miércoles, 10 de abril de 2013

La Iglesia Católica: misterios de fe e interrogantes terrenales. El nombramiento de Bergoglio como Papa



“Padre Francisco,
No les pregunte lo que piensan sobre Cristo,
Tienen otra preocupación…”
La asunción de Jorge Bergoglio como líder máximo de la Iglesia en el cargo de Sumo Pontífice o Papa, ha dado y seguirá dando mucha tela que cortar. Desde Historia Nacional y Popular nos propusimos la difícil e inevitable tarea de dar sentido a las eternas palabras de George Duby, Henry Lefevbre o Edward Carr, entre otros, que es el de mantener la Historia como un constante devenir entre el Pasado y el Presente; que la Historia tenga la función de darle sentido, desde el largo plazo, a la explicación de la coyuntura, del corto plazo. Y así nos hemos expedido en múltiples ocasiones, siempre intentando marcar la distancia en el análisis que puede otorgar un historiador, distinta a las urgencias del tiempo de los periodistas.
Para abordar un tema de ribetes tan complejos como éste, fue necesario, incluso, realizar un examen introspectivo, como les ha sucedido a muchos y como hace mucho tiempo no se veía en la sociedad argentina. El análisis de la fe desde una perspectiva histórica y social formó parte de ese abordaje. Y hasta en eso la sociedad se dividió o se sintió disgregada por compartir/no compartir esta designación y por analizar cuánto afectaba esto a la vida política o religiosa en la sociedad argentina y hasta en lo individual.
Al calor del debate hubo posiciones extremas y cambiantes, lo cual es un saludable signo de maduración política; no se cambia para peor, sino para mejorar por convicción. En muchos casos esos cambios resultaron en posicionamientos aún más rígidos, especialmente ante la advertencia del posicionamiento del rival político de turno. Así, la designación papal se politizó como nunca en la Argentina y se perdió de vista la verdadera dimensión política que cobraba en el mundo. En otros casos ese cambio de posición fue el signo de un reacomodamiento político de alineación (o alienación, que es peor) con la estructura; y, a veces, el cambio también fue la forma de tomar distancia de quien antes estaba parado en la vereda de enfrente, de pronto se cruzó y no se lo puede tener cerca.
En nuestro caso será imprescindible que realicemos un análisis riguroso para dejar sentada una posición tal y como siempre intentamos, certera o equivocadamente, eso no lo decimos nosotros. Pero honestamente… Seguro.

