar para abandonar su carácter difuso y proporcionarle un sentido más concreto.
Para referirnos al concepto de Di Tella, nos atrevemos a considerar que ambos sentidos que él les da no son incompatibles, sino complementarios. Los movimientos nacionales y populares son populares pues atienden las demandas urgentes de las masas; se complementa con el otro sentido en cuanto a la representación que provoca en las masas, las cuales se movilizan detrás del movimiento de manera inmediata; también, porque los nacionalismos populares se conforman mediante una alianza de clases, la “coalición” a la que Di Tella hace referencia, pues los nacionalismos populares son, en su praxis política, pragmáticos. Por ello, también, son nacionalismos: amén de pronunciarse, en mayor o menor medida, como antiimperialistas y antioligárquicos, surgen desde una crisis de identidad nacional que los obliga a reposicionarse ante un mercado que antes los sometía a un rol secundario y sin expectativas de emancipación soberana. Para lograrlo, debe atender las particularidades de su nación, desde lo político, lo social, lo económico, lo cultural, lo geográfico y lo histórico; esas particularidades –propias de su devenir histórico y absolutamente disociadas de las estructuras clásicas europeas- le marcan un camino inevitable: es imposible erigirse como alternativa de poder ante la presencia de oligarquías enquistadas en lo alto de la pirámide económica, política y social si no se logra un pacto de convivencia o un encuentro de intereses que les permita capear, al menos, las tormentas más complejas[5]. Las alianzas de clase, lo que en algún momento hemos definido como “integracionismo clasista”, son producto del proceso de desarrollo tan particular del capitalismo latinoamericano, que se convierte en poder hegemónico no por una revolución burguesa, como sucede en Europa, sino a partir de una lucha hacia el interior de sus propias sociedades, que no detallaremos aquí por no ser éste el tema en cuestión, pero sí lo mencionamos para que se entienda esa diferencia tan especial que los historiadores del academicismo no terminan de comprender.
Avanzando en la caracterización de Di Tella, tenemos que las alianzas de clase que ensayan los nacionalismos populares no se explican por “el carácter subdesarrollado de estos países, o por falta de educación o de experiencia política de su población”, lo cual nos puede llevar a exhalar un suspiro de alivio, pero si seguimos unas líneas más abajo, inhalaremos nuevamente ese aire para volver a agazaparnos ante lo que sigue: en Europa, las condiciones de atraso también fueron similares, nos dice, pero el desarrollo de fuerzas políticas “no exhibe los rasgos epidémicos que presenta en el Tercer Mundo”[6]. ¡Voilá! ¡En algún lado iba a mostrar la hilacha la costurerita que dio el mal paso! Pues si nos atenemos al Diccionario de la Real Academia Española, epidemia es la “enfermedad que por alguna temporada aflige a un pueblo o comarca, acometiendo simultáneamente a un gran número de personas”. Alguna vez Osvaldo Guglielmino dijo que para romper con la dependencia hay que descolonizar, primero, las Malvinas mentales. Lo que Di Tella hace es pensar y conceptualizar a los movimientos nacionales y populares desde las Falklands y no desde las Malvinas; conceptualizar a los movimientos nacionales y populares como “populismos”, tal como hace la ciencia política y la historiografía europea y anglosajona es un error que se comete desde la comodidad de meter todo lo que se encuentra en la misma bolsa y darle a esos elementos embolsados un mismo nombre, dejándonos vencer por la pereza de no tener que clasificar y analizar cada uno de ellos. Y los nacionalismos populares, desde su lógica pragmática, construyen de acuerdo a las particularidades de cada nación –por ello, más adelante, Di Tella separa cuatro tipos de populismos de acuerdo a su grado de desarrollo, urbanidad, ruralidad, etc., bien caracterizados, por cierto- esas alianzas de clases, sus objetivos políticos, en síntesis, su ideología. De allí que no hay países de Latinoamérica que tengan un nacionalismo popular calcado de otro, sino que pueden presentar alguna característica similar pero, en general, son todos distintos unos de otros.
Por ello, los elementos comunes que podemos encontrar en todos estos movimientos es que son nacionalistas –en mayor o menor medida- y son populares –también en mayor o menor medida-, antiimperialistas y antioligárquicos. Tienen alianzas policlasistas, con un mayor o menor grado de participación de la alta burguesía e, inclusive, del aparato militar. Sus ideologías se expanden por todo el arco ideológico, como también nos señala Di Tella, de acuerdo al grado de participación que tienen en esa alianza las distintas clases sociales y al grado de desarrollo urbano. Y, tal el caso de la Argentina, las clases medias, gracias al alto grado de movilidad social –o la alta expectativa respecto a ésta-, tiende a volcarse al signo ideológico contrario al de los movimientos nacionales y populares ya que la redistribución de la riqueza y del orden socioeconómico vigente las vuelve conservadoras, tratando de sostener un status quo que no es más que un castillo de naipes presto a derrumbarse en cuanto los vientos de las condiciones socioeconómicas no sean favorables para la alta burguesía[7].
Latinoamérica, pues, se encuentra en plena efervescencia luego de la crisis de los años ’30. Mientras en México Lázaro Cárdenas arremete contra la burguesía terrateniente con una reforma agraria acorde a las necesidades populares y le suma a ello la primera experiencia de constitucionalismo social en América Latina, en Brasil Getulio Vargas comienza una experiencia nacionalista y popular, ya entrados los ’40, al tiempo que en la Argentina comienza a gestarse el germen de otra “epidemia” “populista”: el peronismo. Como toda epidemia, ya no hubo forma de frenarla. Especialmente si el paciente no permite ser tratado ni curado.

[1] El siguiente, es un fragmento –adaptado para la ocasión- de un trabajo más amplio de investigación que estamos realizando sobre el peronismo y el sindicalismo durante la “Revolución Libertadora”.
[2] Hobsbawn, Eric; Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, 1998, p. 217.
[3] Di Tella, Torcuato S., Clases sociales y estructuras políticas, Buenos Aires, Paidós, 1974, p. 48. El resaltado es del original.
[4] Ibídem, p. 67.
[5] Es posible convertirse en alternativa de poder sin los sectores del poder dominante, sólo mediante una revolución radical –entendiendo a una revolución como un cambio brusco de las estructuras políticas, económicas y sociales que modifiquen las relaciones de dominación y subordinación entre las clases sociales en pugna-, lo cual no se daría en términos pacíficos y, por supuesto, en una situación de correlación de fuerzas absolutamente desfavorable, derrota que derivaría en un fuerte retroceso de los avances logrados, en cualquier caso, por los nacionalismos populares.
[6] Ibídem, p. 67.
[7] El caso de la política económica de Martínez de Hoz durante la última dictadura militar (1976-1983) y la década de los ’90, con su potente y feroz carga de neoliberalismo, demostraron que, así como los sectores populares son los más afectados por las crisis capitalistas, las clases medias de los países en vías de desarrollo son las que le siguen, inevitablemente, en la caída.

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