“Padre Francisco
Le han agregado otro clavo al crucifijo
Para olvidarlo en la pared.
Pan y trabajo
¿De qué milagros habla usted?
Techo y debajo
La tierra donde cultivar la razón y la fe”.
Es imposible comenzar a discernir la coyuntura eclesiástica sin entender el problema histórico de la Iglesia Argentina con la sociedad en que está inmersa.
A fuerza de ser honestos, la Historia de la Iglesia Católica no es precisamente el espacio desde el que uno puede reconciliarse con la Fe. Desde que Constantino le da impulso en el anochecer del Imperio Romano, la Iglesia Católica se distancia del predicamento de Jesús de una Iglesia donde los pobres sean los privilegiados y fomenta institucionalmente, una concepción política, económica y social: la Iglesia de los tres órdenes. A cada orden le correspondía un sitio en la sociedad y era la voluntad de Dios que nadie sacara los pies del plato. El primer orden era el de la espada, el de los que guerrean, es decir, de los que mandan; quien guerreaba lo hacía en nombre de Dios y tenía, por el poder que la espada le confería (también Dios, cual elevación de He-Man) el poder de gobernar al resto. El segundo orden era el de la oración; quienes se enrolaban aquí debían dedicarse a rezar y estar en contacto permanente con Dios. Por ello, éste era el orden reservado a la Iglesia y a sus “milicias”; cada “soldado” de Dios tenía el privilegio de vivir rezando y no tener que preocuparse más que por que sus rezos lleguen a oídos del Señor. Para ello era imprescindible la existencia del Tercer orden: el de la labor. Aquí se enrolaban, hablando en criollo, los que laburaban para sostener a los otros dos órdenes, de modo que el primero pueda estar afilando la espada y rascándose (mientras no había guerra) o el segundo orden pueda estar rezando para que el orden designado celestialmente no cambie. Y menos que menos, por una rebelión de los que en realidad ponían el hombro para que el resto tenga la panza llena.
Para disciplinar a estos potenciales díscolos, hubo que generar ciertas pautas o normas (o mandamientos) y volcarlos en forma de amenazas a las masas campesinas que, antes que a la espada le temían a la ira de Dios, ya que una civilización en desarrollo deposita más su fe en la mística que en la ciencia. De más está decir que aún hombres de ciencia como Galileo y Copérnico debían renegar de lo que sus ojos, a través de sus estudios, le mostraban: algo tan sencillo como que la Tierra giraba alrededor del Sol. El destino era, aún después de afirmar la fe divina, la hoguera, la cárcel o los tormentos a manos de la Santa Inquisición.
“Padre Francisco
Habrá que multiplicar panes para el pueblo
De lo contrario no habrá Dios.
Padre Francisco
Ya no podemos darle al César lo del César,
Pues se lo lleva sin pedir”.
La llegada del europeo a América trajo la Conquista a manos de la “Civilización”. Y ésta llega de la mano de la Iglesia Católica que con el Tratado de Tordesillas divide salomónicamente al “nuevo” mundo entre España y Portugal dejando en manos de la primera la mayor parte de la torta por tratarse de la nación más católica de Europa. Esta Conquista fue, al decir de Ruggiero Romano, con la “espada y la cruz”, complementos necesarios e imprescindibles para disciplinar a seres oscuros que osaron desconocer a Dios y se atrevían a adorar a la Tierra, al Sol, la Luna y el Agua como dioses. Por eso la espada llega con una importación de lujo desde Europa: la Inquisición; y su vasallo más temible y eficaz: el Marqués de Torquemada. La Iglesia Católica se convierte así en un aliado feroz del Conquistador. No seduce a sus futuros feligreses: los intimida. Las leyes para la práctica de las antiguas religiones era brutalmente reprimida y los nativos no escarmentaban. Hasta que dejaron de hacerse matar y disfrazaron a la Virgen María de Pachamama o a cada santo le atribuyeron alguna virtud ligada a las bendiciones de la Naturaleza que supieron adorar. De este modo, un santo servía para la cosecha, otro para la fertilidad y así sucesivamente. La manera velada de evadir la represión del invasor y de disfrazar la creencia, sin dejar de creer.
La Iglesia Católica con sede en Roma nunca dejó de tener una posición política y ésta siempre fue una: del lado del poderoso. De modo tal que al producirse el cisma revolucionario en América apoyó cada intento de restauración monárquica, tal como había aceptado y se había inclinado ante la figura y la coronación de Napoleón Bonaparte, a regañadientes incluso, pues se estaba convirtiendo en una figura con más poder que el mismísimo Papa, hasta entonces el verdadero soberano del planeta. Y rápidamente, luego, celebró su caída, como era de esperar. Pero lo más impactante es que, al revés de la prédica de Cristo, el Vaticano se pone al servicio del poder y, aún más, contribuye al sometimiento del débil de manera directa o brindando los fundamentos teóricos basados en una teología del poder. No se trata de otra cosa más que de ideología y, aquí, es donde los tantos empiezan a mezclarse: el servilismo de la institución eclesiástica al poder político y viceversa, es una cuestión de ideología al servicio de la fe, o viceversa.
Alce sus manos
Para invocar la protección,
De los hermanos
Cuyo pecado fue nacer sin control ni calor.
Emilio Mignone nos explicaba de una manera doméstica esta sumisión, relacionada con la historia eclesiástica argentina ligada a la institución del Patronato. Desde Mayo, entonces, cuando la Junta Revolucionaria se arroga el manejo de la Iglesia a nivel local (de eso se trata esta institución), las relaciones entre el Vaticano y el poder político porteño se fueron dando a los tumbos y a las patadas, pero siempre con un predominio eclesiástico y con los correspondientes berrinches vaticanos cuando el poder político intentaba o lograba imponer sus intereses. Sucedió con la sanción del Código Civil y la laicización educativa de fines del siglo XIX y principios del XX, que quitaba injerencia mística al matrimonio o a los nacimientos, por ejemplo, otorgándole al Estado la potestad de casar y de inscribir en un registro propio el nacimiento y la defunción de sus ciudadanos, en esos casos.
Esta sumisión, decíamos, estaba estrechamente ligada a la ideología del nacional catolicismo, donde el Estado es católico (como lo fue históricamente en la Argentina), glorifica como época dorada de la religión a la Alta Edad Media y, por supuesto, define como denigrante para el orden social al nominalismo filosófico, al cartesianismo y la reforma religiosa luego y, por último, a la Revolución Francesa con su concepción del liberalismo político. La restauración conservadora es la de permitir a los Estados el acceso al control político y compartirlo junto a las autoridades religiosas, quienes oficiarían de salvaguarda moral; claro que esa salvaguarda es recíproca. La moralidad es resguardada por la clase política y el orden económico y el respeto a la propiedad privada es sostenido teológicamente por los servidores de Cristo, para quienes será importante conservar el orden social de las cosas. Y para que ello suceda, es esencial que el orden económico se mantenga siempre en manos del mismo amo.
Padre Francisco
No le preocupe que lo llamen comunista
Con estandarte y altavoz.
El siglo XX transcurre con la relativa “normalidad” a que la Iglesia Vaticana nos tenía acostumbrados. El apoyo de la Iglesia a los alzamientos contra Perón y la leyenda “Cristo Vence” en los fuselajes de los aviones que bombardearon la Plaza de Mayo, dan testimonio de esa comunión de intereses. Pero algo vino a entorpecer esta tensa calma y salió del lugar menos esperado: el mismísimo Vaticano. El Concilio Vaticano II, convocado en enero de 1959 por Juan XXIII y continuado por Paulo VI le da un cariz social a la acción religiosa institucional. Claro que es el resultado de un contexto internacional: Argelia, Corea y, especialmente, Cuba, se rebelan a ese orden impuesto por las potencias y apuntan directamente al corazón de las injusticias. Los pueblos latinoamericanos, profesos de fe católica, se encolumnan detrás de estas rebeliones levantando las banderas de la justicia social sin importar el orden político y económico que los contenga, siempre y cuando la pobreza comience a ser combatida. Los pueblos encabezan la vanguardia; la Iglesia quedaba detrás y lejos.
La salida “políticamente correcta” o el único camino que le quedaba al Vaticano era acompañar los tiempos o quedarse en la soledad conservadora para luego ser condenada por el barro de la Historia. Por primera vez opta por el camino de los pueblos y acompaña los procesos políticos, tibiamente, por cierto, pero lo hace. La “Populorum Progressio” es la encíclica de 1967 dedicada, casi con exclusividad, a los pobres del Tercer Mundo y se atreve a hablar de la explotación de los pueblos por parte de los poderosos, así como de la justicia de las rebeliones hacia esa explotación. Dijimos que la Iglesia camina junto a los pueblos, pero la misma Iglesia es llevada por sus pueblos, por sus rebaños. El ejemplo de Camilo Torres, sacerdote colombiano que muere empuñando un fusil a manos del ejército, cunde entre los sacerdotes y en Argentina, aún sin adherir a la lucha armada, sí están dispuestos a acompañar las rebeliones muchos obispos y sacerdotes, entre quienes destacan Angelelli y Mugica. La Teología de la Liberación, fuerte y poderosa en Brasil, incluso hasta hoy día, se manifestaba de modo particular en nuestro país.
Pero el avance de la derecha de la mano de las dictaduras en Latinoamérica, contrae este movimiento político-religioso y los sacerdotes son ordenados a abandonar las barriadas, las villas y sus trabajos junto a los pobres para volver a la meditación de los conventos. Muchos lo aceptan. Algunos pocos no. El caso más conocido es el de las monjas francesas, con un trabajo muy destacado en las villas del Partido de Morón y secuestradas por Alfredo Astiz, o el caso de los monjes palotinos. Pero una institución con la importancia que tiene la Iglesia a nivel mundial, sólo permite la desaparición o el asesinato de sus fieles o miembros, si éstos son incómodos para sus intereses o sus políticas. Y en nuestro país, la Junta Militar golpista, la misma madrugada del 24 de marzo, antes de dirigirse a la Casa Rosada, fue a buscar la bendición de la cúpula eclesiástica, confirmada luego por Monseñor Tórtolo y Quarracino y tantos jerarcas más en declaraciones a la prensa y en múltiples homilías. Y allí es donde se cuestiona la participación de quien hoy es elevado al cargo superior de la Iglesia, el cardenal Jorge Bergoglio.
Padre Francisco
Salga por Cristo a predicar
Una justicia más audaz.
Ya no habrá calma,
Háblele al alma del pueblo en pie.
Se necesita tanta fe:
Sea usted capaz.
(Miguel Cantilo; “Padre Francisco”).
El debate que se produjo en la sociedad argentina fue el de suponer que un Papa que habría estado (aún no hay pruebas fehacientes de ello) implicado en la desaparición de dos sacerdotes, que incluso haya estado más cerca de la alcaldía de la Buenos Aires macrista que del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner o que haya tenido una activa participación en contra de iniciativas populares tales como el matrimonio igualitario, era un retroceso para la Iglesia Vaticana. En primer lugar, pensé en quedarme con la simplificación de X que hizo un periodista: “Mejor argentino a inglés y preferible jesuita a Opus Dei”. Pero no. Sería quedar en eso: en una mera simplificación. Entonces traté de bucear más profundo aún y me pregunté: después de 2.000 años de Historia conservadora, la Iglesia Católica… ¿Hubiera generado un cardenal revolucionario? ¿Y encima lo nombrarían Papa? Sería demasiado pedir. ¿Una institución conservadora reproduce cuadros conservadores o transformadores? ¿La norma es que los sacerdotes sean conservadores o no? ¿La Institución plantea algún modo de transgresión más allá de lo espiritual? ¿La vida terrenal al amparo de la Iglesia, definitivamente, mostraría cambios y avances que conduzcan al matrimonio igualitario o la identidad de género, por ejemplo, o las reprimiría?
De modo tal que este Papa, cuando ejercía como cardenal, se opuso a las iniciativas del gobierno popular de Cristina Kirchner lo que dio en la simplificación del opuesto que, si se opuso antes ahora también es opositor, por ende, los opositores… Consiguieron el candidato presidencial para el 2015 que estaban buscando!!! Si, es una exageración, pero aunque parezca mentira, fue casi así como fue tomado por el espectro político opositor argentino. Y el oficialismo, por mera reacción, se plantó ante semejante postura denostando al recién nombrado Papa. Y siguió siendo, simplemente eso: una mera simplificación. Y hubo quien pensó: “¿Y ahora que la presidenta viajó al Vaticano y se sacó la foto dándole un beso? ¿Es una derrota? ¿Es traicionarse?”. Las especulaciones fueron varias. Y los análisis siguieron siendo simplistas y apuntaron desde la conveniencia hasta la derrota o el triunfo de uno y otro.
El Papa ya no es más el cardenal Bergoglio. Tiene un planeta que atender y el caso sería semejable a que Sabatella, como secretario de la AFSCA , esté más preocupado por lo que hacen los periódicos de Morón sólo porque marca el inicio de sus orígenes políticos. Y que Cristina lo visite en calidad de primera mandataria no es una cuestión en la cual se pone en juego la dignidad presidencial o del Estado Nacional: por el contrario, la obligación de cumplir con el protocolo la tiene que consumar aún con más premura que ante el nombramiento de un papa checoslovaco (si fuera el caso) sólo por la calidad de la Nación católica a quien representa con su voto (¿o no sería frustrante para el votante o el militante católico de Cristina rechazar la invitación del Papa para ser la primera mandataria en ser recibida en la gestión de este papado?).
La mala noticia es que el Papa no es ni será nunca progresista. Una institución conservadora y derechista como la Iglesia Católica no nombraría como líder a alguien que ponga en peligro sus bases políticas, económicas y sociales. La buena noticia es que más a la derecha que Juan Pablo II, que convalidó las dictaduras latinoamericanas y que Benedicto XVI, que condenó las libertades sexuales y amparó las invasiones norteamericanas a los pueblos islamitas, no se puede estar. Una cosa son los gestos de impacto visual como celebrar la Pascua con pobres y besar sus pies descalzos y otra cosa es redactar una encíclica como la “Populorum Progressio”. Y en eso, a Bergoglio, para ser Paulo VI, le falta tanto como a San Francisco para ser Jesús. Y eso que Paulo VI tampoco era el “Che” Guevara de la Iglesia Católica…

6 comentarios:

  1. Gracias!!!!!!!!! Para releer muchas veces. Cada párrafo, cada oración. Seguiré comentando a medida que lo relea. Encantadora la cita de Cantilo entre los párrafos.María Alejandra Pinardi

    ResponderEliminar
  2. Sigo pensando. Es alarmante cómo la opo se ha apropiado de la figura de Francisco como referente, Gente instruida, profesionales, han repetido "Cris, perdiste" cuando asumió el papa, como si hubiese ganado algún cargo en el congreso.
    Es alarmante cómo personas que se dicen cristianas y en busca de la verdad y de la justicia, adoran la figura de Bergoglio y denostan la de las Madres y Abuelas. Me da tristeza. Y es alarmante ´ver personas que se dicen cristianas y a favor de ayudar a los pobres, consideran que la ayuda concretan del gobierno sean planes descansar.No entiendo estas contradicciones. Sólo me cabe pensar que hablan de la boca para afuera y les importa un bledo el otro. Y pretenden un status quo eterno.
    María Alejandra Pinardi

    ResponderEliminar
  3. laura Prada Ugarte14 de abril de 2013, 17:24

    Excelente exposicion, lamentablemente hay veces que tristemente pierdo la capacidad de asombro. Y el comportamiento social fluye como por decantación de la salvaje manipulación y saturación de los medios y los poderosos que manejan la información. La Iglesia catolica se nutrió con los monitos sabios que alguna vez supimos ser " No veo, no oigo, no hablo", tres palabras con tanto poder... pero necesario confrontar!Felicitaciones por el trabajo!Laura Prada Ugarte

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es cierto! Esos monitos que coartan todo tipo de expresión!!! Recuerdo cuando iba a catecismo, ni se me ocurría preguntar lo que era incomprensible para mí a los 8 años. Íntimamente sabía que no iba a ser bienvenida mi pregunta, simplemente debía aceptar el dogma. María Alejandra Pinardi.

      Eliminar
  4. Por suerte soy evangélico.

    El catolicismo combate y fomenta la pobreza.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo importante es que la fe no nos obnubile a la hora de analizar la realidad. Respetando la fe del otro o, incluso, su falta de fe... Todo es válido, siempre y cuando nos aboquemos a la tarea de aceptarnos como diferentes pero trabajando por el otro...

      Eliminar